Los enemigos

Opinión:

Desde las primeras páginas de "Los enemigos", Kiko Amat confiesa que la premisa del texto es tan simple como sospechosa: según él, tener enemigos puede resultar útil. Apenas en el prólogo, poco antes de entrar en materia, él mismo afirma que "la certeza de que siempre existía un opuesto, un enemigo, contra el que enfrentarse o en quien reflejarse, ha marcado mi comportamiento y mi destino y relaciones y la forma en que crecí, y por consiguiente también mi oficio y mi obra literaria". Tomando este punto de partida, uno podría esperar que todo el libro se construyera como un relato autobiográfico en torno a la enemistad y a los aprendizajes que el propio autor pudiera haber extraído de una vivencia de este tipo, con su moraleja final y su sentido decididamente moralista. Pero Kiko Amat no es un escritor cualquiera y, como todo heredero de la tradición literaria anglosajona, sabe que la moral sólo tiene cabida en la literatura para subvertirla y hacer de ella un canon personal. De ahí que el libro no sea una diatriba contra la antipatía, ni mucho menos una defensa de la bondad y del compañerismo, sino que acaba siendo más bien un magnífico ejercicio literario, entre antropológico y discursivo, en torno a una de las pasiones humanas más intrigantes.

El ensayo se estructura en ocho capítulos, cada uno de los cuales ofrece el análisis de una tipología distinta de enemigos, según la visión irreverente y cómica del propio autor. En el primer caso, por ejemplo, Kiko Amat reflexiona en torno a los 'enemigos naturales', es decir, aquella antipatía que nace de forma impulsiva y sin causa aparente. Más adelante nos presenta también a los 'enemigos invisibles', aquellos que a menudo pueden confundirse con amigos; y a los 'enemigos erróneos', es decir, los que se han odiado por causas equivocadas o por puro interés. A lo largo del libro, el autor incluye capítulos más amenos, a modo de hilarantes listas mediante las cuales enumera, por ejemplo, las causas de haber confundido a un enemigo por amigo, o los motivos por los cuales uno jamás debería fiarse de su olfato para con los enemigos, o las situaciones que han suscitado en el autor un rechazo instintivo.

Cada uno de los ocho capítulos se introduce con un breve párrafo explicativo, en el que se adelanta el contenido y la estructura del mismo, como solían hacer los tratados filosóficos antiguos. Con ello, además, se resaltan las numerosas referencias literarias y culturales, que de otra manera podrían pasar desapercibidas en el caudal del texto: por ejemplo, Kiko Amat no duda en combinar referentes antiguos, como Séneca, Plutarco o Poggio Bracciolini (autor del tratado "Contra hypocritas", 1448), con otros autores más recientes, como Herman Melville, J.D. Salinger o Flannery O'Connor. Hay también espacio en estas páginas para referentes musicales, y también para ciertas citas y menciones que, por su brusquedad y mal gusto, forman parte del ácido y violento sentido del humor que a veces gasta el autor (como las referencias a Hitler o a Stalin). En cualquier caso, creo que el mayor aliciente de este texto es el magnífico uso de la autoficción (o de la autobiografía) para canalizar las reflexiones y las tensiones del discurso: en uno de los primeros capítulos se habla, con mucho humor, de una cena con un tal Billy, 'enemigo natural' del autor; en cambio, hacia el final de la obra se nos ofrecen unas páginas de mayor calado emocional en torno a la relación del autor con su hermano y con sus hijos.

En mi opinión, "Los enemigos" no es sólo un magnífico ensayo, sino una de las mejores obras que ha escrito Kiko Amat. Su magisterio sobre el tono narrativo queda evidenciado en este texto, en el que modula la tensión desde pasajes melodramáticos hasta otros humorísticos, y viceversa, sin titubear ni un segundo. Un gran logro de la no ficción.

Darío Luque