Las mejores condiciones

Opinión:

Cada uno de los títulos editados por Jonás Trueba a lo largo de este último año en Caballo de Troya es un acierto y una joya en sí mismo. El editor novel ha sabido construir un catálogo con personalidad, formado por voces genuinas que exploran, a menudo desde la narrativa testimonial o la autoficción, los lances y las singularidades de época que han vivido sus autores. Pese a compartir el pulso generacional de otros autores de la colección, como Julieta Valero o Alejandro Simón Partal, la opera prima de Manuel Pacheco se distancia de ellos al adoptar una mirada mucho más ceñida al sujeto narrador, sin pretensiones de definir a una generación ni de analizar la difícil situación socioeconómica a la que deben enfrentarse. La prosa de Pacheco se desnuda de cualquier pretensión moral para ofrecer, en "Las mejores condiciones", un relato sencillo y desmitificador en torno a la música clásica, basado en las propias experiencias del autor como pianista profesional y, en su infancia y adolescencia, como miembro de la escolanía de El Escorial.

Es realmente apreciable el esfuerzo llevado a cabo por el autor para abandonar las grandilocuencias y las retorsiones estilísticas que nacen, de forma impulsiva, en los primeros intentos creativos de cualquier joven escritor. El estilo del que hace alarde Manuel Pacheco en "Las mejores condiciones" es sencillo y accesible, con preferencia por la frase corta y atonal, pero sin recurrir a las grandes conclusiones efectistas o a las moralejas reduccionistas que abundan en las novelas testimoniales. De hecho, la propia singularidad del relato, anclado en la concatenación de breves episodios cotidianos e intrascendentes, condicionaba y requería un estilo así. No hay tensión en la novela, ni misterios, ni tampoco secretos o episodios turbios: quienes esperen algún golpe de efecto tras las páginas de "Las mejores condiciones" se perderán su auténtico valor, que es una prosa deliciosa sostenida en la preocupación por los pequeños detalles.

Lo cierto es que, pese a su alternancia temática, pueden diferenciarse dos relatos paralelos a lo largo de "Las mejores condiciones": por un lado, las anécdotas casi picarescas de los años vividos en la escolanía de El Escorial; por otro lado, las experiencias cotidianas y metodológicas de su empleo como pianista, con cuestiones metodológicas que vienen a banalizar la disciplina de la música clásica, tales como la falta de horarios, los viajes recurrentes, los proyectos frustrados o las torpezas de montaje y organización en los actos y conciertos. Manuel Pacheco no necesita incurrir en tecnicismos o en disertaciones musicológicas para ofrecernos una visión realista de su experiencia en la música: mediante pequeños y alternos fragmentos, sin un hilo conductor más preciso que el propio testimonio, el narrador nos pasea por Madrid, Ávila, León, Gijón, Colonia y Panamá, entre otros lugares con una banda sonara de gusto delicado (con las apariciones fugaces de Fauré, Debussy, Bach, Prokofiev, Gounod o Haendel, entre otros).

La formación de Manuel Pacheco -como pianista y luego como filólogo- le permite establecer una serie de reflexiones metaliterarias, comparando música y literatura, que son de gran valor para entender mejor su propia escritura. En este sentido, el propio autor afirma a la mitad de la novela que suele escribir música a fragmentos, como si fueran pequeños comentarios alrededor de una idea principal que en propiedad no termina de desarrollarse nunca. Esta práctica compositiva, que él localiza en Shostakovich, Poulenc y Edgar Varèse, se halla en la base de su escritura literaria, caracterizada por la fragmentación de su obra en brevísimos capítulos formados cada uno por un único párrafo. Ello revela que, tras la sencillez del estilo, existe una consciente y deliberada decisión de construir en "Las mejores condiciones" una relación simbiótica entre estilo y argumento, todo con el objetivo de sacar a la música clásica de la esfera elitista en el que la cultura contemporánea la había colocado.

Darío Luque