un hombre de palabra

Opinión:

De toda la colección “Pequeños Cuentos Desobedientes” publicados hasta ahora este es el más complicado para definir en cuanto a ilustración porque a mí no me han gustado las imágenes (al margen del cariño que la ilustradora haya puesto en ellos), y el que más me ha gustado por el uso de las palabras. Así pues, he decidido ir directa a las expertas: niñas de 3, 4 y 6 años, para que me den su opinión sobre la ilustración. Podrá parecer una tontería, pero los niños no sólo leen cuentos, también los miran, y lo que no les entra por el ojo es difícil conseguir que acabe entrando ni con calzador.
 
La más pequeñita no ha demostrado ningún interés, a la de cuatro años le ha gustado todo (pero advierto ya que le han gustado TODOS los dibujos de TODOS los libros que le he mostrado, no había criterio por su parte), y la más mayor ha sido más concreta: Ha pasado de largo por las primeras páginas sin mostrar ningún interés hacia las ilustraciones, ha rechazado las imperfecciones y fealdades exageradas (un cuerpo al que no se le ve brazos, un pelo de ricitos demasiado separado), le han encantado las imágenes divertidas (una nariz de Pinocho en el niño, una pose poco natural…) y se ha fijado rápidamente en los detalles (una flor en la boca del niño). Así pues, quienes se rijan por no fallar con la ilustración al comprar o regalar un libro por llevar idea de que el niño salte de alegría, tiene aquí un libro que no gustará a todos los paladares por igual y en el que los niños más mayorcitos serán más críticos.
 
La trama, la historia, es otra cosa. Está basada principalmente en juegos de palabras, para pasar después a la verdadera historia, la del niño que promete hacer algo para luego obedecer a mamá sin rechistar. Sinceramente, está muy conseguido, es largo y completo, hay muchas palabras probablemente nuevas para el niño (zozobra, resorte, reconcomio –ésta queda explicada en el cuento-, enjundia…), frases que reconocerá y frases que no entenderá, de esas que decimos “es una frase hecha”…, pero finaliza, tras muchos juegos de palabras, con el quid de la cuestión “¿seré capaz de ser siempre un hombre de palabra?” (entiéndase niño de palabra o niña de palabra, o cumplir con los tratos que papás, mamás e hijos hacemos para que recojan su habitación, no rechisten cuando se les mande a la cama o apaguen ya la televisión)
 
Sinceramente, me encantará tener la opinión de vuestros hijos si es posible.

Anika Lillo