el tornillo

Opinión:

Este fue el último número de la titánica colección teatral Escélicer, que supuso una pica en Flandes para el teatro español de los años 50-70. Su autor escribió esta pieza como un homenaje a la figura de Miguel Hernández, poeta biografiado por el propio Muñoz Hidalgo en una edición hoy inencontrable, titulada Cómo fue Miguel Hernández, punto de partida de los estudios hernandianos. El poeta oriolano se encarna en el personaje sufrido de Rubén, que, a pesar de su deambular de prisión en prisión, no ha visto doblegados sus principios ni su ánimo de igualdad y de lucha contra el abuso del poder, manteniendo la fe en sus ideales y convicciones, con un espíritu inquebrantable y conciliador, sobreponiéndose a la atmósfera desangelada de una cárcel marcada por la dejadez y la precariedad, la desazón y la hambruna. Las falsas esperanzas, las pasiones contenidas y el presentimiento de un final inexorable y cada vez más cercano, de un tornillo que poco a poco gira hacia sus cabezas, son la tónica de la convivencia en prisión. Sólo cuando la vida de Rubén corre serio peligro, algunos de sus compañeros estallan de rabia, sentimiento que no acompañan con acciones y que, por lo tanto, se torna inútil. La firmeza de su postura y la plena convicción de Rubén en sus ideas («Mi partido es el pueblo, el que trabaja», dirá Rubén) aceleran el dramático fin. Una pieza loable que rinde tributo a un poeta inmortal, a pesar de la desafortunada adaptación televisiva y de los constantes problemas con su legado.