Anika entre libros

Sodoma y Gomorra

Ficha realizada por: Lidia Casado,Darío Luque
Sodoma y Gomorra

Título: Sodoma y Gomorra
Título Original: (À la recherche du temps perdu. Sodome et Gomorrhe, 1922)
Autor: Marcel Proust
Editorial: El Paseo
Colección: El Paseo Central


Copyright:

© 2023, Mauro Armiño (de la traducción, prólogo y notas)
© 2023, El Paseo Editorial (de esta edición)

Traducción: Mauro Armiño
Edición: 1ª Edición: Octubre 2023
ISBN: 9788419188113
Tapa: Blanda
Etiquetas: clásicos filosofía narrativa literatura francesa novela reflexiones pensamiento sagas ciclo celos aristocracia novela introspectiva Proust homosexualidad novela psicológica conciencia memoria sexualidad
Nº de páginas: 654

Argumento:

"Sodoma y Gomorra" es el cuarto de los siete volúmenes que conforman A la busca del tiempo perdido; el ciclo narrativo más importante del siglo XX. A continuación de los acontecimientos relatados en "La parte de Guermantes", en este cuarto volumen descubrimos no solo los códigos de la sociedad aristocrática que venían perfilándose en los libros anteriores, sino también los secretos más oscuros de los protagonistas de esa sociedad. Los encuentros homoeróticos entre el barón de Charlus y Jupien, chalequero del duque de Guermantes, prefiguran el mundo de 'inversión' que el narrador nos ofrecerá a lo largo de este libro, por oposición al juego de apariencias que sucede en los salones de la alta sociedad. También la figura de Albertine cobra nuevas significaciones en estas páginas, a raíz de la inesperada pasión erótica que se apodera del protagonista tras intuir y luego presenciar los encuentros furtivos entre hombres que se desean. Aunque el redescubrimiento morboso de la sexualidad será el eje principal de este volumen, también encontramos aquí de nuevo asuntos políticos, a propósito del caso Dreyfus, y otras cuestiones más filosóficas y emocionales, como la memoria o los celos.

En versión de Mauro Armiño, esta edición incorpora al texto un riguroso aparato de notas críticas que añaden novedosas capas de lectura a la tan admirada obra de Marcel Proust.

 

Opinión:

 

Darío Luque

Con la publicación de "Sodoma y Gomorra", la editorial El Paseo cruza el ecuador en la atrevida aventura de editar al completo el ciclo narrativo de A la busca del tiempo perdido de Marcel Proust. Una reedición que se inició hace ya más de un año y que sigue un ritmo excelente, siempre con las majestuosas traducciones de Mauro Armiño y con numerosas notas a pie de página que ayudan a esclarecer los aspectos sociológicos de la novela, a menudo de difícil acceso para el lector contemporáneo. Creo conveniente recordar, como he señalado en reseñas anteriores, que el primer volumen de la colección, "Por la parte de Swann", incluía un ambicioso aparato de paratextos críticos e informativos que los lectores podrán seguir utilizando para orientarse con comodidad en este cuarto libro. También en aquella primera publicación se incluía una introducción teórica a la obra y a la biografía de Proust, así como un diccionario de personajes y de lugares, muchos de los cuales reaparecen una y otra vez en los distintos libros del ciclo. Así pues, este cuarto tomo, como los dos precedentes, queda liberado de ese aparato complementario (que permanece en el primer volumen, siempre de consulta recomendada para el lector) y ofrece exclusivamente el texto actualizado de la obra y las notas a pie de página, un material más que suficiente para asegurar una buena temporada de placer literario.

En este cuarto volumen, "Sodoma y Gomorra", el narrador retoma la narración allí donde la dejó en "La parte de Guermantes", tras haber conseguido introducirse en la sociedad aristocrática que gira en torno a los duques de Guermantes, con personajes tan carismáticos e inolvidables como el barón de Charlus, el duque de Châtellerault o Charles Swann, y también el excéntrico círculo de mujeres que conforman Mme. de Vaugoubert, Mme. d'Arpajon, Mme. de Saint-Euverte y Mme. de Guermantes, entre otras. En esta ocasión, sin embargo, el punto de partida difiere mucho de las novelas anteriores: el protagonista contempla por casualidad el encuentro erótico entre el barón de Charlus y Jupien, chalequero del duque de Guermantes. Las páginas que describen esta relación homoerótica son algunas de las más originales que se han podido escribir sobre esta clase de relaciones, pues Proust establece numerosas analogías y paralelismos con el mundo vegetal y con la polinización que llevan a cabo los insectos, además de reflexionar sobre la moral de esta supuesta 'inversión sexual'.

