Madre que estás en los cielos

Opinión:

Hablando de educación, nuestros protagonistas reciben el legado de una madre que ha sido sobreprotegida por la suya propia. Julia representa a un grupo de mujeres que si bien por educación no parece a priori cumplir con las exigencias o modelos de sumisión que se pretendía con las mujeres de su época, como ella misma reconoce en uno de los pasajes de esta obra creyó que era libre, hasta que comprobó que en realidad esa libertad venía dada por la dejadez de su propio marido, porque él se lo permitía, una concesión basada en los propios intereses de él.

No es hasta su enfermedad cuando crece el interés por mostrar en una especie de documento testimonial de lo que ha sido su vida, primero de niña, marcada por la visión de una escena que tiene como protagonista a su padre y a la mujer que trabaja para él en la tienda. Este momento convertido en secreto entre ella y su madre marcará su trayectoria vital, y de modo consciente o no la infidelidad de su padre tardará toda una vida en diluirse, antes de ocupar su lugar el perdón. Ha sufrido no sólo por ser testigo sino por tener que callarse y mantener una postura poco menos que confabuladora junto al deseo de su madre de hacer ver que no ocurre nada, y así pasa a ocupar un lugar que podríamos denominar viciado, entre sus padres, que en el imaginario de aquella niña se convierte en una intriga que la perseguirá en su edad adulta, guardando una distancia emocional con su padre, y con su madre una resistencia a entender el motivo por el que ha soportado la doble vida de su padre. Al envejecer se da cuenta de que ella misma no ha sido tan libre, y que si bien menos evidente, su relación marital no ha estado exenta de tantos otros silencios.

Una madre volcada en sus hijos que no se autoengaña con las miserias de cada uno, pero que ahora entiende la parte de sí misma que ha provocado esos comportamientos. Salen así a la luz escenas cotidianas que terminan distanciando a los hermanos entre sí, y a éstos de sus padres, creando confusión, rencillas y rencores insalvables. Los guisantes que acuna la princesa del cuento bajo su colchón.

Si bien había conocido al autor por primera vez tras su obra "Desastres naturales", me encuentro de nuevo con un estilo costumbrista que avanza sin apenas diálogos, rodeado de escenarios de calle y casas, equidistantes unos de otros, que configuran el hilo por el que transcurren las vidas de sus personajes, acertados y tan atormentados como las ciudades en las que se han ido a cobijar.

El dolor de una madre por dejar a los suyos y en este caso el miedo a dejar cabos sueltos que sigan aguijoneando las relaciones fraternales nos da una idea del trasfondo emocional que conlleva su lectura, entretenida y que nos invita a reflexionar. Nunca es tarde cuando se trata de rectificar o poner en orden el sentido y el origen de situaciones complicadas.

Makechu