Velódromo

Opinión:

Cuatro años separan a esta obra de Jesús Serna de su "Girasoles en Venecia" y ahora se percibe un salto en su calidad literaria, una mayor madurez en su estilo y desenvolvimiento de las escenas que se suceden en su breves relatos, con guiños de cierta audacia estilística que auguran una prometedora tendencia creativa. Su eventual crudeza convive con el anhelo permanente de belleza y complicidad en el amor, y su memoria aparece como un eficaz recurso para ofrecernos su visión de la vida, en una obra con especial protagonismo de momentos vividos en lugares distantes, que se convierten en escenas ante las que el lector se sitúa como testigo mudo y a la vez cómplice, gracias a una intimidad compartida con la que resulta difícil no solidarizarse.

Serna Quijada, ya lo he señalado en una reseña sobre su otro libro "Girasoles en Venecia", nos deja siempre hambrientos de continuidad de sus relatos, de averiguar que va a ocurrir segundos después de la última frase, de imaginar qué podía haber ocurrido con los protagonistas abandonados en una habitación de hotel, viviendo su juventud a las orillas de un río, viviendo la extraña paradoja que significa madurar a costa de encadenarse a grandes obligaciones cotidianas como una hipoteca, recordando la felicidad perdida de una época irreversible, consumiendo la vida a golpe de minutos gastados en un café una noche dominada por unos versos garrapateados en un papel, un amanecer en Lisboa apurando una botella de cava, consolándose de mal de amores en un burdel, o recordando el microcosmos de aquella aula de instituto que tenía tanta vida por vivir como todo el universo.

Un autor al que uno le gustaría encontrarse para beberse la vida, para compartir historias reales o imaginadas, para quemar la noche imaginando poemas. El autor se pregunta en su Velódromo por qué salvar los cuerpos si no se salvan las palabras; por qué hay que salvar los cuerpos sin salvar la memoria. Y de eso tratan estos relatos de Serna Quijada, de cuerpos, palabras y memoria, como una ecuación perfecta desparramada en estos breves relatos, los mismos que nos explican su propia teoría, su original idea de que todos los autores plagian a Dios, aunque sea una entelequia.

Jorge Riet