pax romana

Opinión:

Como lectora habitual de novela histórica e historiadora, siempre he lamentado que este género haya sufrido tanto a manos de escritores que usan la historia como yacimiento de donde extraer tramas y personajes para sus novelas, pero sin abordar una reconstrucción respetuosa del pasado.

Escribir novela histórica no debe ser mera literatura; sabido es por todos que la mayoría de los lectores de este género consideran que es una forma de aprender sin necesidad de enfrentarse a la aridez de un texto profesional. Por ese motivo, hay una especial responsabilidad cuando se aborda una novela histórica: es necesario encontrar un equilibrio entre lo literario, la narración de los acontecimientos que afectan a unos personajes de ficción, y lo histórico, aquellos hechos del pasado y el contexto de la sociedad en la cual éstos pretenden vivir.

Pax Romana   es un magnífico ejemplo de cómo se puede alcanzar este equilibrio. Yeyo Balbás te acompaña en un viaje prodigioso por la Roma y la Cantabria del pasado, abre una ventana a la vida de los legionarios romanos y, lo más importante, recupera la Historia con hache mayúscula para que la contemplen nuestros ojos.

El periodo en el que se sitúa la novela, la época de Augusto, y el atractivo poderoso que ha ejercido el líder cántabro Corocuta son dos elementos importantes en la historia; pero más aún lo es pasear por la Roma convulsa de la transición al Imperio y observarla con los ojos de un ciudadano común, verla a través de la intimidad de una mirada personal, la de Marco Vitrubio Rufiano, el protagonista, como si fuéramos nosotros mismos.

Los personajes de esta novela son todos ellos teselas de un mosaico inolvidable. Cada uno de ellos aporta un trozo más de esa mirada general al mundo romano, sus grandes logros y sus grandes miserias, desde la del legado, Fanio Cepión, al mismísimo arquitecto romano Vitrubio. Y esto podemos hacerlo con la confianza de que lo que se nos cuenta es en un porcentaje muy alto, algo que pudo haber ocurrido así o de manera muy parecida. Roma se despliega ante nosotros con su verdadera piel y sus verdaderos ropajes, al menos, hasta lo que los restos arqueológicos y los estudios de su legado nos permiten entrever.

Por otro lado, la misma estructura de la novela, ágil y veloz, sigue la pelea desesperada por la supervivencia de la Novena Legión Hispana que luchó en las guerras cántabras, a veces más por salvar su propio pellejo que por la gloria del pueblo romano. Los abundantes flash backs, que tanto suelen entorpecer la lectura, en este caso empujan la acción con fuerza renovada mientras nos muestran detalles claves de la acción. Así, podemos asomarnos a contemplar los entresijos de la política romana con toda la suciedad que le es propia; nos trae a veces hasta las miserias de la actualidad, pero sin caer en el anacronismo. Es cierto que la historia no se repite, pero más cierto es aún que los seres humanos sufren y viven de la misma manera. Y así lo muestran los compañeros de Marco, en muchos casos, víctimas de sus jefes y de los políticos que deciden lejos del barro de los campos de batalla.

Pero, por encima de todo, Pax Romana es una historia que emociona. La guerra, esa actividad tan antigua como el hombre, no es sólo un listado de nombres y fechas. La guerra es una actividad humana, hecha por hombres, donde estos viven y mueren. Yeyo Balbás recrea con gran verosimilitud la mentalidad del combatiente, desde el líder racional que planea tácticas y operaciones, al mero luchador de a pie que espera, con el corazón en la boca, el ataque del enemigo o la orden de atacar. Si alguna vez un lector ha deseado participar en una batalla ahora puede hacerlo; sudar bajo el hierro de la cota de mallas, blandir la espada como si le fuera la vida en ello, sentir el pánico ante los alaridos de los enemigos y llorar al lado de un amigo agonizante.

En definitiva, Pax Romana cumple de sobras con su propósito: mostrar el amor de Yeyo Balbás por Roma y su historia, la Roma auténtica, y hacernos sufrir y disfrutar a sus lectores, nosotros, con él. Leedla, no os defraudará.

M. J. Sánchez