El país de Toó

Opinión:

Esta novela es un fiel retrato de una trágica realidad, esa de países fallidos en las que la coctelera de tradiciones, corrupción y poder, no dejan margen para una sociedad en la que pueda hablarse de libertad, incluso de algo tan básico como la seguridad. Esa seguridad que permita el anhelo de un futuro mejor, de un mañana mejor que el presente.

La prosa de Rey Rosa está dotada de una personalísima calidad literaria. Contundente, directa, perfecta retratista de contextos, habilidosa para urdir tramas que reflejan con impecable perfección la historia que sirve de argumento a la ficción.

Con personajes bien dibujados para hacer creíble la historia que se narra. Esa poblada de situaciones extremas, llevadas al límite, esa misma cuyo orden solo obedece la lógica del poder, esa cuyas ramificaciones hacen salir al exterior lo mejor y peor del ser humano.

En esta obra se retrata una realidad asfixiante, con poco espacio para la esperanza, en la que cualquier gesto es noticia. La violencia, la propiedad, las armas, el poder, las tradiciones, el sexo, la palabra, la soledad, la superstición, el cáncer de la corrupción, la pobreza, la muerte, la solidaridad, el amor, la injusticia, los intereses económicos globales que juegan su singular partida en estos territorios desprotegidos de su inmenso poder, forman ese contexto en el que Rey Rosa despliega una obra original, compleja, visual, incluso exuberante, como no podía ser de otra manera por dónde ubica la trama.

Realidades que llevan a todos los personajes a vivir al límite, forzados a una normalidad extraordinaria, vencida por las circunstancias manejadas a distancia. Esa anormalidad vital donde los sentimientos y las luchas conviven en situaciones que los personajes soportan y gestionan como pueden, superados a menudo por una realidad que los desborda. 

Una novela de una gran calidad literaria que aporta una voz singular en el panorama de las letras centroamericanas, la de un fecundo escritor cuya obra merece ser leída y conocida por los amantes de la buena literatura.

Jorge Riet