el embajador de medina azahara

Opinión:

Cuando el autor —autores en este caso— de una novela sabe lo que hace, se advierte desde el primer párrafo. Y como este hecho resulta menos frecuente de lo que sería de desear, es inevitable quedar doble y gratamente sorprendido. Tal es el caso de El embajador de Medina Azahara, una deliciosa novela histórica que combina con acierto el rigor de los hechos probados con la imaginación novelesca. El protagonista se convierte aquí casi en un mero narrador en primera persona, que cede el lugar de privilegio al entorno mágico del palacio del califa, e insufla credibilidad a lo narrado.

La ambientación histórica, tal vez lo mejor de la novela, revela un estudio profundo de la realidad de la Córdoba del siglo X, así como un análisis de la situación política y estratégica en la Europa de aquellos días. Un logro indiscutible es, por tanto, el atractivo y la credibilidad de escenarios y personajes. Estos últimos, si exceptuamos a Juan de Gorze, el embajador de Otón I, se revelan sencillos, humanos, curiosos, sujetos a flaquezas pero firmes en lo trascendental. Hago excepción de Juan (San Juan de Gorze) porque su aureola de santidad queda tan patente en la novela y le sitúa tan por encima de las cosas terrenales que prácticamente no debe ser considerado como un personaje, sino más bien como un símbolo de la presencia de la verdad cristiana en pleno califato ibérico. Dejando hablar a sus personajes, los autores van deslizando explicaciones que, lejos de distraer al lector, le sitúan todavía más en esa época. Largas enumeraciones de remedios médicos para según qué dolencias, el influjo de los astros en cada uno de los meses de gestación, fragmentos de cartas que revelan la angustia del pueblo judío, un estado sin territorio, disperso y forastero en todas partes, y muchísima más documentación sobre los conocimientos y la mentalidad de la época, que sorprenden y maravillan.

Siempre que leo novela histórica me infunde confianza el poder comprobar que quien la escribió respetó los hechos históricos fundamentales y, cuando recurrió a la fantasía, lo hizo con el respeto debido a aquéllos y dentro de los límites de lo verosímil. Después de haber disfrutado El embajador de Medina Azahara tanto que me supo a poco, no me queda la menor duda de que ésta es una de esas novelas que todo amante de la Edad Media, de la historia de los musulmanes en la península ibérica o de la Europa antigua agradecerá leer.
 
José Antonio Carbonell Pla