El coloso de Nueva York

Opinión:

Hay libros que respiran, que destilan una sinceridad y una personalidad propia, capaces de transmitir un ritmo, una cadencia que va más allá de las palabras. Como si fuera una melodía, una percusión de pasos y de pensamientos, "El coloso de Nueva York", de Colson Whitehead, nos anima a caminar entre sus páginas, no sólo a leer, sino a adentrarnos en esos lugares que conocemos por las películas, pero que casi siempre han ido asociados a un cliché.

Este homenaje a la ciudad que nunca duerme es una forma de mostrarla, de diseccionarla y de bajarla de las nubes de algunos tópicos para enseñarnos que es una ciudad viva, no un escenario o un escaparate. Hay muchas maneras de caminar una ciudad, y lo fascinante de este libro es que lo hace de todas las maneras posibles: a nivel físico, con unas descripciones magníficas, y a nivel emocional, vivencial y creativo. De esa manera, la voz narrativa, esa especie de narrador testigo que muestra pero también transmite lo esencial, lo profundo, nos lleva por sus calles, nos deja observar a las personas que las transitan, haciendo que nosotros estemos también allí, viviéndolo, sintiéndonos parte de un paisaje que quizás no sea nuestro, pero que entendemos.

A través del clima, de las estaciones, de algunos lugares emblemáticos y de ciertos espacios que implican en sí mismos una relación con la ciudad, de llegada o de partida, nos adentramos en trece pequeños fragmentos, episodios de la vida de la ciudad. Colson Whitehead demuestra ser un gran observador, un maestro de la crítica sutil, que encontramos en algunos comentarios que aparecen en medio de esta radiografía de la humanidad a través de su relación con la ciudad. La forma en que retrata esa hora punta, ese ir y venir de ejecutivos, del intercambio de tarjetas que hacen tarjetitas en los bolsillos, es brillante, hermosa y a su vez brutal. