el esqueleto labrador

Opinión:

El sueño de la humanidad, vale, uno de ellos, es poder burlar a la Parca, y es que el hecho de vivir sabiendo que la muy puñetera nos aguarda tras cualquier esquina, no tranquiliza en absoluto. Ante la imposibilidad de lograr tal hazaña lo mejor será tomarse con humor lo que nos espera y, ya que no la podemos burlar, burlémonos de ella; después de todo, nadie ha vuelto desde el Más Allá para contarnos qué tal se pasa… ¿o sí? Porque en la primera novela gráfica de H. G. Koko la muerte vuelve una y otra vez para dejarnos claro lo que se nos viene encima.
 
“El esqueleto labrador” recibe influencias que van desde “Las flores del mal” de Baudelaire, el título es un ejemplo de ello y la versión que se incluye de “Danza macabra” refuerza la idea, hasta el genio del humor negro gráfico Edward Gorey. Koko ha creado unas ilustraciones a plumilla, sirviéndose del blanco y negro, de una gran expresividad en las que la iluminación cobra un papel relevante envolviendo a los personajes en un brillo fantasmagórico más que adecuado para la peculiar galería de horrores que nos muestra. Peculiar porque esta visión de la muerte, aunque tétrica y lúgubre en su forma, es tremendamente irónica y divertida en el fondo, al igual que Tim Burton nos demostró que el mundo gris es el de los vivos, y el llamativo y vibrante el de los muertos en “La novia cadáver”, Koko nos dice que vivos y muertos son capaces de cometer los mismos errores y caer en las mismas trampas.

Divertidos malentendidos de ultratumba como el que se narra en “La procesión de los muertos”, la mala leche y vuelta de tuerca ante una situación terrorífica como la que se da en “No puedo dormir”, o el afán de fisgonear en vidas (o muertes) ajenas como hacen “Los fantasmas cotillas”, son el pan nuestro de cada día, así que ¿por qué vamos a dejar de hacerlo o sufrirlo una vez muertos?

Lo macabro, lo tétrico y la psicopatía (al más puro estilo “Psicosis”) se dan la mano en “Masero Huesero”, con una ilustración basada en el expresionismo alemán cuyo protagonista nos recuerda mucho físicamente al Dr. Caligary de la legendaria película germana, y que es de una morbosidad envolvente. Es interesante  también saber que a la misma Muerte le pasan factura los años como nos cuenta en primera persona la hilarante “El terror ecuestre”.

Si bien las viñetas son impactantes, variadas y muy visuales, se nota menos trabajo en el guión que las acompaña. Sin ser malo, queda empobrecido, muy reducido a la gracia final y se agradecería un texto más elaborado para acompañar las fascinantes imágenes, no limitarse al gag puro y duro. En conjunto nos hallamos ante una muy buena obra, amena y cuidada, y ante una autora a tener en cuenta en nuestras estanterías de lo truculento.

Desde luego no creo que jamás pueda engañar a la muerte, pero si “El esqueleto labrador” viene en mi busca sé que me echaré unas risas por el camino y podré hacer alguna faena a mis ex congéneres.

Patricia Rubiera