El negociado del yin y el yang

Opinión:

Son muchos los lectores (y escritores) que admiran la aparente facilidad con la que Eduardo Mendoza sabe contar historias, consiguiendo una prosa limpia y diáfana verdaderamente reseñable. La verdad es que sus novelas tienen una transparencia que es más difícil de conseguir de lo que pueda suponerse.

Con el disparatado título de "El negociado del yin y el yang", el autor catalán añade un segundo título a la denominada "Trilogía de las tres leyes del movimiento", con Rufo Batalla aún seducido por el príncipe Tukuulo y recorriendo Nueva York, Tokio y Barcelona entre otros lugares, pues se trata de una novela errante, en perpetuo movimiento.

Hay tiempo para la revisión y reflexión históricas, con el final del franquismo como telón de fondo y las revoluciones vitales y políticas de los años 60. El lector puede quedarse con la azarosa y siempre cambiante peripecia (naufragios, exotismo, disparate factual, leprosos) o con las miradas a Tokio, al hippismo, al franquismo desde un exilio en Nueva York. También la historia de la literatura tiene su hueco en "El negociado del yin y el yang", con el personaje de Agustín, hermano del protagonista, escribiendo un teatro de vanguardia que nadie comprende. Son muchos los personajes que visitan la novela, creando un disparatado mosaico ante el que debemos reconocer que Mendoza tiene una fecundidad creativa que no disminuye con la edad.

Tengo que acabar la reseña mencionando también algunas de las limitaciones de la novela. Como todas las obras recientes de Mendoza, "El negociado del yin y el yang" mantiene un tono pueril e inocentón, que a lectores de gusto refinado y mucho currículum literario puede desilusionar e incluso alejar del texto. Hay muchos pasajes del libro que entretienen pero no alimentan, algo que no es nuevo y que es norma en estos textos recientes del autor.

Tenemos un protagonista  (más observador que actuante) de loca comicidad que transita la senda estilística de otras sagas humorísticas exitosas ("El laberinto de las aceitunas" y todo lo que vino después), con textos que son lo que son y que hay que disfrutarlos sabiendo que el alimento literario que proporcionan es limitado.

Rafael Ruiz Pleguezuelos