No estoy aquí

Opinión:

Durante mucho tiempo, Mila creyó que era adoptada. En su casa apenas se conservaban unas pocas fotos suyas de pequeña, mientras que el rostro de su hermano copaba álbumes enteros que toda la familia contemplaba con añoranza y pasión. Es tal vez ese sentimiento de marginación, de desempeñar un rol secundario en el seno familiar, lo que empuja a Mila a la redacción de un cuaderno autobiográfico mediante el cual pretende ajustar cuentas con el pasado. Pero ese ajuste de cuentas no aparece circunscrito al ámbito familiar, pues la protagonista necesita también aclarar sus sentimientos respecto a un desliz en su relación matrimonial. Todo ello, además, cobra una dimensión profundamente sentimental (sin caer en el melodrama) cuando descubrimos que Mila está embarazada, de modo que su gesto retrospectivo tiene una contraparte prospectiva, en tanto que debe reflexionar sobre su legado familiar y el futuro que ella desea para su hija Bruna.

Mediante el relato autobiográfico de la protagonista, Anna Ballbona ha construido en "No estoy aquí" una minuciosa crónica generacional con la que podrán sentirse identificados muchos catalanes nacidos en los años ochenta. Y es que la periferia urbana se convierte aquí en el cronotopo por excelencia: Mila crece en un barrio apartado y mal urbanizado, cuyos márgenes se hallan delimitados por una autopista, un polígono industrial y un cementerio. Allí convive con una familia de origen campesino que se resiste, igual que el barrio, a ser fagocitada por la modernidad urbana. Su infancia, por ello, aparece decorada por todo un conjunto de elementos y personajes que únicamente son posibles en el imaginario rural: Pau, el esquilador que embellece su oficio con el innato don de la fábula y la narración oral; una tía soltera, católica y depresiva con afición a lecturas algo irreverentes (Terenci Moix y Pere Calders, por ejemplo) o Félix ('el Hombre de Allá Arriba'), un curandero de Berga que cumplía las funciones de psicólogo, pediatra, médico de familia y amigo.

"La ciudad se me reveló cuando llegué a la universidad", afirma Mila hacia la mitad de la novela. Tras una infancia aislada de la modernidad y anclada en las costumbres rurales de un padre maravillado por el cemento 'portland' y por las patatas 'kennebec', Mila tiene la oportunidad de ensanchar su mundo. Con los años universitarios en Barcelona llegan también los aprendizajes sexuales y románticos y los últimos coletazos de una vida marginal que estaba a punto de esfumarse para siempre. Un erasmus a París sería el último episodio que la protagonista necesitaría para hacer patente su angustia, nacida de la paradoja entre la voluntad de crecer y la necesidad de anclarse a la identidad familiar. La novela de Anna Ballbona se completa con ciertas interrupciones de la memoria por parte de las preocupaciones presentes de Mila: su matrimonio con Simó, es desliz que hizo peligrar su relación, y el inminente nacimiento de Bruna.

Con "No estoy aquí", Anna Ballbona viene a sumarse a la gloriosa nómina de escritores catalanes que han explorado, con magníficos resultados, el magnetismo de la periferia urbana (piénsese en Luis Goytisolo, Paco Candel, Juan Marsé o incluso Francisco Casavella). Asimismo, su novela rehúye de cualquier tópico posmoderno que podría ser esperable en una obra sobre maternidad y vínculos familiares; y, en cambio, aborda cada uno de los temas que trata desde una perspectiva inédita, a menudo desnudándose de prejuicios y de idealizaciones. Si una pega puedo ponerle a la novela es el último capítulo, con el que se desvelan ciertos misterios que -en mi opinión- debían permanecer escondidos tras la ambigüedad del relato. 

Darío Luque