el perro que comía silencio

Opinión:

Sólo puedo decir, deslumbrada aún tras su lectura, que este debut de Isabel Mellado te hace desear con todas tus fuerzas que ella se fije en ti y tenga a bien convertirte en uno de sus relatos. Ese es, sin duda, uno de los mejores destinos que podría depararnos la fortuna, porque a fe que todo lo que toca esta autora chilena, taimada concertista de violín y experta conocedora de realidades secretas, adquiere una tonalidad desconocida, se transforma en un animal insólito, en una historia prodigiosa. Isabel finge que escribe, con palabras y en un ordenador o una libreta, como todo el mundo, pero no. No os dejéis engañar: lo que ella hace es otra cosa. Isabel Mellado ha llegado para reparar en eso que los demás llamamos con un bostezo vida cotidiana. En la realidad de diario que solemos dejar colgada de una percha, como si fuera un traje gris y desgastado por el uso, y de la que nos gustaría poder librarnos en favor de otras más exóticas y apabullantes. Isabel sabe mirar, en cambio, esa vida de mezclilla y devolvernos a los seres y objetos que la pueblan reencarnados en criaturas mágicas.

He suspirado infinitas veces, lo juro, al leer frases de su libro, al percatarme de que algunas realidades de las que ella retrata estaban ahí, esperando tan solo el par de ojos, de orejas y narices, de labios y manos, al dúo feliz de cerebro y alma capaz de percibirlas. Isabel Mellado posee, sin duda, un sexto sentido, el sentido del cuento. Una rara facultad que permite a quienes han sido obsequiados con ella contar historias que pueden contemplarse, como adagios azules; que suenan, como el retrato de una dama renacentista aburrida de eternidad; que se huelen, igual que huele un triángulo ateo; que se mastican y cuesta tragar, del mismo modo que el nombre de un amor casi olvidado, o que se acarician, como la fina capa de sorbete de piña que cubre las calles de algunas ciudades, en invierno.

El asombro es el instrumento con el que, pienso, ella consigue crear ese hechizo en cada uno de sus cuentos. Un asombro que está en la raíz del propio lenguaje, con cuyas prodigiosas posibilidades ensaya Isabel Mellado en cada línea. Juegos de sentido, asociaciones insospechadas, sinestesias... Cualquier procedimiento es válido, para crear página a página una galería de personajes inolvidables, a medio camino entre la melancolía y el humor desternillante.

Respecto a la estructura interna del libro, creo que las tres partes desarrollan de alguna manera esa creencia de la autora en un universo que al mismo tiempo es cotidiano y secreto, conocido y enigmático, hecho de pequeños detalles que ella desgrana en sus diferentes secciones. Las dos primeras, divididas en virtud de aspectos temáticos, se abordan desde ese asombro al que me refería antes, desde esa mirada edénica que nos permite comprender los pequeños episodios o gestos de una vida humana. Un insomnio nunca será lo mismo, después de leer Tal cual; ni podremos asomarnos a un espejo sin espiar sus estados de ánimo, perfectamente descritos en Carne de espejo. Los objetos cobran vida, nos habla la Mona Lisa, desde su retrato y su sonrisa fósil, también algunos animales, como ese perro de nombre mutante, tan sabio y estoico, del cuento que da título al libro. En paralelo, el amor y sus circunstancias es otro de los temas que más frecuentemente se revisan en Mi primera muerte, en forma casi siempre de intento frustrado, de ensayo trunco del que hay que ir recuperándose, soñando con el océano de otra bañera compartida, o restañando las heridas frente a un cuadro de colores cómplices.

En la segunda parte, La música y el restovemos cómo la disciplina artística a la que la autora ha dedicado buena parte de su vida se convierte en objeto principal de la narración. En los relatos de esta sección encontramos un  análisis detallado de la erótica de un chelo, pero también se revisita la historia de Orfeo y Eurídice o se examinan las posibilidades de la música como vía de consuelo, composición elegíaca, banda sonora, ofrenda suprema y acto de liberación total. Creo que es muy difícil lograr comunicar todas esas vertientes de un arte que sublima las palabras a partir de estas mismas, y eso es lo que lo que consigue hacer Isabel a través de una serie de relatos donde la grandeza de Bach es la compañera ideal de un sentido del humor vanguardista e incluso gamberro.

Por último, la tercera parte del libro, Huesos, evoca la escritura depurada, exenta de un hilo argumental, casi aforística o pariente cercana de la greguería, de una colección de frases que combinan la agudeza y una comicidad inteligente con imágenes deslumbrantes. Así, la anécdota va adelgazando en favor del sentido medular, del hueso mismo de la escritura, igualmente revelador, igualmente apetecible.

En definitiva, bienhallada seas, maldita Isabel, tú, que sabes de hermandades ocultas. Que conoces la proporción exacta de ese jugo extraño llamado literatura, y la cantidad de palabras voladoras y de verbos con los pies en la tierra que componen un buen cuento.

Patricia Esteban Erlés