Vanidad

Opinión:

"Estamos hechos para la gloria, la plena gloria de criaturas de Dios, pero en su forma más grosera se transmuta en engreimiento como ventaja para ser adorados por los semejantes", dice Xavier Quinzà Lleó en las primeras páginas de este ensayo. Su enfoque sorprenderá, posiblemente, a los lectores no habituados a los tratados teológicos, pues tanto la terminología que emplea el autor como el cauce de su escritura adoptan un tono y unas características más propias de una misa que de un ensayo filosófico. A lo largo de los primeros capítulos se nos ofrece una concreta disertación en torno a las características éticas y emocionales del vanidoso prototípico, aquel individuo esencialmente competitivo que copia sin piedad la imagen ajena porque basa toda su existencia en desear los objetos deseados por otro. Se trata de un sujeto resentido porque hace de su vida un intento continuado de opacar a los demás. Ahora bien: Quinzà Lleó, jesuita y profesor de Teología en la Universidad Pontificia Comillas, propone un diagnóstico muy alejado del psicoanálisis y de las ciencias del comportamiento, pues atribuye la soberbia a un deseo de gloria mundana, en ausencia de la gloria de Dios. El vanidoso, en su intento de querer ser alabado por encima del resto, hace de sí mismo un dios falso y rehúye, en consecuencia, el recto camino cristiano.

En cualquier caso, y como afirma el autor, la vanagloria no es más que la precursora, el comienzo y la madre del orgullo. El análisis que Quinzà Lleó lleva a cabo del orgullo toma como precepto los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola, a partir de los cuales considera más fácil y accesible el camino para hacer frente a los desengaños impulsados por los vicios. Varios ejemplos bíblicos permiten al autor caracterizar al orgulloso, pero el más crucial de ellos es el estereotipo del fariseo, paradigma de la falsedad y de quien se niega a aplicar en sí mismo los valores que predica para otros. Orgullo y vanagloria nos conducen, en última instancia, a la soberbia, el mayor de todos los pecados -según algunos autores- por tratarse de una suplantación del poder divino. Hay en este fenómeno un rechazo de la propia imperfección del hombre y, con ello, un deseo desordenado de apartarse de la doctrina cristiana, en tanto que deshace el vínculo de la creación con su origen. En este sentido, son interesantes las páginas que el autor dedica a analizar la representación de la soberbia por medio de la ceguera en toda la iconografía de inspiración bíblica.

La soberbia, supuesto origen de todos los vicios, nace de una valoración excesiva e irreal de uno mismo, de ahí que Xavier Quinzà Lleó opte por abrir un acertado interludio en medio del ensayo para reflexionar sobre lo que él denomina 'la distorsión narcisista', una desviación de la estima propia que buscaría por todos los medios el reconocimiento, el respeto y la veneración por parte de los otros. Tras una disertación casi psicoanalítica sobre el narcisismo como forma del carácter humano y sobre sus cauces emocionales, el autor propone tres 'confesiones ejemplares' en las que personajes ficcionales toman la voz para explicar sus vidas, todas ellas distorsionadas hasta los límites. Son, en verdad, representaciones casi satíricas de la vanidad, de la pedantería y de la soberbia, y todas ellas preludian un último capítulo en el que, mezclando las herramientas de la psicología, de la bioética y de la religión, el autor propone la humildad como vía para paliar los males de la vanidad.

Darío Luque