Como polvo en el viento

Opinión:

Leonardo Padura (1955), autor de una trayectoria novelística brillante que, aunque viejo conocido en nuestro país, ha pasado bajo radar para demasiados lectores, ha entregado a imprenta un libro notable sobre el exilio cubano. O quizá sería más apropiado hablar de exilios, pues son varias las historias y múltiples los personajes que tienen cabida en "Como polvo en el viento". Todavía tenemos el recuerdo agradable de "El hombre que amaba a los perros", "Herejes", y tantas otras.

Lo que más se agradece del enfoque de la novela es que el autor cubano haya huido de cualquier solución fácil, que podía pasar por el victimismo, algún tipo de dogmatismo, o la vertiente política que prescinde del factor humano. Nada de eso ha ocurrido, y por eso la novela merece ser celebrada y recomendada. Como escritor de raza que es, busca sobre todo a las personas, sus problemas, sus inquietudes (o la ausencia de ellas, en un buen número de personajes de la obra), de qué manera las cuestiones políticas afectan a los individuos. Y amor, muchas líneas de trama para explicar de mil formas que el amor es cuestión difícil. Que casi nunca sale bien, por una u otra razón. "Como polvo en el viento" es una novela en la que cabe más desamor que amor, los personajes avanzando entre obstáculos.

El vórtice de todas estas historias que les comento es Adela, una joven neoyorquina de ascendencia cubana que vive en Miami con un joven balsero que acaba de escapar de Cuba. Componen una pareja desigual, con una forma de entender e interpretar la vida radicalmente distinta, que da mucho juego. Pero en la historia todo lo remueve las andanzas de un grupo de amigos que han sufrido cuanto Cuba ha padecido: un régimen tirano y arbitrario, escasez, exilio y disgregación.

"Como polvo en el camino" es un fino y bien entramado seguimiento de qué ha sido de cada uno de ellos andado el tiempo, como si abriésemos un álbum de viejas fotografías y repasáramos el destino de cada cual. Como la historia reciente de la isla es trágica, también lo es cuanto les ocurre a ese pequeño clan. Para que la muestra sea más representativa, entre estos cubanos a los que Padura usa el microscopio hay de todo: ingeniero, veterinarios, artistas, personas de origen humilde o de la alta sociedad. También es diversa en cada uno de ellos su interpretación del régimen, la manera en que viven el castrismo. De esta forma tenemos una suma general que, aunque no arriesgada ni rompedora (se mueve siempre en lo comedido) sí que es plural y variada.

La intriga, que también la hay, es una mera excusa para que los personajes dancen ante nosotros, pero le funciona bien. Las casi 700 páginas que abarca se me antojan demasiadas. Podría haberse administrado el texto con mayor concentración, aunque por mi parte no es una queja de lector, porque la novela se lee cómoda.  Simplemente pienso que hubiera ganado en intensidad. En ocasiones uno siente que tiene más prisa porque las cosas ocurran que el narrador, una sensación que es frecuente a lo largo de la producción del narrador cubano.

La novela emocionará a muchos, estoy seguro, porque las reflexiones del exilio y las distintas situaciones por las que pasan los personajes no pueden dejar al lector indiferente. Acabo la reseña haciéndoles una confesión: no me gustan las escenas de sexo o desnudez de Padura. No le quedan bien, en mi opinión. Quizá por huir de un enfoque machista de la sexualidad, algo que en principio es buena idea, se queda en el aspecto puramente biológico de los cuerpos, una decisión que ahuyenta todo romanticismo y magia. Al final Padura nos habla siempre de fluidos, menstruaciones y aparatos, lo que convierte una escena íntima en un documental de biología. Les invito a que se queden con el resto, asegurándoles que obtendrán una buena novela.

Rafael Ruiz Pleguezuelos