Berlín, 1936. Dieciséis días de agosto

Opinión:

Entre los numerosos aciertos de esta novela se encuentra esa perfecta combinación narrativa que describe simultáneamente los aplausos en los pabellones deportivos donde se realizaban las competiciones deportivas de las Olimpiadas, con la vida berlinesa de los atrevidos y provocadores cabarets, de los hogares de familias dominadas por el miedo de la persecución o rotos definitivamente por las detenciones masivas, de los siniestros campos de concentración, las rutilantes fiestas de los jerarcas nazis, la latente violencia callejera, el fugaz camuflaje del verdadero rostro del régimen nazi en periódicos y pasquines callejeros, durante unos pocos días en los que pareció que Alemania detuvo su momento histórico para ofrecer un gigante decorado artificial para ocultar al mundo la oscura maldad que la poseyó aquellos años.

Estructurado en unos capítulos que coinciden con los días en los que se desarrollan los juegos olímpicos, las páginas de este libro no dan tregua al lector en una emocionante trama en la que los diferentes protagonistas se suceden en situaciones tan distintas como expresivas de un momento histórico de transición, hacia el precipicio de una conflagración mundial por culpa de una letal ideología del terror inspirada en el racismo y la xenofobia.

Mucho se ha escrito sobre los nazis, pero la virtud de esta novela es exhibirnos la convivencia cotidiana en una ciudad dominada por un terror latente, subrepticio, a punto de estallar pero transitoriamente retenido por una estrategia política de engaño que consiguió seducir a influyentes dirigentes de otras naciones que también iban tan predispuestos como armados de sus propios prejuicios clasistas y racistas. Un libro que también describe la obscena convivencia de la vieja aristocracia con aquellos rudos advenedizos que seducían con su discurso de solución de todos los problemas y el regreso a un pasado que ya desapareció, a golpe de autoridad, persecución y represión.

Oliver Hilmes se mete en la piel de los que en aquellos días respiraban un Berlín emocionado por las hazañas deportivas encerradas en los estadios, mientras otros muchos pensaban en huir, o se ahogaban en un mar de sexo, alcohol y drogas para olvidar o evitar. Y al mismo tiempo describe con evidente calidad narrativa cómo los nazis imponían sin cortapisas su ley del más fuerte, amagaban con la violencia o simplemente aprovechaban la lejanía de los lugares concurridos por los visitantes para detener a los disidentes o a los perseguidos por sus creencias religiosas, en aquellos días que pretendieron convertir a Berlín en un formidable escaparate mundial, con la inestimable ayuda de colaboradores como la famosa Leni Riefenstahl. Pero también es el Berlín de la caída de los mitos de supremacía racial por las formidables victorias de deportistas como Jesse Owens, de las rencillas entre los dirigentes nazis que revoloteaban tan sumisos como avariciosos alrededor de su enloquecido líder, de la dificultosa revelación para intelectuales y otros visitantes internacionales de la verdadera maldad oculta tras la falsa apariencia de orden y armonía.

Un libro muy bien documentado, como puede apreciarse gracias a su rico apéndice que contiene una extensa bibliografía, bastante inusual en obras de ficción. Una novela que además cuenta con una magnífica traducción, que nos facilita la plena inmersión en la historia que narra el autor.

Fueron dieciséis días para la historia, pero fueron también dieciséis días para la mentira, para la tramoya que se puede esconder tras el entretenimiento de masas, para la capacidad de engañar cuando un aparato gubernamental utiliza el engaño o la manipulación de la comunicación con fines políticos, incluso para evidenciar la volatilidad de las ideas mecidas al vaivén de las meras impresiones, de la intoxicación en la información e incluso de la predisposición a ver la vida según la calidad del cristal por el que mire cada uno. Una novela interesante y recomendable para todos los públicos, y sobre todo necesaria para aquellos que gustan de las medias verdades, las mentiras, la manipulación política, los prejuicios y el más ridículo desprecio por la tolerancia a la diferencia.

Jorge Riet