Lujuria

Opinión:

San Agustín fue uno de los primeros pensadores eclesiásticos en presentar la sexualidad como la transmisora del pecado original; desde entonces, la lujuria se ha visto siempre como uno de los pecados más graves, hasta que en el siglo XX empezó a promoverse un estilo de vida basado en la sexualidad libre y en el respeto a las decisiones del otro sobre su cuerpo. Cristina Sánchez Aguilar, periodista especializada en información religiosa y social, propone en este libro un detallado análisis de los fenómenos sociales relacionados con el sexo, pero tomando como premisa la banalización de la sexualidad que, según su opinión, nos aleja de la trascendencia e incluso altera nuestras formas de socialización y de afecto. Por ello, y a pesar de que en todo momento su argumentación se sostiene sobre datos y estadísticas de gran precisión, me parece importante remarcar desde el principio de esta reseña que este es, muy posiblemente, el libro con mayor sesgo de todos los que constituyen esta colección sobre los pecados capitales.

Antes de adentrarse en las cuestiones morales que afectan a nuestro presente, la autora trata de reconstruir un breve panorama de la historia de la sexualidad en Occidente, pero sin recurrir a los lugares humanes (Foucault y compañía), sino centrándose en lo expuesto por el filósofo Fabrice Hadjadj en algunos de sus libros. De esta forma, recorre la Antigua Roma en busca de situaciones y ejemplos que revelen las prácticas sexuales normalizadas en aquella época, como la homosexualidad, la pedofilia y la prostitución. Tras ello, la autora se sumerge también en los cauces de la modernidad con la intención de relacionar los cambios filosóficos y sociales con la progresiva evolución que sufrió el concepto del sexo: por ejemplo, el romanticismo del siglo XVIII fue el punto de partida de una revolución sexual que terminó con la latencia del sexo y con la represión a la que se sometía mucha gente. No obstante, el diagnóstico que hace Cristina Sánchez Aguilar de esta situación es claro: para ella, la liberalización del sexo y el redescubrimiento de la corporalidad han comportado una crisis moral que es, en verdad, síntoma de la crisis cultural que atravesamos en todos los niveles.

Una vez terminada esta sucinta historia de la sexualidad, la autora se asienta en el presente, en la realidad más inmediata, y emprende una inteligente reflexión a partir de "El proxeneta" de Mabel Lozano, un libro que destripa los entresijos de uno de los negocios más polémicos, el de la prostitución y la exploración de mujeres. A partir de datos y testimonios concretos se revela el funcionamiento de este negocio: no sólo de cómo captan a las mujeres y cómo consiguen sobornarlas o chantajearlas para prostituirse, sino también sobre todos los agentes que se lucran de los prostíbulos y sobre el perfil de hombres que frecuentan estos servicios. Más interesantes son las páginas en las que la autora explora cómo la sexualidad permea en nuestro mundo cotidiano, sobre todo ahora que ya no existe la estigmatización social que antes se asociaba con la pornografía y la expresión de lo privado. En este sentido, creo que son muy reveladores los datos que cita en relación con el consumo de pornografía y con los porcentajes de jóvenes que idealizan lo que ven a través de una pantalla.

Pese al mensaje crítico contra la vivencia libre de la sexualidad y, en general, contra el placer (concepto apenas mencionado en el ensayo), creo que la lectura de "Lujuria" es muy constructiva para profesores y padres interesados en conocer cómo funciona en la actualidad el descubrimiento y el aprendizaje de la sexualidad en adolescentes. 

Darío Luque