La jungla
Título: La jungla
Título Original: (The Jungle, 1906)
Autor: Upton Sinclair
Editorial:
Capitán Swing
Copyright:
© Upton Sinclair, 1906
© Capitán Swing Libros, 2012
Edición: 1ª Edición, Febrero 2012
ISBN: 9788493982720
Etiquetas: capitalismo crítica social dinero economía finanzas literatura estadounidense literatura norteamericana narrativa política primer mundo sociología
Argumento:
Jurgis Rudkus, inmigrante lituano, llega con su familia a la Chicago de los primeros años del siglo veinte para trabajar en los mataderos. A lo largo de la novela asistiremos a la lucha de todos ellos por ganarse la vida en un ambiente hostil, sometidos a explotación laboral, estafados, en condiciones de vida infrahumanas y amenazados por el temor constante a perderlo todo. Una verdadera jungla donde no existe esperanza en la bondad o la justicia. La única salida parece ser la toma de conciencia colectiva para encauzar la lucha por unos derechos mínimos, que garanticen la dignidad básica en el trabajo, de manera organizada.
Opinión:
Comencemos por dejarlo claro: estamos ante una obra maestra, uno
de los libros más influyentes del pasado siglo, al menos hasta que
la economía de mercado nos aseguró la felicidad eterna y entonces
novelas como ésta dejaron de considerarse necesarias. Visto con la
perspectiva del tiempo, y el terrible punto de vista de la
situación actual, el olvido de "La
jungla" en la preceptiva literaria resulta bastante
sarcástico.
Debemos añadir a lo anterior, no obstante, que se trata de
excelente literatura, que a nadie asuste el argumento porque sería
muy limitado considerar la novela como "literatura social", por
mucho que -ya sabéis- se recurra a esa etiqueta para identificarla
de alguna manera. Upton Sinclair es un escritor
importante, profundo en sus planteamientos temáticos, pero dotado
asimismo de una indudable capacidad estilística, lo que proporciona
una vitalidad y cercanía a la historia que la lleva a alcanzar el
logro mayor al que aspira toda literatura: trascender al tiempo en
que ha sido creada y permanecer en la memoria eterna de las
reediciones, las recomendaciones entre lectores, las bibliotecas.
Pasarán muchos años más, y seguiremos necesitando que
"La jungla" nos recuerde, a través de los
sutiles mecanismos del arte, el mundo en el que vivimos, o mejor
dicho, aquel del que procedemos y al que la historia nos condena a
regresar cada cierto tiempo (y ahora parece que toca de
nuevo).
Upton Sinclair maneja con maestría un expresionismo literario de
corte realista que dibuja ante nosotros escenas de una peculiar
belleza, a pesar de retratar un universo sucio, violento y
desesperanzado. Desde el arranque magistral del libro, con la boda
de los protagonistas -momento en que la ilusión y la confianza en
las propias posibilidades aún es posible-, hasta el vigoroso
retrato de "la jungla" en que proyectan su vida, la prosa nos
conduce a un tiempo por las peripecias de los personajes -de una
crudeza a menudo estremecedora- y por la huella que estas dejan en
su pensamiento. En este sentido la evolución de Jurgis, el
patriarca de la familia, es ejemplar por la sutileza y lentitud con
que se aborda: desde una omnipotente seguridad inicial -a todas las
vicisitudes responde con la misma sentencia: "trabajaré más"- a su
progresivo desengaño de la sociedad entera por vía del conocimiento
de sus mecanismos, esto es, de la explotación del ser humano en
aras del beneficio económico, de la división radical entre clases
sociales y de la miseria moral en que todo ello discurre, hasta el
punto en que cualquiera puede ser engañado por cualquiera, y no hay
un verdadero minuto de respiro. La metáfora de la jungla es idónea:
uno tiene la impresión de que los personajes deben moverse por ella
sin orientación, pero en constante alerta.
