la dama y el recuerdo

Opinión:

Los cientos de novelas del oeste que ha escrito Francisco González, y que según él le sirvieron para pagarse los estudios, han dejado huella en su pluma y sabe cómo iniciar un relato de acción con cuatro simples hechos: la parada de cien relojes de cuerda, la llegada de un jefe indio que quería comprar la paz para su pueblo, un pistolero que llenó un saloon de muertos y un hombre que deseaba comprar un cementerio.
 
El primer párrafo de la novela es una declaración de intenciones que cae como una losa sobre el lector y que le invita, de manera irremediable, a continuar con la lectura. Con cuatro simples hechos, el autor consigue que  se sienta desconcertado y animado para proseguir.
 
Francisco escribe con un estilo cercano y natural pero a la vez directo, del pistolero que te mira a los ojos antes de disparar y no aparta esa mirada cuando aprieta el gatillo. Aunque, en esta ocasión, sus balas sean palabras.
 
La voz del narrador tiene el mismo tono que su personaje principal, un pistolero del oeste que ha matado y vivido mucho, quizá demasiado; con un aire de haberlo superado casi todo.
 
Quizá el problema principal de la obra estribe en la gran cantidad de secundarios que aparecen en escena y que al autor no le da tiempo de presentar correctamente, de tal modo que la novela parece una pasarela por donde desfilan y desaparecen sin dejar ningún sabor de boca, ni bueno ni malo.
 
Y aunque el lenguaje es correcto, el estilo limpio y los diálogos pasables, algunos personajes hablan demasiado. En otro “lejano oeste” probablemente ya estarían muertos. No cuadra con una trama de hombres duros, forjados a sí mismos entre los silbidos de las balas, que caigan rendidos a los pies de una muchacha adolescente, muy guapa, eso sí, pero un poco tonta, y que le cuenten todos esos “durísimos” secretos del pasado que les han conducido a ser unos “temibles” pistoleros. Esto es lo que les ocurre a Taylor, el protagonista de la novela, y a su enemigo el caza recompensas Lancaster con la joven Fedra. Quizá si sea creíble, y estas cosas sucedan, pero el autor tendría que haber pintado el cuadro mucho mejor para que resultase más natural.
 
Tengo también serias dudas con el desarrollo de la trama ya que, como lector, no te encuentras cómodo porque no sabes cuál será el siguiente “bandazo” del autor. Me refiero a sorpresas que te dejan un gesto de extrañeza en la cara, como es el caso de la dama Ketty River, una recatada y respetable mujer madura de una extraordinaria belleza que vive recluida en sus tierras ocupándose de su ganado y que, de buenas a primeras, el autor nos descubre como la “durísima” y “justísima” jueza que enseña los muslos a los condenados a la horca. Es algo que no cuadra con el personaje tal y como estaba elaborado.
 
Esta idea entronca directamente con lo que opino sobre el resto de los personajes. Para mí, el señor Kane ha creado sólo un esbozo de ellos, ni siquiera consigues conocerlos y su carácter ha sido trazado a saltos. Creo que esto es el resultado de que el autor no llega a identificarse con ellos ni a vivir “dentro” de la historia que está narrando, únicamente la cuenta.
 
Por su parte, los cortes en la novela que dan lugar a cada uno de los capítulos están cortados de forma milimétrica para dejar al lector con la miel en la boca y animarle a proseguir la lectura. No estoy acostumbrada, sin embargo, a que hagan un resumen de lo que ha sucedido en el capítulo anterior, muy al estilo de los documentales americanos que, tras la pausa publicitaria te resumen lo que sucedió en los diez minutos previos. La novela, de apenas algo más de 300 páginas, se lee en una tarde de domingo y no hace falta recapitular hechos anteriores.
 
Y, finalmente, enhorabuena para la editorial. Los correctores de Planeta, en esta novela han sido excelentes, ni un solo error ortográfico. Y también muy lograda la maquetación de la sobrecubierta y de la tapa dura, a tono con el estilo “western”.

Gemma Nieto