Las vidas que inventamos

Opinión:

Hacía mucho tiempo que no me levantaba del asiento del metro y seguía leyendo mientras andaba por el andén e, incluso, subiendo por las escaleras mecánicas. Fernando J. López con "Las vidas que inventamos", lo ha conseguido; ha conseguido engancharme en una trama ágil, rápida, fácil de leer y comprender. Ha conseguido que nazca en mí cierta empatía con los personajes en los que subyacen píldoras comunes de todos los mortales. La construcción de los protagonistas es muy buena; parece que estamos leyendo la vida de personas como nosotros, nuestros vecinos o nuestros amigos: gente de carne y hueso que se equivoca, que ama, que triunfa, que odia, que miente...

La valiente carrera de Fernando J. López como dramaturgo le ha permitido construir un mundo a dos voces, en primera persona, a través de las que conocemos lo más íntimo de Leo y Gaby, de primera mano y sin edulcorantes. En capítulos alternos vamos conociendo una misma realidad de mano de uno u otro, lo que nos permite ver el juego de matices que constituimos los seres humanos; el mismo cielo uno lo ve azul y el otro lo ve gris.

A dos voces nos cuentan la vida que viven, pero lo importante no es lo que nos cuentan, sino las vidas que se han inventado y que se leen como en un espejo borroso. Él no concibe otra forma de vivir más que ocultando su verdadero ser: egoísta, ambicioso, competitivo y mentiroso para sustentarlo todo; ella se ahoga en la insatisfacción: no le gusta su trabajo, odia a su jefe, no le llena su matrimonio, siente que no complace a su madre, no congenia con sus amigas... Ambos acabarán llenando las partes que creen vacías en el puzzle de sus vidas, inventado sus propias piezas.

Pero no son las mentiras hacia los demás las que hacen que a Leo acabemos odiándole y Gaby nos dé hasta cierta pena; las mentiras que nos provocan rechazo hacia él y empatía hacia ella son, sin duda, las que se cuentan a sí mismos. Las de Leo porque a veces son de una desfachatez mayúscula, las de ella porque son infructuosas y más frustrantes que la misma realidad.

Fernando J. López nos habla con una voz sencilla, en primera persona, muy de nuestros días; nos relata una historia de pleno siglo XXI con el lenguaje propio de nuestro tiempo: nos vemos inmersos en los chats de Gaby; nos enseña sus whatsapps, etc. Todo esto consigue una luz de verosimilitud extraordinaria; cualquiera diría que nos están contando la historia de alguien real, de carne y hueso, por eso, es fácil verse reflejado en los protagonistas. En eso se nota la buena mano del autor en el teatro, su forma de construir personajes a través de sus actos y sus palabras. Los diálogos son ágiles, rápidos y precisos. Es como estar cara a cara con los Gaby y Leo, viendo su vida y oyendo sus pensamientos.

La lectura es amena, rápida. El lenguaje claro, asequible para toda clase de lectores, si bien, por su contenido es adecuado para lectores adultos.

Es una novela muy recomendable por su sencillez, por la potencia de la historia que recoge y porque nos deja un poso consistente. Leo y Gaby son personajes difíciles de olvidar, porque nos recuerdan a más gente de la que creemos, puede que incluso, tengan bastante más de nosotros mismos de lo que estaríamos dispuestos a confesar.

Ana Trillo