Anika entre libros

Entrevista a Care Santos por "Los que rugen"

"(el cuento) es un espacio en el que vuelvo a ser la escritora que empezó a escribir. La que necesita decir cosas y la que necesita un lugar para decirlas"

Firma y fotos: María Dolores García Pastor / Foto de cabecera: Javier Calbet / Noviembre 2009

 

27 de octubre de 2009. Empieza la promoción de "Los que rugen" un libro de relatos de la escritora Care Santos que edita Páginas de Espuma. Para los que nos gusta leer, acabar un libro y poder charlar de él con la escritora que le ha dado vida es todo un privilegio que se convierte en lujo si además puedes asistir a la presentación.

Care llega al lugar de nuestra cita acompañada de su editor, Juan Casamayor. La escritora se muestra cercana y dispuesta para la charla. Su amplia sonrisa es una garantía de que nos lo vamos a pasar bien conversando. Nos quedamos a solas y empieza nuestra conversación.

 

 

ENTREVISTA

 

Después de cinco años vuelves a publicar un libro de relatos, ¿qué tiene el relato que te gusta tanto?

Uy, un montón de cosas, un montón de alicientes. En realidad no sé si vuelvo o es que nunca me voy porque yo cuentos escribo siempre. Si no puedo escribirlos los imagino.

 

Eso ya es vicio.

Desde luego, porque el cuento es para mí un terreno de libertad absoluta. Un terreno en el que no pienso en ningún lector más que en mí misma. No deja de ser un acto de egoísmo literario en el fondo. Pero lo quiero defender precisamente por eso, porque es un espacio en el que vuelvo a ser la escritora que empezó a escribir. La que necesita decir cosas y la que necesita un lugar para decirlas y pienso muy poco en el lector, en si se lo estará pasando bien, si le tengo enganchado o no, si se cree lo que le cuento…

 

Pues nadie lo diría, porque éstos te han salido muy creíbles.

Pero qué bien, qué bien que me digas esto.

 

Sinceramente, como lectora me he de creer lo que me están contando. Puede ser la mentira más enorme del mundo pero me ha de resultar creíble.

La verosimilitud es necesaria en la literatura, siempre, escribas sobre lo que escribas. Puedes escribir sobre el piojo marciano, da igual, hay que ser verosímil. Vargas Llosa lo llamó a esto aquello famoso de la verdad de las mentiras. Y es cierto, hay que buscar una estratagema, que siempre es una invención por supuesto, que siempre es una falsedad pero es una falsedad lo suficientemente bien urdida para que el lector se crea lo que le estás contando. Si no existe esta complicidad entre el lector y el escritor no funciona nada.

 

No engancha.

Sí, por supuesto. Pero esto famoso de "no me engancha", es en realidad una forma de simplificar varios problemas que casi siempre tienen que ver con la verosimilitud. Si no te puedes creer algo… mal vamos. Por eso precisamente me parece tan interesante la autoficción que es un poco a lo que juego en este libro.

 

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Hace poco, hablando con Fernando Iwasaki sobre el cuento, él comentaba que también es un poco el taller de la literatura, que tiene la medida justa para poder experimentar literariamente.

Sí, pero muchas veces esto lo dicen autores que utilizan el cuento como banco de pruebas para otra cosa. Por ejemplo, prueban una novela en un cuento y hay bastantes cuentos que luego los autores han desarrollado en una novela. A mí eso no me ha pasado nunca. Yo nunca invento nada en un cuento que luego quiera experimentar en distancias más largas. En realidad para mí es un terreno de libertad no tanto de experimentación. Porque busco cosas y me pregunto cosas que intento contestarme pero experimentación literaria, entendida como experimentación formal; creo que no lo hago, lo hice pero ya no.

 

Has encadenado varias novelas sobre "el otro lado": La muerte de Venus, Hacia a Luz, Bel, amor más allá de la muerte y Los que rugen…

Es que soy un poco obsesiva.

 

Para nada, imagino que cuando un tema te motiva van surgiendo ideas en la línea. ¿A que atribuyes tú este encadenamiento de obras que versan sobre esa temática común?

