Unamuno versus Unamuno
Siempre me pareció un personaje peculiar y curioso ese don
quijotesco Miguel de Unamuno, en la acertada
definición que Antonio Machado hizo de él con motivo
de la publicación del libro Vida de Don Quijote y Sancho. He visto
en él, posiblemente a pesar suyo, la personificación de todas las
contradicciones hispanas: capaz de enfrentarse a la dictadura de
Primo de Rivera, lo que le cuesta ser desterrado a Fuerteventura en
1924, volver en 1931 del exilio francés en loor de multitudes,
presentarse y ganar un acta de diputado a Cortes por la causa
republicana, después apoyar la sublevación franquista, hasta el
extremo de donar cinco mil pesetas a la "causa nacional" y luego
organizar en 1936 un escándalo de tomo y lomo, en presencia del
general legionario Millán Astray, en defensa del pensamiento ante
la fuerza bruta, con aquella memorable frase de "venceréis pero no
convenceréis", del que salió indemne gracias a la oportuna
intervención de Carmen Polo, esposa del general Franco.
Por cierto que, en aquella memorable reunión de Salamanca, estaba
presente ese "insigne" escritor llamado José María Pemán, hoy
justamente olvidado, que gritó aquello de mueran los falsos
intelectuales.
En fin, cuántas similitudes con ese pueblo, al que tanto fustigó
Unamuno, con la palabra y la escritura, que es capaz de sublevarse
contra la invasión francesa en 1808, que organiza las Cortes de
Cádiz de 1812 y se da una constitución liberal, para después
recibir al grito de "vivan las caenas" al infecto Fernando VII, al
que el pueblo llama nada menos que "el deseado" hasta el extremo de
desenganchar los caballos del coche que le transportaba para ser
los mozos los que tiraran del mismo.
Cuánta coincidencia con ese ciudadanía que acude sumisa a la misa
dominical, a las procesiones y después quema conventos o, por el
contrario, despotrica de la Iglesia pero envía a sus hijos a
colegios religiosos.
Cuánto parecido con ese pueblo que lucha bravo contra Franco y que
después acepta, primero resignado y después -no nos engañemos-
entusiasta el régimen autoritario, como le llaman ahora de forma un
tanto eufemística. En definitiva ¡cuántos Unamuno!
Viene esto a cuento de que hace unos días leyendo unos ensayos
típicamente unamunianos, reunidos en un volumen de esa
extraordinaria colección que es Austral, de la editorial Espasa
Calpe, a la que algún día habrá que rendir homenaje público, pude
comprobar que, en mi opinión, Miguel de Unamuno tenía una
visión un tanto extraña de lo que es la libertad, una percepción,
en definitiva, muy española.
En el número 299 de esa colección, en la edición de 1978, y bajo
el título genérico de "Mi religión y otros ensayos breves" se
recogen algunos interesantes artículos del filósofo vasco que
ayudan mejor a conocerle y también, a través de él, conocer el
pensamiento español, al menos el de aquel momento, del que en
alguna medida, dada la casi orfandad posterior somos, un poco
herederos.
Me han llamado la atención tres artículos particularmente, porque
los dedica a un tema que hoy está candente: la libertad sexual del
individuo, y la verdad es que, en el fondo, arremete con fuerza
contra ella y si bien procura disimularlo con bastante habilidad,
se nota que sencillamente la niega, aunque -eso sí- para lograr
metas de moral (cristiana) inigualables.
De todos es conocido que Unamuno en su primera época estaba muy
influido por el pensamiento del alemán Friedich Nietzsche, que como
también es conocido, tenía unas ideas muy particulares respecto al
hombre. Nietzsche, del que se han efectuado interpretaciones
aberrantes, sostenía, entre otras cosas, que el ideal humano debe
ser lograr el súper hombre, entendido como un titán de
perfección intelectual más que física y racialmente
considerado.
Por eso considera odiosa la religión cristiana que rechaza como un
invento de los hebreos para que los débiles puedan estar a la misma
altura de los fuertes, Puede parecer que este anti-cristiano está
en contra del cristianísimo Unamuno, pero creo que no es tanta la
diferencia. En realidad desde dos polos opuestos llegan a la misma
conclusión.
Bien, nuestro amigo Unamuno sostiene en un ensayo que titula
"Sobre la lujuria", escrito en 1907, que el destino de los pueblos
que se someten a la lujuria es ser dominados por otros que "después
de reproducirse normalmente, guardan sus energías corporales y
espirituales para fines más altos que dar satisfacción a la carne
estúpida". Ciertamente me dejó perplejo la contundencia de
semejante afirmación.
Me pregunto qué entendería Don Miguel por la reproducción normal y
por fines más altos, pero es evidente que se atisba un
reconocimiento de superioridad, aunque disfrazada de altura moral,
en la que los débiles mentales (lujuriosos) serán sojuzgados (sic)
por los reproducidos normalmente, es decir, los que no se abandonan
al placer sexual, ni ceden a la pasión, en coincidencia con el
mensaje más reaccionario del catolicismo integrista.
Pero mi estupefacción fue aún más allá cuando leí que la sociedad
tiene que inmiscuirse de forma clara para impedir que la gente no
se embrutezca porque, y esto es casi literal, el principio de que
cada uno haga de su capa un sayo en su vida personal es
inadmisible. Más claro imposible.
