Muro fantasma

Opinión:

Todos sabemos que en las civilizaciones antiguas, o en gran parte de ellas, las creencias eran una de las cosas más poderosas de su existencia junto a la alimentación y procreación. Las tribus podían tener sus propios dioses dependiendo de la zona del planeta en que habitaran, pero también, muchas de ellas, sus castigos, costumbres y hasta sacrificios humanos. Un grupo de personas con dos dedos frente podría recrear lo que el profesor de arqueología pretende sin ningún problema, pero ¿qué pasa cuando uno de los dos adultos es un maltratador que encuentra cualquier excusa para dar un paliza a su mujer o a su hija y que no tienen ningún tipo de escrúpulos pero sí una obsesión que quiere llevar hasta el final. De eso va esta novela.

Quienes tengan miedo de sufrir escenas de maltrato que se relajen, al ser Silvie quien va narrando la historia no insiste en detalles. De hecho Silvie tiene tan naturalizada su situación que no ve nada que no se merezca. He ahí el quid de la cuestión. Hasta que no llega al límite, Silvie no tiene miedo, para ella es normal lo que sucede, se ha criado con un hombre que se ha pasado la vida explicándole a su hija cómo vivían o morían los britanos en la Edad del Hierro, incluso cuando hablaba de sus costumbre tribales de sacrificios se lo contaba como quien leía las indicaciones de un prospecto médico.

"Muro fantasma" se sustenta con siete personajes. Además del matrimonio y la hija adolescente, está el profesor Jim Slade -que en principio es una persona sensata-, interesado en la investigación quizá para escribir algún artículo o estudio al respecto, y tres de sus alumnos, Pete, Dan y Molly. Incluso en ellos puedes percibir los cambios conforme avanza la novela. Unos abrirán los ojos, pero otros se dejarán llevar, y eso resulta de lo más espeluznante, porque si un loco está solo no tiene por qué pasar nada pero ¿qué ocurre si tiene a quien le apoye en su locura?

Al principio es difícil empatizar con la jovencita y eso es raro ¿Cómo puede alguien leer sobre una cría maltratada y tener la impresión de que no le están contando nada importante? Es fácil de entender: Silvie tiene tan asumida su vida y los maltratos que habla de ello como lo hace su padre de la Edad del Hierro: como quien lee el periódico, sin sentimientos. Y resulta raro… hasta que lo entiendes y entonces no necesita sufrir ella, sufres tú por ella. Ella lo justifica, se echa la culpa, lo protege. Es una copia de su propia madre. El hombre, sin embargo, no trata de igual forma (o sea, con el mismo desprecio) al profesor y a los otros jóvenes: para él su esposa y su hija son su propiedad, puede hacer lo que quiera, decidir incluso su destino. Terrible.

Resulta inquietante porque si bien Silvie no parece reaccionar, y así lo demuestra su narración continua en la que en ningún momento se queja o grita de dolor, tú, como lector o lectora, empiezas a convertirte en Molly, esa otra persona del grupo que sí ve que hay algo que está mal. De hecho ambas tienen una conversación conforme se llega al final de la novela que encoge un poco el estómago.

Es curioso cómo Silvie ve a Molly a los otros chicos que, al contrario que ella, se escapan disimuladamente para irse al pub, hincharse a chucherías en la tienda y socializar a escondidas del resto del grupo. Silvie la ve como una pija. Así, pues, la propia Silvie sería una paleta (lo mismo sus padres), lo que no significa que lo critique, solo observa, deduce, asimila… Y lo cierto es que Molly es la chica normal en realidad, pero Silvie no puede ver eso porque se ha criado bajo el yugo de un padre autoritario, irascible y violento.

Dice la contraportada que esta novela brinda una importante lección para el futuro sobre el peligro de idealizar el pasado, y tiene toda la razón. Sarah Moss lo ha clavado. Por suerte nos deja con una sensación de alivio al final.

No es una novela explícita. Los diálogos están integrados en la propia forma narrativa, no hay guiones, pero tampoco es una novela larga por lo tanto no asusta que todo sean párrafos. Lo que dicen unos y otros lo cuenta la propia Silvie. El primer capítulo es el único que no le pertenece a ella, es una escena del pasado, esa que constituye la crítica social de Sarah Moss ante la barbarie, pues ahí cuenta (sí, nada más empezar el libro) cómo la tribu se ensañaba con la mujer ante el sacrificio tribal.

Puede que no tenga el estilo dramático de las novelas sensibleras que buscan la lágrima rápida, pero es como una puñalada en el estómago. La recomiendo sin duda.

Anika Lillo

Foto homenaje: