El whisky del muerto

Opinión:

Se dice que en toda novela el autor va dejando rastro de sí mismo, de sus vivencias, de sus ideas, de sus experiencias. Es aquello de que toda novela tiene algo de autobiográfica.

En el caso que nos ocupa, es palpable la evidencia de ello, puesto que Pedro Avilés Gutiérrez, el autor de "El Whisky del muerto", fue en tiempos reportero de guerra y periodista especializado precisamente en sucesos (El Caso, Interviú, Telecinco...), y a lo largo de todas las páginas va dejando un reguero de experiencia que hace que el lector se sienta en muchas ocasiones ante lo que podrían ser situaciones reales en lugar de ante una historia de ficción. Creo que en Mario Candil, el protagonista, podemos ver sin temor a equivocarnos a un alter ego de Pedro Avilés, que sabe perfectamente lo que nos está contando, pues vivió durante mucho tiempo en ese mundo.

La novela, segunda entrega de las aventuras de Mario Candil (la primera fue "Katoucha") cuenta con maestría cómo es un caso de asesinatos en serie por dentro, desde el punto de vista de quienes se encargan de investigarlo, de analizar los hechos, de idear las hipótesis que habrán de llevar al esclarecimiento de los hechos, pero también revela ese colmillo retorcido que hay que tener para entrar en ese mundo y salir lo mejor parado posible (casi nunca ileso, ya sea en el sentido físico o en el personal).

Con un estilo claro y directo, sin ambages, midiendo las palabras para que ni falte ni sobre ninguna, evitando lo superfluo, trabajando las descripciones hasta el pundo de poderse visualizar lo narrado (¿llegará al cine o la televisión?), Pedro Avilés nos presenta una novela en la más pura línea del género negro y policíaco que tan en boga se está poniendo y que tan buenos escritores españoles está dando (creo que podríamos hablar de toda una generación actual de escritores del género). Así, a lo largo de estas páginas veremos ambientes espesos como para poder masticarlos, humo que hay que tragar, palabras que cortan como navajas, whisky que quema al pasar por la garganta, imágenes que me atrevería a asegurar que el autor querría olvidar, disparos a bocajarro que dejan olor a pólvora en el papel, todo bien engarzado y sin cabos sueltos.

En definitiva, toda una delicia para los amantes del género, que seguramente quedarán deseando un nuevo caso para Mario Candil.

Miguel Ángel León Asuero