El tiempo de la verdad

Opinión:

"El tiempo de la verdad" nos presenta una sociedad en la que los ciudadanos, tras ponerse una vacuna, se ven obligados a decir siempre la verdad. Esto pasa desde hace pocas generaciones, y tiene algunas consecuencias como la soledad, ya que es difícil mantener amigos o pareja si eres siempre sincero, o que todos vayan con pies de plomo a la hora de formular preguntas porque puedes obligar al otro a revelar una verdad incómoda.

También se trata de un estado totalitario en el que se controla a la población cada semana mediante preguntas que cortan de raíz cualquier duda, ya que esta puede ser contagiosa. Curiosamente, cuando alguien es detectado, sus familiares aceptan alegremente su expulsión o encarcelamiento por el bien de todos y por lo general siguen con su vida con su lealtad intacta (incluyendo Abel y su abuelo). Las masas se dejan conducir con gran facilidad, ya que tienen confianza ciega en la sinceridad de lo que les dicen.

Además, hay un cierto control mediante la tecnología, que puede monitorizar las constantes vitales mediante la ropa, los sentimientos de los niños y la localización de todos mediante chips. Por otro lado, los robots están por todas partes y se encargan de las tareas domésticas y los trabajo pesados. Todo ese gran desarrollo material cuesta un poco más creerlo si hubo una guerra tan devastadora hace tan relativamente poco que se llevó por delante a la mayoría de la población mundial. No queda del todo explicado cómo se abastecen para tener ese nivel de prosperidad, pero para el desarrollo de la historia no interfiere.

El protagonista y narrador en presente es Abel, un chico inocente y bastante recto que se ve envuelto por unas circunstancias que le superan. Primero debe cuidar de su hermana pequeña, luego debe enfrentarse a su descubrimiento y al riesgo de pasar el resto de su vida bajo tierra. Desde el primer momento se sabe poseedor de una verdad peligrosa, pero no puede evitar implicar a gente que le importa. Aun así, su primera preocupación es siempre él mismo y tiene pocos momentos de heroísmo real (solo cuando no le queda otra), lo que le hace más convincente, aunque debo decir que me costó empatizar con él.

Sus amigos son bastante estereotipados y se les ve venir a todos (sinceros y mentirosos), quizás por ser una sociedad con esa obligación de ser transparente. Esto conduce a un desarrollo sin demasiadas sorpresas. Aun así, la historia es amena y, si bien el final es bastante forzado, resulta una lectura curiosa.

Déborah F. Muñoz