La muerte del comendador. Libro 1

Opinión:

El protagonista de "La muerte del comendador" carece de nombre. O, al menos, Murakami se niega a decírnoslo. Es un retratista de prestigio que un día descubre -ella se lo cuenta- que su mujer le es infiel. No se siente sorprendido, ni alterado, ni siquiera dolido. Simplemente acepta el destino que le ha tocado y decide iniciar un breve éxodo por Japón que lo acabará llevando a casa de Tomohiko Amada, pintor famoso y padre de un amigo suyo. No hay duda de que la casa, espacio que dominará toda la novela, no deja de ser una metáfora del personaje que la habita: aislada en lo alto de unas montañas, de difícil acceso, solitaria, misteriosa y con la necesidad de que algo o alguien se encarguen de ella. Él se encarga de la casa, pero de lo que no es consciente es de que la casa se encargará de él.

En "La muerte del comendador", Haruki Murakami retoma su gusto por la música y la pintura, y construye la historia alrededor de estos dos ejes. El protagonista, que ha rechazado mantener su trabajo de pintor, recibe un último encargo: un tal Menshiki, vecino del otro lado del valle, le ofrece una insólita cantidad de dinero a cambio de retratarlo. A este hecho inquietante se le suma el descubrimiento inesperado de un cuadro que Tomohiko Amada guardaba en el altillo de su casa: un enorme lienzo que, recreando imágenes del período clásico japonés, hace alusión directa a la ópera "Don Giovanni" de Mozart. Como en otras novelas de Murakami, la acción se va desarrollando como un palimpsesto, a partir de la acumulación de hechos inusuales (algunos de carácter insólito y maravilloso) que se trenzan en el devenir de los acontecimientos.

La prosa de Haruki Murakami roza en este libro una de sus mejores escrituras, cada vez más ágil a lo largo que avanza la novela. El autor logra desprenderse de lastres que venía arrastrando, como los largos pasajes narrativos innecesarios y redundantes, si bien aún sobran párrafos en los que el narrador parece recapitular todo lo acontecido hasta su presente. La sensibilidad de las descripciones convierte el universo de "La muerte del comendador" en un espacio plástico y con existencia propia en algún lugar, fuera de la cabeza de su creador. También los diálogos -especialmente las conversaciones entre Menshiki y el narrador- otorgan agilidad a la novela y también consistencia a los personajes, pues es evidente que no resulta fácil construir personajes siempre tan hieráticos. De hecho, a veces uno tiene la sensación de que todos los personajes creados por Haruki Murakami son siempre el mismo, pero ello no es problema sin son personajes en los que uno pueda verse reflejado.

Si en algo sobresale Haruki Murakami es en la capacidad de recrear en sus novelas los sentimientos más complejos y ambiguos del ser humano. Desde "La caza del carnero salvaje", aquella novela, ahora ya lejana, que lo llevo a lo más alto, la prosa de Murakami se ha caracterizado por plasmar, tanto en ambientes como en personajes, ese vacío existencial tan común de la vida moderna. El divorcio, el malestar del sexo casual, la paternidad, la ambigua necesidad de aislamiento y de reconocimiento, la reflexión obsesiva sobre el pasado, la cohesión familiar o la expresión de la individualidad son algunos de los temas que el novelista abarca en la primera parte de "La muerte del comendador".

Una novela en la que, por cierto, tampoco falta ese elemento -quizás inspirado por la novelística latinoamericana- que tanto nos gusta a los lectores del japonés: la presencia de lo insólito, de lo extraño, de lo grotesco, de lo real maravilloso. En este caso, tanto la música (de una campanilla, para comenzar) como la pintura serán los focos del relato que acarrearán un ligero componente mágico al que va unida, en ocasiones, la risa. El humor aparece en más de un momento a lo largo de la novela para salvar las situaciones y para guiar ese vacío existencial hacia un lugar seguro.

La primera parte de "La muerte del comendador" es una novela laberíntica y adictiva que deja muy altas expectativas para su continuación.

Darío Luque