Paraíso Alto

Opinión:

Hay algo que nos atrae y nos fascina de los lugares abandonados, de esos espacios que son frontera, tanto física como simbólica, de nuestra realidad. Utilizar un espacio abandonado, con sus edificios intactos, pero con los interiores olvidados, como imagen de ese lugar límite, de ese linde entre la vida y la muerte, es un acierto, pues probablemente en el momento en que cruzamos esa frontera, dejamos algo abandonado y nos abandonamos.

Lo interesante de este "Paraíso Alto" de Ordovás es que se adentra no sólo en esos lugares frontera, en ese abandono tan propio de nuestro mundo, pues nos hemos acostumbrado a crear y destruir, a comprar y tirar, sino que lo hace también en uno de los temas tabú por excelencia: el suicidio. El elenco de suicidas que retrata en estas pequeñas historias, que se suceden sin aparente conexión, tiene en ocasiones aires que recuerdan al mundo circense, o al de una compañía de extraños que se abre en canal para mostrar sus heridas, sus vacíos. Otras veces puede traernos ecos de situaciones más cotidianas, más conocidas, pero igualmente expuestas sobre la mesa.

"Paraíso Alto" es un libro extraño y audaz. Con una prosa cuidada, sin florituras pero sin fisuras, crea una atmósfera que tiene algo de poético, algo de simbólico, pero que deja leerse como una historia de historias, que no llegan a ser en sí cuentos, pero que guardan en su interior la esencia de formar parte de un todo sin dejar de ser completas.

Quizás lo más interesante de esta pequeña novela es que mezcla sensaciones. Hay cierta melancolía en el paisaje y en la galería de personajes que desfila por las calles del pueblo. Pero también hay cierta ironía, un guiño a la vida y a la muerte desde un lugar curioso, sin juzgar ni recrearse en el lodo. Eso hace que sea difícil de clasificar, porque, al llegar a la última página, tardas un poco en asumir lo que has leído. No pretende dar una lección, ni ofrecer una novela con mensaje. Es un retrato, una muestra de ese lugar por el que caminan muchas personas y que probablemente sólo el ángel (y enterrador) que lo habita puede aprender a observar sus sombras.

Inés Macpherson