Anika entre libros

El hacedor (de Borges). Remake

Ficha realizada por: Patricia Esteban Erlés
El hacedor (de Borges). Remake

Título: El hacedor (de Borges). Remake
Título Original: (El hacedor (de Borges). Remake, 2011)
Autor: Agustín Fernández Mallo
Editorial: Alfaguara
Colección: Hispánica


Copyright:

© Agustín Fernández Mallo, 2011

© Santillana Ediciones Generales, SL, 2011

Edición: 1ª Edición, Febrero 2011
ISBN: 9788420407074
Tapa: Blanda
Etiquetas: versiones literatura argentina literatura española
Nº de páginas: 180

Argumento:

Agustín Fernández Mallo se revela en su última novela como un activo practicante de la corriente estética del apropiacionismo, tendencia que consiste en elegir la obra de un gran nombre de la literatura universal, en este caso El Hacedor, de Jorge Luis Borges, y versionar una a una todas las piezas que la integran, en aras de una reescritura que de forma misteriosa consigue huir de la humorada o el plagio y nos ofrece una visión o revisión del texto que tiene mucho de homenaje audaz y de libro nuevo, distinto, propio.

 

Opinión:


La última obra de Agustín Fernández Mallo, la cabeza visible de la llamada Generación Nocilla rinde tributo a Jorge Luis Borges desde la propia cubierta del libro: sobre un fondo rigurosamente negro, como la ceguera, como ese mundo a oscuras en el que el venerado autor argentino debió aprender a vivir, ya de adulto, debido a una enfermedad congénita, aparece un resplandeciente corazón, dorado, como el oro de los tigres del zoológico que Borges añoraba tanto instalado en su penumbra. El amarillo, eso  al menos me parece a mí, es el vestigio triunfal del color, la victoria de la luz sobre la oscuridad absoluta. El resplandor que surge de la literatura de un maestro de varias generaciones que mostró a muchos lectores, entre los que me incluyo, una manera de contar distinta, al tiempo que una verdad dolororísima: imitar a Borges en los primeros cuentos que escribimos es, a partes iguales, inevitable y absurdo.

El propósito de Fernández Mallo no es la imitación, sin embargo. De manera intuitiva pienso que su retexto persigue un propósito similar al de Andy Warhol cuando decide plasmar el rostro de Marilyn Monroe con su técnica de serigrafiado multicolor, en una serie de retratos o variaciones cromáticas que nos permiten comprender la importancia de la estrella rubia platino como icono artístico, y ya no solo como personaje más o menos relevante de la historia cinematográfica del siglo XX. La Marilyn real, de carne y hueso, no es, en mi opinión, la Marilyn pop, proyectada al futuro y a la cultura de masas, en que se convierte al caer en manos del rompedor Warhol. De una manera similar, me parece que Fernández Mallo se adueña de la foto literaria de Borges y de un título significativo, El Hacedor, de 1960, justamente para re- hacerlo, para hacerlo por segunda vez, de nuevo, a partir de unos rasgos o textos preexistentes, del mismo modo en que las facciones de Marilyn todavía pueden apreciarse bajo el rosa chicle o el azul pastel warholianos.

Desde el prólogo inicial, clonado palabra a palabra en un noventa y ciento por ciento del original y con solo unas pocas y relevantes sustituciones (el nombre del poeta Leopodo Lugones deviene en el de Borges, la dirección de este deja su puesto a otra, presumiblemente la del propio Fernández Mallo), se pone de manifiesto una conciencia de deuda, la culminación de un rito iniciático, en el que el joven recién llegado al mundo de las letras rinde pleitesía a su maestro poético, ofreciéndole un libro propio, que debe mucho a todos los que el ídolo escribió primero. De ahí en adelante el ejercicio de reescritura se convierte en constante, libérrima, eso sí, en el uso de los imaginarios borgiano y fernándezmallesco (permítaseme el neologismo). El paisaje telúrico, de raigambre clásica que aparece por ejemplo sugerido en el apartado El Hacedor, da paso a un escenario postnuclear, atómico, en la versión de Fernández Mallo, si bien conserva el motivo central, el hilo conductor de la ceguera como progreso gradual, como nueva manera de mirar el universo.

Siguiendo un orden escrupuloso, lleno de licencias y de hallazgos en muchas ocasiones, el autor coruñés evoca símbolos y palabras claves en el mundo creado por Borges, tags imprescindibles como el espejo y El Otro, como el minotauro y su laberinto, la biblioteca (ubicada ahora en el Instituto Cervantes de Nueva York), El Quijote, los gauchos y los caballeros anglosajones (ese dilema identitario que siempre sacudió la obra del escritor argentino, como si sus dos orígenes combatieran dentro de él, tirando cada uno de ellos en direcciones contrarias), la maldición de una memoria infinita o inexistente, los apócrifos, el juego de  falsas atribuciones de textos, etc.

Alejado de la solemnidad acartonada que parece apolillar cualquier homenaje por definición, en este Remake hay lugar también para el humor y el ingenio. Destacaría, en este sentido, la decisión de evadir el versionado del capítulo Delia Elena San Mateo, (Éste me lo salto, apunta lacónicamente, a modo de explicación provocadora, el inconstante rehacedor), la elección del silencio y la destrucción voluntaria de la palabra; o la ucronía que muestra a Borges en la década de los sesenta del siglo XX, convertido en ideólogo y guionista de los cómic Marvel, en un pre mod, un precursor de la cultura pop ajeno a ella, que ensayó su propia mitología elemental en el ciclo de tebeos de Los Cuatro Fantásticos.

La modernización del propio libro como espacio relacionado con la realidad circundante es otra de las señas de identidad de este Hacedor postmoderno. Un puñado de fotografías tomadas de Google Maps y de enlaces a vídeos de Youtube que conectan determinados fragmentos con imágenes y sonidos complementarios, son solo dos ejemplos de la interrelación que se establece entre el mundo literario y el virtual, acaso más sinónimos que nunca. Dos libros de arena, dos soportes frágiles, y quizás por ello mismo eternos, que se escriben y borran a cada instante.

Para concluir, quisiera decir que la aparición de este Remake es una razón o un atractivo pretexto para volver a Borges. Yo me he divertido completando dos lecturas distintas del proyecto borgiano de Fernández Mallo: la primera, libre, alejada de cualquier comparación, disfrutando de la audacia, la originalidad y esa mirada híbrida, mitad científica, mitad, poética con la que el autor de la trilogía novelística más polémica dentro del panorama editorial español reciente sabe apuntalar cada línea. El libro se disfruta por sí solo, se devora de un tirón, dejando abiertas puertas a las que produce cierto vértigo asomarse. Pero creo que nadie debería perderse la segunda lectura, en paralelo al primer El Hacedor, una lectura reflexiva que nos permita meditar acerca del alcance, voluntario o involuntario de la obra de Borges, y de la libertad literaria de la que podemos hacer uso cuando así lo deseemos, para acercarnos a cada autor amado, y robarle su obra.

Patricia Esteban Erlés

 

 

 

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