Sinceramente sí creo que soy un poco obsesiva y se me nota. Cuando algo me gusta mucho insisto en ello hasta que lo agoto. La temática sobrenatural siempre me ha interesado como lectora pero no me atrevía, me daba mucho respeto como autora. Me atreví a partir de un momento determinado y decidí explorar unas cuantas cosas que me interesaban. Una de ellas era la novela de casa encantada y eso es La muerte de Venus. Pero siempre jugando a la mezcla de géneros, algo que he hecho tanto en La muerte de Venus como en Hacia a Luz. Y luego me interesaba hacer algo mucho más oscuro, algo donde el tema no fuera amable, donde el tratamiento fuera duro y eso es Hacia a Luz. La de La muerte de Venus está enfadada pero en el fondo es una fantasma a la que entendemos bien, pero los de Hacia a Luz nos dan más dentera.

Y luego ya, después de esto, me interesaba mucho explorar el otro lado. No el vivo que se asusta porque la presencia sobrenatural le intimida sino la soledad del ser de otro mundo. Y lo quise hacer para adolescentes porque, por lo menos yo, recuerdo mi adolescencia como una etapa muy solitaria de mi vida. Creo que la adolescencia es una época de soledad en la que te enfrentas a muchas cosas, muchos cambios, te sientes un poco incomprendido y los adultos no te entienden y, a veces, no te quieren entender. Me pareció que esta fantasma tenía que ser adolescente por eso, porque su historia iba a conectar bien con el lector adolescente. Me apetecía hablar de soledad sobre todo y de búsqueda en una novela donde la muerte no es algo que asuste. No debo decir que es una novela de fantasmas, es más bien un thriller, pero la protagonista está muerta.

Si tú quieres es una novela que conecta más con gente que busque una novela intimista que con alguien que busque una novela de fantasmas pura y dura que se sentirá estafado leyendo esta novela. Creo que no es una novela de apariciones sobrenaturales. Bel es una chavala completamente normal, un personaje en el que el hecho de que esté muerta es accesorio. En realidad ella está sola y tiene algo que resolver y muchos problemas para resolverlo, pero ni da miedo, ni hay sustos.

 

¿Por el público al que va dirigida?

No creas, al público al que va dirigida le va mucho la marcha.

  

¿De dónde salen las ideas para escribir "Los que rugen"? ¿De tu propia experiencia? Lo digo porque en según qué cosas me ha parecido intuirte, por ejemplo en el tema de cocinar. He leído por ahí que te gusta mucho cocinar y aquí hay mucha cocina, mucho pastel de chocolate.

Sí, ja ja ja, desde luego. Siempre les digo, sobre todo en los institutos, que si algún día me va mal con esto de los libros que me busquen entre fogones.

Las ideas me asaltan en el ascensor. Cada vez que salgo a la calle. Yo no viviré para escribir todo lo que se me ocurre, y eso para bien o para mal. Hay veces que es un poco angustioso. Y a pesar de todo yo trabajo y, sobre todo, he trabajado con un ritmo muy alto. Pero se me ocurre mucho más de lo que soy capaz de procesar y de digerir, porque la literatura es algo de lenta digestión.

Aquí hay un poco de todo. La cita de Joyce parece hecha para mí. Joyce no sabía que me estaba escribiendo a mí esta cita. Lo de los fantasmas de tres tipos, por muerte, por ausencia, por cambio de costumbres… Por un lado los fantasmas más clásicos, las apariciones de otro mundo y por otro los fantasmas más personales, esos que siempre duermen en el fondo del armario y que mejor dejar ahí. Un poco de los dos hay, de los literarios y sobrenaturales y de los muy personales que todos tenemos. Cuando te vas haciendo mayor siempre hay algo que se te quedó por hacer, algo de lo que te arrepientes, aquello que le quisiste decir a no sé quién y ese no sé quién se ha muerto, asignaturas pendientes de la vida. En realidad la parte de "Nosotros" del libro habla bastante de este tipo de fantasmas en el sentido de asignatura pendiente.

 

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Al final del libro pone que se escribió entre octubre de 2002 y agosto de 2009…

Y me he quedado corta porque hay cuentos en este libro que llevo arrastrando más de quince años. Me refiero a la fecha de escritura. Un ejemplo es el cuento de la última parte que se llama "Larario", compuesto por tres cuentos, uno de ellos habla de una niña que se obsesiona con una casa de muñecas… pues, no exagero, creo que la primera versión es como del 92 o una cosa así. Lo que pasa es que era muchísimo más largo. La idea me gustaba, la recuperé y la convertí en un micro.

