Una dulce venganza

Opinión:

Jonasson, en la misma senda de su obra "El abuelo que saltó por la ventana y se largó", nos ofrece una desopilante historia con el mundo del arte como excusa, para describir ácidamente la disparatada tensión ideológica, extrema y racista, que hoy afecta a nuestras sociedades.

Estafadores, lábiles arribistas, víctimas propiciatorias, desarraigo moral, estupidez ideológica, fractura social, asimetría planetaria, incluso la banalidad comercial del mundo del arte, se reúnen en esta obra, que ofrece al lector una sonrisa inevitable mientras alimenta una justa indignación por tanta miseria moral que por ahí pulula.

Sin duda Jonasson es un hábil prestidigitador literario, que ha desarrollado una virtuosa eficacia a la hora de narrar situaciones penosas, oscuras, incluso trágicas, expresivas de las más sórdidas injusticias, a la vez que provoca inevitables sonrisas al lector.

Un sofisticado arte narrativo tan inusual como original y por desgracia escaso. Precisamente el humor es un arma poderosa en las manos literarias adecuadas, como es este caso, porque permite una aproximación al lado más oscuro de nuestras sociedades sin tener que hacer pasar un mal rato al lector.

Y además, con una extraordinaria sutileza en algunos pasajes, como la incomprensión del viejo masái que no acaba de entender la lógica de pagar una compra con algo tan banal como un pedazo de plástico o un teléfono inventado para hablar en la distancia, que ofrece una lúcida perspectiva ante tanto desvarío tecnológico disruptivo que las sociedades contemporáneas consumen acrítica y vorazmente, perdiendo la perspectiva del verdadero valor de las cosas.

Esta obra puede leerse por un lector apresurado como una simple y simpática historia, pero sería una pena que no se detuviese en los finos matices que se esconden en cada pliegue de esa subyugante narración, porque es un retrato implacable de los tiempos que vivimos. No se la pierdan y disfruten, y que cada cual la lea y aproveche como desee.

Jorge Riet