Los combatientes

Opinión:

El último montaje del Grupo de Teatro de la UGR (se hacen conocer bajo el eslogan de 'Alienados contra el poder', pese a pertenecer a una institución pública) busca la provocación y la incomodidad del público académico, acomodado, y acostumbrado a disimular su moral burguesa. En el escenario a oscuras entran dos actores, Borja y Patri, besándose apasionadamente hasta el centro del escenario; tantean el atrezzo, se desnudan, se meten mano y comienzan a follar ante la vista de todo el público, que reprime con disimulo el escándalo ante la sexualidad desatada. Es una propuesta arriesgada y provocadora, pero no tiene ni punto de comparación con el espectáculo "Mata-dor", del grupo de teatro de la universidad de Covilhã: en él, cuatro parejas acuden al escenario para intercambiar bofetones, puñetazos, patadas y todo tipo de golpes sin palabras. Las consecuencias son obvias: una gran parte del público no tarda en abandonar la sala, mientras los actores se llenan de moratones en la cara, de labios hinchados y de muñecas raspadas.

Ante este montaje que recurre a la violencia de una forma desalmada, los miembros del grupo granadino debaten el sentido de la obra y discuten sobre cuál ha de ser su reacción como público apelado. Mientras unos se plantean que el verdadero centro de la obra es precisamente la reacción de los espectadores, otros se sienten apelados a detener las peleas o incluso a participar de la violencia en el escenario. Pese a que toda la obra va hilando una interesante reflexión sobre la violencia, lo cierto es que toda la originalidad y el atractivo de la novela residen en este primer capítulo, sin el cual posiblemente "Los combatientes" se desmoronaría por completo. En adelante se suceden nueve capítulos más que ahondan en la práctica de la provocación, pero en este caso apelando ahora al lector y a su mundo conocido, en especial al establishment literario.

La protagonista es ni más ni menos que la propia Cristina Morales, a ratos actriz y a ratos escritora, que nos guía por sus encuentros y desencuentros con el grupo de teatro granadino al que pertenece. Allí encontramos la continuación de esa obra tan provocadora en la que dos jóvenes mantienen relaciones sexuales en el escenario: como no podía ser de otra manera, sigue en la órbita del vanguardista, proponiendo un hipotético encuentro entre el futurista ruso Vladímir Maiakovski y el maestro de la catedral de Granada, Alonso Cano. En capítulos posteriores asistimos también al abandono del grupo por parte de un chico condenado por abusos sexuales, a quien han propuesto representar el papel de violador en una pieza dramática. De esta manera, las representaciones teatrales (algunas tan sugerentes y provocadoras como un discurso de Ramiro Ledesma Ramos, teórico del fascismo español, descontextualizado y rearticulado en boca de jóvenes que reflexionan sobre la violencia y la situación de la juventud) se combinan con escenas de autoficción, como una mesa redonda con escritoras en la que Cristina Morales (personaje, no autora) cuestiona la legitimidad del acto, o un acto de Juan Bonilla en el que su amiga Dogy termina plantándole un morreo a José María Merino, mientras la propia Cristina Morales (de nuevo, personaje) hace lo mismo con Bonilla.

"Los combatientes" es, pues, un libro extraño. Se publicó originalmente en la editorial Caballo de Troya, bajo la dirección de Constantino Bértolo, y funcionó posiblemente por la cercanía temporal y discursiva con el movimiento 15M (pese a las conocidas críticas que la autora ha promovido). Y, si bien es cierto que todo el aparato reivindicativo que despliega Morales en la novela por boca de los jóvenes actores es aún vigente y perfectamente legítimo, el resto de episodios de "Los combatientes" parecen haberse desinflado, como si lo que fue en su día provocación ahora ya no es más que un gesto de malicia infantil. Quizás sea eso lo que ocurre cuando todo el peso de una novela se confía al acto de provocar.

Darío Luque