El de "Asuntos pendientes", que es el del señor que vuelve varios años después de morirse a su casa para resolver un papeleo, era un cuento muy largo que también escribí más o menos en la misma fecha que el otro, en los primeros noventa. Y estaba en un cajón. La idea me gustaba pero nunca me acababa de cuadrar cómo estaba desarrollada. Entonces la tiré, recuperé la idea y escribí ese otro.

 

Y luego, ¿qué hiciste? ¿Los recuperaste todos?

Sí, bueno, trabajé sobre una idea. A mí me gusta trabajar los ciclos de cuentos no tanto el libro de cuentos unido con material de aquí y allá sino un libro de cuentos que se lea como algo unitario, que tenga algún sentido que estén ahí agrupados.

 

Algunos dicen que es eso lo que tiene que tener un buen libro de relatos.

Bueno, hay teorías para todos los gustos. Hay quienes dicen que no tiene por qué, pero a mí me gusta más el ciclo de cuentos como un libro que sí tenga sentido. A veces un sentido que no hace falta que sea muy forzado. Creo que aquí sí que hay una preocupación común. Vi todo el material que tenía, desterré muchas cosas y con lo que quedó vi qué podía hacer para completarlo.

Por ejemplo el "Larario" eran tres cuentos que cada uno era de su padre y de su madre y creí que lo podía unir y ahora sí que tienen una conexión que fue puesta después. Estaban las tres historias independientes: la de la máquina de rayos x, la de la abuela y la de la niña, y yo las uní.

 

¿Dónde te sientes más cómoda en la literatura adulta o en la juvenil?

No sé si igual de cómoda o de incómoda. A mí me gusta todo igual y me lo paso muy bien haciendo las dos cosas. Escribir bien cualquiera de las dos cosas es incómodo, me agarro a tu palabra. Que nadie crea que cuando necesitas echar menos energías escribes para jóvenes. Hacerlo bien todo en la vida es muy difícil. Los jóvenes son jueces implacables y escribiendo LIJ has de jugar otras reglas.

 

¿Qué le pone edad a un libro?

Nada. Un libro bueno no tiene edad. Mira Roald Dahl. Es un debate muy largo este. Yo lo que sí tengo muy claro es que un buen libro no tiene edad. Hay que aspirar a escribir libros sin edad. Lo cual significa que hay que aspirar a subir el listón mucho, mucho, mucho. Todo lo que des de ti. Y si ya no puedes más, para. Pero no hay que rebajarlo jamás pensando en un lector. Al revés, hay que aspirar a seducir a este, al abuelo y al tatarabuelo.

 

¿Piensas en el lector cuando escribes?

Constantemente. Quizás cuando escribo cuentos muchísimo menos pero cuando escribo para jóvenes constantemente. Mi manera de trabajar me recuerda muchas veces a la de los narradores orales. Escribo pensando: ¿y aquí qué cara pondrán? ¿Les estaré convenciendo? ¿Les estaré seduciendo? ¿Me estarán creyendo? Aquí se me habrán "asustao", a veces lo pienso. A veces voy a los institutos y me dicen: "Pero, qué bruta, llegué aquí y pensé: pero qué bestia".

Me encantan los adolescentes, me vuelven loca y además sé que es un amor correspondido. Me gustan y por eso escribo para ellos porque si no me gustaran no podría hacerlo. Y a veces, como les conozco muy bien, sé que se me asustan y que disfrutan con mis animaladas. Y no puedo evitar estar escribiendo y pensar "Uy, lo que van a disfrutar con este gato destripado". En Bel hay un gato destripado que levanta pasiones entre los adolescentes. ¡Son tan brutitos! Pero es que yo también soy un poco brutita.

 

¿Cuál es tu método para escribir?

Trabajar ocho horas al día. Antes hacía muchos guiones y me lo planificaba todo mucho. Pero esto es como cuando empiezas a cocinar que no te puedes poner delante del fogón sin la receta y, además, si en la receta pone 148 gramos de harina pones 148, y no se te va a ocurrir a ti echar uno de más ni echar uno de menos. Ya cuando has cocinado mucho la sal la echas un poco a ojo porque huele a soso, eso que nadie entiende, y le echas un puñadito más de algo porque crees que mejorará. Pues ahora estoy un poco en esa etapa.