Trabajos sin unas mínimas condiciones de dignidad, viviendas
insalubres, explotación constante, abusos y estafas en los
servicios, ausencia de garantías o posibilidades de defensa, de
curación, de progreso… Los rasgos de esa sociedad del Chicago de
finales del diecinueve y principios del veinte proyectan un
inquietante aroma de reconocimiento sobre nuestra sociedad actual.
¿Volvemos hacia ese punto en aras de la dinamización de la
economía? La lectura de esta novela resulta tan perturbadora que
quizá sea el único pero que podemos ponerle: al igual que exclamó
Inocencio X al ver el retrato que de él había realizado Velázquez,
podemos afirmar que se nos antoja "demasiado real".
Sin embargo por eso mismo se hace imprescindible en los tiempos que
corren, cuando la articulación colectiva de la sociedad parece cosa
de otra época. Libros como éste nos recuerdan en qué contexto
surgió la lucha, y que gracias a ella nos ha venido pareciendo, en
los últimos decenios, innecesaria.
Upton Sinclair inició la escritura del libro,
curiosamente, por encargo: se trataba de investigar la industria
cárnica de Chicago, sus malas prácticas laborales y sanitarias y
sus posibles efectos perniciosos en la salud. Lo que podía haberse
quedado en un informe se convirtió en un clásico de la literatura.
Pero lo cierto es que consiguió que el Presidente Roosvelt se
plantease una serie de cambios legislativos dirigidos a "humanizar"
las condiciones de trabajo de los empleados de los mataderos. El
alcance de tales reformas fue bastante más limitado de lo que
prometían, y la batalla colectiva continuó siendo necesaria. La
novela contribuyó a ello, pese a que no se muestra excesivamente
optimista o ingenua en lo que atañe a la articulación política de
las reivindicaciones laborales. Desde el punto de vista individual,
es decir, desde la mirada de Jurgis Rudkus, "La
jungla" es una fábula de aprendizaje, envilecimiento
y desilusión. La luz quizá debamos aportarla nosotros, los
lectores, al analizar la historia y concluir que todo fue yendo a
mejor. Al menos hasta ahora -ay-.
Decir, por último, que hay otra realidad en el trasfondo de la
trama de la que apenas se habla y que tal vez sólo nos aventuramos
a imaginar de un modo superficial, porque sabemos que si nos
adentramos en ella puede ser insoportable: hablamos del sufrimiento
de los animales en el inicio de los modernos métodos de producción
cárnica masiva.
Sinclair se limita a un breve apunte, de por sí
elocuente:
"El cerdo tenía cadenas en las piernas. De repente, se
abalanzaba sobre él, agarrándole la pierna. La máquina agarraba el
cadáver del cerdo del suelo y después lo ponía en el segundo nivel,
pasando por una máquina maravillosa con muchos raspadores que se
ajustaban al tamaño y a la forma del animal y lo echaba por el otro
lado con casi todo su pelo afeitado. Luego, pendiendo de otra
máquina, daba un paseo sobre un carro, ahora pasando por dos líneas
de hombres, quienes estaban sentados en una plataforma elevada,
cada uno haciéndole su trabajo específico al animal muerto cuando
pasaba. Uno rasgaba el exterior de una pierna, el otro el interior
de la misma. Con un golpe rápido y preciso le cortaba el cuello;
con dos golpes más lo degollaba, cayendo la cabeza al suelo y
desapareciendo en un hueco. Aún otro hacía una larga incisión; el
segundo abría el cuerpo más anchamente; un tercero, con una sierra,
le cortaba el esternón; el cuarto le aflojaba las entrañas; el
quinto se las quitaba. Había hombres para rasgar cada lado y otros
para rasgar el lomo; había hombres para limpiar adentro, para
revolverlo y limpiar todo el cuerpo".
Los animales habrían de esperar sesenta o setenta años más para que
se les tuviese mínimamente en cuenta. Y ésa es otra guerra que aún
continúa.
Francisco Casoledo
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Comentario de los lectores:
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