la clave de einstein

Opinión:

Aunque la novela comienza con un ataque al jubilado doctor Hans Kleinman, compañero de Einstein y antiguo mentor suyo, y esta característica es muy del estilo de Dan Brown, el autor consigue enganchar al lector desde las primeras páginas con una trama bien elaborada y una técnica de escritura correcta.
 
El lector sabe que le espera un thriller con misterio incluido, muy de moda desde el Código da Vinci, pero en este caso la prosa es buena, no chirría; los diálogos son naturales y la narración es fluida, por lo que se ve irremisiblemente atrapado por las páginas del libro. Además, la temática es científica, algo novedoso a lo que no estamos acostumbrados en un mundo plagado de “misterios religiosos” que ya parecen haber sido desvelados en su totalidad. "La clave de Einstein" es como un soplo de aire fresco entre tantos cálices robados, sotanas cardenalicias y demás parafernalia eclesiástica. Aquí no hay curas, ¡gracias a Dios!
 
La narración es dinámica, limpia y clara y el autor no comete los típicos errores de estas obras de ficción que en muchas ocasiones carecen de calidad literaria. Sabe llevar el ritmo y no pierde el pulso de la tensión narrativa en ningún momento acrecentando el ritmo de la trama de una manera constante y progresiva.
 
El “misterio” que el autor intenta desvelar versa sobre la Teoría del Todo (o Teoría Unificada, aunque recibe unos cuantos nombres más como la Teoría de Cuerdas o Teoría M). En realidad, todas esas denominaciones hacen referencia a una teoría de la física en la que los científicos llevan inmersos desde la muerte de Einstein. De hecho, el mismo Einstein dedicó las últimas décadas de su vida para escribir las ecuaciones que podrían sustentarla. Se trata de una teoría que unifica las cuatro fuerzas de la naturaleza: la electromagnética, la de la gravedad, y las fuerzas nucleares débil y fuerte. Una teoría que englobará la física de lo pequeño (las moléculas) con la física de lo grande (el cosmos).
 
A pesar de ser un contenido temático muy complejo, el autor ha sabido acercar sus principales puntos al lector de una forma sencilla. No en vano él es físico y periodista para la revista Scientific American. Y, aunque ha sabido insertar la documentación justa en los lugares precisos de su novela, la Teoría del Todo no es tan fácil como pueda parecer y conviene que el lector, al menos, haya aprobado la física del bachillerato y comprenda de qué están formadas las partículas elementales. Es posible que se pierda con las nociones más complejas de la Teoría de Cuerdas y que las branas (ojo, no ranas) le suenen a chino, pero no por ello perderá el hilo de la ficción y la historia continuará atrapándole.
 
El autor lo consigue con la alternancia de subcapítulos cortos (dentro de los capítulos más amplios) en los que superpone las historias de los diferentes hilos argumentales entretejiéndolos entre sí con una gran maestría. Siempre finaliza cada “escena” dejando al lector con un nuevo interrogante.
 
A pesar de su lenguaje cuidado y correcto, me resulta desconcertante que su autor, Mark Alpert, haya empleado una amplia variedad de vocablos soeces y malsonantes que podía haber eludido perfectamente o haber sustituido por otros menos estridentes: la hostia, gilipollas, joder, hijo de puta… y un largo repertorio.
 
Entre los elementos discordantes del relato, que no empañan la elevada puntuación general del libro, podría destacar la descripción de ciertos estudiantes universitarios como acólitos entregados a la sapiencia de un eminente científico que restan credibilidad a la novela por su devoción que raya casi en lo religioso.
 
No termina de convencerme el cambio psicológico de otro personaje de la obra, un científico que desea a toda costa descubrir la Teoría del Todo para ayudar a la humanidad pero que, para conseguirlo, utiliza a un terrorista que deja un rastro de sangre tras de sí; así como que él mismo dispara sin piedad con una ametralladora a su grupo de alumnos-acólitos: es violencia gratuita. Y es eso, precisamente, lo que me ha parecido el final, con su montón de cadáveres amontonados en las últimas páginas del libro. El autor podría habérselos ahorrado.
 
Tampoco termino por “digerir” del todo esas típicas charlas que el terrorista a sueldo suele tener en el último momento con el protagonista antes de meterle un par de tiros entre ceja y ceja. En esta ocasión tampoco nos libramos de una de ellas. Sabemos que es una treta novelística para que el autor pueda explicarle algunos asuntos al lector y de paso cerrar ciertos cabos sueltos de la trama. Pero creo que los escritores deberían de comenzar a afilar sus “plumas” y a rebuscar en su imaginación otras tácticas más creíbles.
 
Y, a estas alturas de la novela, la explicación de las consecuencias de la Teoría del Todo para la humanidad se complica un poco para un lector medio. Aunque le suene la existencia de los aceleradores de partículas, como el de Suiza, sobre el que tanto leímos el año pasado porque nos avisaron de que podía crear un agujero negro que engullese a la Tierra (aunque al final no creó nada), de ahí a ser capaz de comprender los rudimentos de la física cuántica media la mitad del cosmos.
 
Sin embargo, que ningún lector se amilane: la novela es buena y todos los “peros” que apunto no restan la maestría del autor a la hora de montar la trama, perfilar a los personajes o escribir los diálogos. Para entonces, estará tan metido en la historia que ni se percatará de esos pequeños errores. Y esto es un sobresaliente para Mark Alpert.

Gemma Nieto