Yo sé muy bien, eso sí, lo que voy a hacer. No me pongo a hacer una fideuá y me sale una tortilla de patatas. Cuando escribo también sé dónde empiezo, sé adónde voy y tengo claros los momentos de máxima intensidad. O sea, me imagino la novela en mi cabeza. Ya no tomo casi ni notas argumentales. Pero me imagino: parto de aquí, voy aquí y esto tiene que estar sazonado por tres momentos. Tampoco más porque al lector tampoco se le puede matar a sustos. Tres momentos en que el lector tenga que agarrarse a la silla para continuar. Entonces, esos tres momentos sí que procuro tenerlos muy claros y saber muy bien cuándo van a llegar, por eso, porque no puedes concentrarlos todos ni puedes dejarlos todos para el final, porque no puedes matar de aburrimiento al que te está leyendo durante trescientas páginas y luego concentrarle toda la acción. Esto sí que intento tenerlo claro y, a veces, tomo cuatro notas pero cada vez menos.

 

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¿Y tienes algún tipo de manía o ritual a la hora de escribir?

Hago catas de narradores. Igual que un pintor necesita probar sus colores en un lienzo para ver cómo va a salir yo me cuento la historia a mí misma con un narrador, con el otro, con una tercera persona, con uno objetivo, con diferentes personajes de la historia. A ver qué pasa si cuenta éste… Hasta que decido con cuál me siento mejor. Y eso tiene como quince días de trabajo o así, hasta que me centro.

Y luego manías, muchas, muchas. Yo escribo siempre con una vela delante. Escribo siempre con música clásica y siempre los mismos compositores… muchas, manías tengo cada vez más. Me intento autoimponer no distraerme. Si estoy escribiendo, nada de internet ni de Facebook, no chateo, no miro el correo… Y luego me marcho. Cada vez más busco lugares tranquilos y en silencio.

 

¿Las escritoras con niños lo tenemos más difícil?

Sí, hija, sí. Pero lo hacemos. ¿Quién se imagina a Miguel Ángel parando cada tres horas de pintar la capilla Sixtina para dar la teta? En cambio nosotras lo hacemos.

 

¿Tienes algún truco para que te dejen escribir?

No, la desesperación. A ver, lo hacemos pero a qué precio. Por supuesto que a mí me gustaría ser Miguel Ángel y no tener que parar para nada y que se me respetara mi trabajo creativo cuando estoy en ello. Se me respeta, sí, pero no puedo ausentarme completamente. La verdad es que soy poco mamá abnegada, hago mi trabajo y he dejado de hacer pocas cosas de las que la vida me ha llevado a hacer. Pero cuando estoy con ellos estoy a tope. Aquí se trata de que todos seamos felices.

Pero desde luego a un precio alto, por lo menos en este momento de mi vida. Las dos cosas me dan enormes satisfacciones pero hay veces que esto no casa ni por casualidad. No me arrepiento porque tengo mucha capacidad de trabajo, no soy una mujer que se agobie fácilmente, pero para una mujer que se agobie fácilmente y tenga menos capacidad de trabajo, es muy difícil esto. Ya sin meternos en los inputs externos, los comentarios que recibes a veces de gente muy próxima a ti, y que es algo que tenemos que sufrir constantemente las que queremos llevar adelante una vida de familia y una vida profesional que te exige mucho.

También pagas un precio importante que supongo que comprenderás bien y que los hombres, por lo general, entienden poco y que es la culpa. Esa culpa que va con nosotras como de serie y que es un sentimiento muy poco constructivo pero que de tanto en tanto nos asalta y no se puede evitar.

 

Me pasaría horas hablando con Care pero hoy tiene que atender un montón de entrevistas más y a las ocho presenta su libro en L'Astrolabi, rodeada de amigos. Nos despedimos no sin antes agradecerle esta estupenda charla sobre fantasmas, adolescentes, inquietudes, obsesiones y tantas y tantas otras cosas más que me acaba de regalar.

 

ver + Care Santos

 

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