Tras los capítulos centrados en esta 'raza de los hombres-mujeres', como bautiza el narrador a los homosexuales, presenciamos un retorno al hotel de Balbec, donde el protagonista deberá enfrentarse a los recuerdos de su primer viaje -acompañado en aquella ocasión por su abuela, ahora fallecida-. Será este deseo redescubierto, gracias sobre todo a la figura de Albertine, lo que permitirá al narrador superar esa pérdida familiar. Durante la segunda parte de la novela, la pena que siente por la muerte de su abuela va diluyéndose y transmutándose en un goce ante la compañía de Albertine. Un goce que no durará mucho, porque poco a poco irán emergiendo pequeños celos, sospechas y desconfianzas sobre su amada, en quien intuye una predisposición lésbica que muy pronto asociará con el personaje de Andrée. No obstante, ciertos episodios que protagoniza Albertine con Saint-Loup despiertan también celos por su cercanía con los hombres. Hacia la segunda mitad del libro, una nueva aparición del barón de Charlus promueve nuevas reflexiones sobre su sexualidad "femenina" -esta vez, a propósito de su relación con Morel- y nos acerca de nuevo a los ambientes aristocráticos de los Verdurin, donde asistimos a un juego de máscaras y críticas veladas tan hirientes como sinceras.

También en este volumen encontramos nuevas reflexiones filosóficas sobre la memoria, en esta ocasión con referencias explícitas al pensamiento de Bergson, uno de los principales referentes de Proust; e incluso los asuntos artísticos y literarios y los temas políticos tienen cabida en las muchas conversaciones que se suceden a lo largo de la novela. No obstante, como ya he dicho, el epicentro de la narración en este libro será el deseo: tanto el del propio narrador, que oscila entre la pasión y la desesperación de los celos, hasta el de otros personajes como el barón de Charlus o la propia Albertine, acaso los dos personajes que más atención reciben en este cuarto volumen de "A la busca del tiempo perdido". Sin llegar al desenlace de sus respectivos conflictos sentimentales, no nos queda más que esperar al próximo tomo de este ciclo literario para conocer los nuevos acontecimientos que guiarán al narrador en su descubrimiento del mundo aristocrático y de su propia sentimentalidad.

 

Darío Luque

 

SOMBRA

 

Lidia Casado

Con el paso de las entregas de esta colosal "En busca del tiempo perdido", el protagonista va adquiriendo madurez psicosocial y una personalidad que se va definiendo cada vez más claramente. Muerta su abuela (en la tercera entrega) y con su madre totalmente volcada en su propio dolor, el joven parece ir desligándose de los lazos familiares para dejarse llevar por la ajetreada vida social de quienes tienen el ocio por oficio.

Así, son las reuniones sociales las que, más aún que en otras ocasiones, protagonizan el relato. Unas reuniones para las que el protagonista es querido y requerido con ahínco, posición de la que él disfruta con gran satisfacción (a pesar de que, de vez en cuando, aún le asaltan las dudas sobre su lugar en la escala social y sobre si es o no bienvenido en determinadas citas).

El ambiente festivo, de reuniones sociales frecuentes, hace que este libro sea menos reflexivo que los anteriores. En este caso, los pensamientos y digresiones del protagonista, aun estando presentes, tienen un peso mucho menor, frente, por ejemplo, a los diálogos y pequeños conflictos que surgen en los círculos sociales en los que se mueve.

Dos serán los círculos sociales que servirán de telón de fondo a la trama en esta ocasión: en la primera parte del libro, el de los Guermantes, dando continuidad a la atmósfera y a los protagonistas de la tercera entrega. En la segunda parte, cuando el protagonista deje París para pasar sus ya conocidas vacaciones en Balbec, será el círculo de los recuperados Verdurin (que ya fueran importantes en la primera entrega, en la que se narraban los amores de Swann) el que ofrezca a Proust la materia prima perfecta para retratar a la alta sociedad francesa de principios del siglo XX.

