el cero y el infinito
Título: el cero y el infinito
Título Original: (darkness at noon, 1940)
Autor: Arthur Koestler
Editorial:
Mondadori
Copyright: Traducción de Eugenia Serrano Balanyà
Prólogo de Mario Vargas Llosa
1ª Edición, Enero 2011
ISBN: 9788499087436
Etiquetas:
política
Argumento:
La novela es una ficción parabólica que contiene un discurso político muy elocuente. El marco es una prisión en donde un viejo dirigente soviético ha sido arrestado dentro del programa de purgas estalinista. Estructurada en tres interrogatorios, en los que se entremezclan trozos del diario del protagonista, con retazos de recuerdos y las conversaciones a golpecitos en la pared con los compañeros de las celdas colindantes.
Desde allí, el protagonista Rubachof, va recordando su pasado y contrastando cómo le ha tratado el Partido hasta el momento y cómo ha tratado a otros, cuales son los presupuestos teóricos y la triste realidad práctica. A Rubachof dos de sus compañeros de Partido, Ivanov y Gletkin le hacen un tratamiento (a base de impedirle dormir y apuntarle con un potente foco de luz cegadora) para convencerle de que es culpable de traición al Régimen: todos son partícipes de similares presupuestos, lo que hace posible llegar hasta la conciencia de Rubachof: la Revolución está por encima de todo, la Historia es algo colectivo, el Individuo no importa. No se puede traicionar al Partido: el Individuo ha de dejar paso a la colectividad en su avance hacia el Socialismo, encabezados por papá Stalin, no importa que haya de sembrar ese camino de muertos y que sean sus primeros compañeros y los primeros dirigentes del sacrosanto Partido los primeros en caer.
Arthur Koestler (Budapest 1905- Londres, 1983), de origen húngaro y judío fue escritor, periodista, ensayista, escribiendo gran parte de su obra en alemán; miembro activo del Partido Comunista, que posteriormente abandonó, por los horrores estalinistas; capturado en Málaga –donde ejercía de reportero para un diario británico- por los franquistas durante la Guerra Civil española, en los años cuarenta se instaló en Inglaterra, hasta su muerte por suicidio. Al igual que Zweig, se suicidó su esposa, se suicidó con él. Despechado y enfermo, unos años después, otro autor húngaro, Sándor Márai, se suicidaba en California. Todos habían vivido las dos guerras y compartían un cierto espíritu desasosegado. La participación activa de Koestler en el Partido le marcaría para toda su vida. Como resalta Vargas Llosa en su excelente prólogo, fue testigo y participó en muchos de los grandes hitos políticos del siglos XX: el despertar del sionismo y el nacimiento del estado de Israel, la revolución rusa, el nazismo, la guerra española, la ocupación alemana de Francia, la batalla de Inglaterra, así como la precipitada revolución científico-técnica.
Opinión:
El texto se publicó en el 40 y los famosos juicios de Moscú tuvieron lugar entre 1936 -38. Como en la época del Terror francesa, en la que la Revolución devoró a sus primeros padres, tras acabar físicamente con los monarcas y gran parte de la aristocracia, dirigentes de primera fila del Partido fueron juzgados bajo la acusación de conspirar contra papá Stalin, complicidad con agentes extranjeros contra el naciente régimen soviético. Y lo llamativo del caso, como destaca Vargas Llosa en su prólogo, es que todos se autoinculparon, todos se reconocieron traidores y contrarrevolucionarios. ¿Por qué lo hicieron? Koestler trata de explicarse y explicarnos el proceso mental que un dirigente del Comité central, Rubachof, detenido en una de esas purgas, sigue hasta llegar a conclusiones autoinculpadoras. La novela es como una especie de plataforma donde el protagonista y los diversos personajes van elaborando sus discursos y el autor contrasta estos entre sí y con la realidad de los hechos posteriores. El resultado es una visión terrible de lo dramático que es el fanatismo, el trastorno que puede ocasionar en las mentes de los hombres y cómo puede llevarlos al sacrificio de vidas humanas con pretensiones de justificación racional. Y lo más terrible es que Koestler ficciona lo que vio con sus propios ojos y vivió en su propia vida. Puso en Rubachof, según Vargas Llosa las ideas de Bujarin, y los rasgos físicos de Trotski y Radek. El conflicto entre los medios y los fines, el paso de apisonadora que supone el Partido sobre los individuos, machacando a todo el que supone la más mínima desviación u oposición a los fines revolucionarios, encarnados en papá Stalin, todo ello nos es expuesto de un modo tan didáctico que parece de manual; de un modo frío, distanciado, terrible, el protagonista se da cuenta de que va a morir, y que a él le están haciendo lo que él ha hecho antes a otros, inocentes, y sus dudas finalmente se resuelven en la salvaguarda del omnipotente Partido, a quien ofrenda su vida, al mismo tiempo que reconoce que no va a servir para nada y que las siguientes generaciones van a olvidar su sacrificio y las masacres y van a empezar de nuevo.
Realmente estremecedora por sus conclusiones y por la manera de presentarnos el proceso. El debilitamiento físico al que le van sometiendo le hace desear el sueño e identificarlo con la muerte. Parafraseando a Shakespeare, “¡Morir..., dormir, no más! ¡Y pensar que con un sueño damos fin al pesar del corazón y a los mil naturales conflictos que constituyen la herencia de la carne! ¡He aquí un término devotamente apetecible! ¡Morir..., dormir! ¡Dormir!... ¡Tal vez soñar! ¡Sí, ahí está el problema! Como Hamlet, Rubachof duda entre ser o no ser un buen comunista, un buen miembro del Partido, un buen revolucionario… o ser un buen hombre. El resultado es, obviamente, la muerte.
Ariodante
Julo 2011
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