La Wycherly

Opinión:

En la actualidad la novela negra parece que está entrando en una especie de caída libre donde su más pura esencia se está mancillando de una forma que ya casi ni es reconocible. Si bien se publican al año nuevas historias sobre asesinatos, desapariciones, estafas, etc., un lector exigente o amante de la gran novela negra quizá se descorazona ante tanta pobreza literaria. Por novela negra hablamos de retroceder muchas décadas en el tiempo, allá cuando Hollywood se estaba convirtiendo en la gran fábrica de películas que es ahora y que lleva aún buen tiempo siendo; hablamos de novelas donde en el imaginario de uno se le presenta el negro de las películas en blanco y negro, de los callejones oscuros donde la luz de las farolas apenas alumbran, de esos asesinos que se cuelan en casa de ricachones para matar a su víctima. Nos figuramos a detectives privados en vez de policías o sargentos, con gabardina y sombrero, y, sobre todo, con un insaciable deseo por fumar, envuelto en una maraña de embrollos amorosos o familiares donde hay mujeres rubias, mujeres con mucha tendencia a beber o abogados corruptos. Esa es la gran novela negra, aquella en la que reinaron Dashiell Hammett y Raymond Chandler, entre otros pocos.

Para los verdaderos amantes de la novela negra o para todos aquellos que quieren que el suspense se los engulla durante más de trescientas páginas, aquí tienen en sus manos toda una joya. Tanto el autor como la obra. Lo anecdótico de todo es que se trate de una obra prácticamente desconocida aquí. No es una novedad novedad, en verdad. Se publicó a principios de los años sesenta, concretamente en 1961. Se trata de la novena aparición del protagonista de la novela, Lew Archer, un detective privado que aparecere en un total de dieciocho novelas y en otro tanto de relatos. Y aún más anecdótico es que los críticos no pongan en un pedestal "La Wycherly". Todo esto no hace más que plantearse en leer toda la colección del autor, Ross MacDonald.

Reúne toda una serie de características que provocan la incesante necesidad de leer y saber más. En primer lugar, las descripciones son breves y sólo adquieren la importancia de situar al lector, lo que se traduce en una gran abundancia de diálogos. Estos son apasionantes, con constantes mentiras, embrollos o líos entre los personajes. A diferencia de sus predecesores, el autor introducía un análisis más psicológico de sus personajes, lo que les convierte en bastante cercanos y causan en el lector todo un remolino de sentimientos de, o bien, animadversión, o bien, de emoción. En segundo lugar, es constantemente dinámico, sin abusar del movimiento en ningún momento. Uno no deja de descubrir secretos de los personajes o uno no deja de sorprenderse. En tercer lugar, es prácticamente imposible predecir su final, pues hay un par de vueltas de tuerca que descolocarán al lector. Para terminar, Lew Archer es un tipo avistado y cínico que provocará las carcajadas y las sonrisas del lector, lo que, sumado a lo previamente dicho, divierte, y mucho.

En definitiva, se trata de un libro para gozar y perderse. Las casi cuatrocientas páginas se convierten en cien si llega.

Cristià Serrano