Sin embargo, quiero introducir aquí la opinión de un docto amigo y
compañero, al que llamaré ERO, cuya probidad está por encima de
toda especulación y duda, que me ha comentado, tras lectura atenta
de mi artículo, que bien pudiera ser que Don Miguel estuviera
impregnado de la misoginia de la época y por ello pareciera que se
alineara con los retrógrados en materia de libertad sexual. Veo
aquí materia de suculento debate e insto a quienes quieran a abrir
la caja de los truenos.
Es más, ERO, me comenta que Unamuno, y otros varones de la época,
cuando querían halagar a Emilia Pardo Bazán, precursora del
feminismo en España, decían que era un cerebro masculino en un
cuerpo(te) de mujer. Extraño piropo sin duda.
Pero retomo la cuestión que me ocupa. Según Unamuno "nadie es de
sí mismo" sino que pertenece a la sociedad que lo ha hecho, y "para
la que debe vivir". Desde luego cualquier dictador de medio pelo se
habría sentido plenamente justificado en su acción inquisitorial
con semejante apoyo intelectual.
En todo caso, me pregunto que diría Miguel de Unamuno sí hoy pudiera
contemplar la zafiedad, estulticia y basura repugnante que invade
nuestras pantallas televisivas, con raras excepciones, con
programas, por llamarlo de alguna manera, como Gran Hermano o la
Casa de tus Sueños (sí es que se llama así). Supongo que de nuevo
cabalgaría, en una batalla inútil, para
intentar derribar los molinos-gigantes, con argumentos morales que
causarían risa.
Creo modestamente que Unamuno confundió, en este caso, causas y
efectos. Sostenía nuestro pensador que el hombre lujurioso acaba
embrutecido y sostengo yo que, más bien, es al contrario: el bruto,
el ignorante, el necio, acaba siendo, en general, víctima de la
lujuria, de la droga, del alcohol, o de otras cosas similares y que
no tienen que estar relacionadas necesariamente con la "carne
estúpida", pero que, en definitiva, le incapacitan a la larga para
pensar por sí mismo.
Ayala y Unamuno
Y es el mismo Unamuno el que, contradictoriamente, hace esta misma
propuesta en otro de los ensayos contenidos en esta edición a la
que me he referido y que se llama "Don Juan Tenorio", donde afirma,
entre otras cosas, que este personaje no se distingue precisamente
por su inteligencia, ni por sus dotes intelectuales y que es
precisamente su incapacidad para meditar sobre cosas
trascendentales, la que le ha llevado a perseguir a las
mujeres.
Creo, pues, que me es lícito deducir que el tal Tenorio es un
idiota redomado, un lerdo y un estúpido de nacimiento y que es,
justamente, la conjunción de esas circunstancias y no al revés, las
que le hacen ser perseguidor infatigable de mujeres todo tipo. Es
más, es tal su estupidez, que ni siquiera tiene un "tipo" de mujer,
sino que tiene una obsesión sexual, tal y como afirma acertadamente
el doctor Gregorio Marañón en su ensayo sobre este personaje. Creo,
volviendo a Unamuno, que está mucho más cerca de la verdad en esta
ocasión que en la anterior. Es decir la estulticia hace al
lujurioso y no al revés.
El tercer ensayo al que me voy a referir se titula "Sobre la
pornografía": aquí Don Miguel aprovecha un artículo escrito por
Ramiro de Maeztu, uno de los escritores que inicialmente era
anarquizante pero acabo vinculado al fascismo español, para atacar
de nuevo el asunto de la castidad, de la que dice que junto a la
sobriedad "fortifican" la inteligencia y el corazón. Se alinea aquí
Unamuno con lo más rancio de la reacción clerical, que sostiene
justamente esas ideas, por mucho que trate de decir que no se trata
de clericalismo ni anticlericalismo "sino del vigor físico y mental
de las generaciones venideras". Ciertamente vuelvo a ver aquí la
influencia del súper hombre de Nietzsche, con su vigor mental que
le hace ser superior a todos y por lo tanto con capacidad y
"derecho" para dominar.
No voy a efectuar una defensa de la pornografía, cuestión que
considero que pertenece al ámbito privado de cada persona que,
aunque pese a Unamuno, en ese sentido si puede hacer de su capa un
sayo.
Pero sí quiero, a modo de conclusión, señalar lo contradictorio
que resulta oír hablar de libertad de pensamiento, de defensa,
seguramente sincera, de la intelectualidad, a alguien que como
nuestro personaje sacraliza una visión de la moral, desde una
perspectiva tan peligrosa y está de acuerdo con la idea de que la
sociedad debe taxativamente impedir que el individuo se embrutezca
porque pertenece a la sociedad y no es por tanto libre.
Esto, llevado a sus últimas consecuencias, ha degenerado en las
más odiosas y sanguinarias tiranías, causado millones de víctimas,
nos ha sumido en el oscurantismo y en el atraso durante muchos
años.
Seguro que los personajes como Mao, Pol Pot, Stalin, etc, por
citar ahora a los del campo del marxismo, estaban convencidos de
que "interviniendo" en la vida de cada uno y "extirpando" lo que
consideraban moralmente peligroso hacían un gran bien a las
generaciones venideras.
Quizá, por eso, Unamuno, muy pocos meses antes de morir, se dio
cuenta del inmenso error y horror que supone cercenar la libertad
individual con pretextos de dotar de salud y vigor morales a la
sociedad y dijo aquello maravilloso de "venceréis pero no
convenceréis, porque convencer es persuadir y a vosotros sólo os
sobra fuerza bruta".
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