Proust muestra ante nuestros ojos, el comportamiento de determinados personajes en un privilegiado ambiente social. Sin embargo, este comportamiento no siempre será (o no nos parecerá) adecuado a su posición. En muchas (por no decir en todas) ocasiones, estos personajes dejarán a la vista sus bajezas, su egoísmo, su vanidad, su malhumor, su falsedad, su despotismo, su arrogancia. Pero el protagonista no juzga tales comportamientos, no nos cuenta qué piensa él sobre determinadas reacciones que suceden ante sus ojos. A lo sumo, intervendrá directamente en la acción, como en el caso de las reiteradas burlas y del acoso al que matrimonio Verdurin someten a uno de sus habituales, Brichot, al que invitan a sus reuniones sólo para despreciarle y ridiculizarle, aunque, de cara a la galería, aseguran que lo hacen por caridad, para que pueda tener algo que comer ese día.

Precisamente será Brichot el que, en esta entrega, sirva de excusa a Proust para continuar con una de las indagaciones constantes de la heptalogía: la reflexión sobre el uso del lenguaje. En este caso, serán las etimologías las que aparezcan una y otra vez a lo largo del relato. El afán de conocimiento del protagonista llevará a estrechar sus lazos con Brichot, gran conocedor de la etimología francesa, lo que le permitirá descubrir el origen de los nombres de muchos de los lugares y familias de Francia.

Pero, como le ocurriera ya con los Guermantes, una vez conocidos, pierden su misterio. Una vez que el protagonista sacia un ferviente deseo por conocer a una determinada persona o el significado de un lugar, éstos pierden todo interés para él.

El elemento que sirve la materia prima para tanta investigación etimológica es el tren, gran protagonista de esta entrega y eje vertebrador de lo relatado (y de la vida social retratada) en más de la mitad del libro. De hecho, hay una parte en la que un viaje en tren (el protagonista, como el resto de invitados, ha de tomar uno para llegar hasta la residencia de vacaciones que han alquilado los Verdurin, cerca de Balbec) sirve para hilar diferentes recuerdos del joven, asociados a cada una de las estaciones.

El recuerdo, la indagación en los mecanismos de la memoria, en ese tiempo perdido que busca con ahínco Proust, continúa, como es lógico, en esta cuarta entrega. La memoria, su relación con los sueños, sus intermitencias, sus fluctuaciones, sus saltos en el tiempo están presentes en esta obra, dando coherencia al conjunto de la saga.

Esos saltos en el tiempo que da la memoria permitirán a Proust incluirnos en el relato. En varias ocasiones, el autor alude directamente al lector, dándole voz ("imagino que el lector pensará sobre esto que…" dice el protagonista) o pidiéndole excusas, precisamente, por ese vaivén cronológico, por esa ruptura de la linealidad temporal que se produce en el texto.

Pero el gran tema de esta cuarta entrega es el amor y las relaciones humanas. Unas relaciones que, a medida que el protagonista va madurando, asentándose en la sociedad a la que pertenece y conociendo a sus personajes, van sorprendiéndole con encuentros inesperados por él. Así, descubre la homosexualidad de uno de los personajes recurrentes de la obra: el barón de Charlus. Homosexualidad que, por otra parte, explicará algún comportamiento ilógico del barón para con el protagonista.

Si el joven no juzgaba los comportamientos y reacciones de los personajes en sociedad sí que lo hará con la homosexualidad, tachándola de vicio absolutamente reprobable. La homosexualidad masculina pero también la femenina están presentes en esta obra, siendo esta última la que afecte de lleno al protagonista. Y es que, tras un comentario malicioso, empecerá a obsesionarse con la idea de que Albertina, la joven (la muchacha en flor) que conociera en Balbec en la segunda entrega, con la que ha venido manteniendo relaciones desde entonces, también coquetea con otras mujeres. A pesar de sus dudas sobre el amor que siente por ella, los celos que despierta en él (motivados por mujeres pero también por hombres, como su propio amigo Saint-Loup) le llevarán a tomar una drástica decisión, cuyo anuncio servirá para cerrar (con gran intensidad) el libro: va a casarse con ella.

Proust  vuelve a mostrar su maestría en el manejo de las situaciones literarias, del lenguaje y de la narrativa en esta cuarta entrega que nos deja con ganas de más. De mucho más.

 

Lidia Casado

 

 

 

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