El susurro del diablo
Título: El susurro del diablo
Título Original: (Majutsu wa sasayaku, 1989)
Autor: Miyuki Miyabe
Editorial:
Quaterni
Copyright:
© Miyuki Miyabe, 1989
© Quaterni, 2011
Edición: 1ª Edición: Noviembre 2011
ISBN: 9788493777067
Tapa: Blanda
Etiquetas: japoneses criminales asesinos psicópatas sociópatas género negro misterio policiaca Japón intriga literatura japonesa novela suicidios
Nº de páginas: 280
Argumento:
En un breve lapso de tiempo tres jóvenes fallecen en extrañas
circunstancias; una se arroja a las vías del tren, otra salta desde
una azotea, la tercera es atropellada por un taxi. Parecen
accidentes sin conexión alguna, incluso la idea del suicidio planea
en más de uno pero, cuando Mamoru intenta demostrar la inocencia de
su tío por la muerte de la chica atropellada, descubrirá que algo
más siniestro y retorcido se esconde tras esos incidentes. En su
mano está esclarecer los hechos y salvar la vida de la única
persona que sigue con vida, en ello pone todo su esfuerzo hasta que
el asesino contacta con él.
Opinión:
Siempre he dudado de la veracidad de las frases promocionales que
incluyen las contraportadas de un libro, especialmente cuando estas
vienen por parte de un crítico estrella o de un autor de renombre.
Es difícil creer que Stephen King se haya leído los doscientos
libros que recomienda al año y que todos ellos le pusieran los
pelos de punta, lo mismo pasa con ciertos críticos literarios que
reciben cientos de ejemplares a la semana; simplemente creo que no
se lo han leído. Quizás por eso el lector que se acerque a
"El susurro del diablo" guiado por las
frases que hablan de terror sobrenatural en sus solapas se sentirá
defraudado ya que la novela está más en la línea del suspense de
Edogawa Rampo que en el horror del más allá que llena las páginas
de "The Ring" de Koji Suzuki.
Miyuki Miyabe nos adentra en una sociedad marcada por el
consumismo, las falsas apariencias, por el encorsetamiento fruto de
siglos de represión, con un más que arraigado y anticuado sentido
del honor y plagada de ciudadanos altamente manipulables. No es de
extrañar que en este contexto los hechos que nos relata cobren
tintes de credibilidad, tres asesinatos disfrazados de suicidio y
accidentes en los que poco importan las víctimas sino que prima el
encontrar un culpable por endebles que sean los indicios, en una
sociedad individualista en la que los pecados heredados son
sentencia firme y la condena el ostracismo social, no hay lugar
para la compasión. Miyabe ataca ferozmente a esta sociedad nipona
que aún no ha sabido quitarse de encima su herencia feudal pese a
verse a sí misma como el gigante económico y tecnológico que
exporta, pero que todavía es presa de los complejos de las modas
occidentales que llegan.
Esta crítica no se hace extensiva a sus personajes, la autora deja
que ellos tomen sus decisiones, no se inmiscuye en las
consecuencias de sus actos, ni los defiende o condena, simplemente
les permite que expongan sus motivos haciendo que la línea entre el
bien y mal sea tan delgada como subjetiva, como la vida misma.
Personajes que se debaten entre la mezquindad, el sentido del
honor, la vergüenza, asumiendo no sólo el alcance de sus decisiones
sino también las de aquellos que los rodean, dejando que las
conciencias de cada uno marquen su propio destino.
Para plasmar todo esto no se utilizan artificios, el estilo de la
escritora es sobrio y directo, carente de sentimentalismos o
espectaculares golpes de efecto, seco en muchas ocasiones para
transmitir el desprecio que determinadas vidas humanas inspiran, un
lenguaje muy contenido que está en consonancia con los arquetipos
(que no estereotipos) que caracterizan la cultura oriental. No por
eso estamos ante un argumento plano, todo lo contrario, los
constantes giros en la trama, las diferentes líneas de actuación
entre los protagonistas, los inesperados cruces entre diferentes
historias, las sorpresas reveladas en los momentos más
insospechados hacen que la novela atrape al lector en una espiral
de misterio que, literalmente, se mantiene hasta la última página
dejando que cada uno valoremos el alcance de lo que ha
sucedido.
La autora no entra en moralinas
baratas, de ahí que el desenlace dependerá de la catadura moral de
cada uno; al igual que Mamuro nos damos cuenta de que la sentencia
impuesta por el asesino ante la ofensa cometida es tan inhumana
como comprensible, el alma humana está llena de matices y en la
vida no todo es blanco o negro. Es esa gama de grises intermedios
la que nos hace dudar de la ética del asesino y, a la vez, de la de
sus víctimas; un crimen en el que va implícito el castigo pero la
magnitud de ambos dependerá no de la educación recibida sino de lo
en cada uno quiera convertirse y de su capacidad para vivir con la
elección hecha.
En una sociedad deshumanizada como la actual en la que cada uno
busca obtener su propio beneficio aunque sea a costa de otras
personas, con una vara de medir que somos incapaces de aplicarnos a
nosotros mismos, cualquiera puede ser la víctima o el
desencadenante de "El susurro del diablo"
sin saber qué opción es la menos mortífera.
Patricia Rubiera
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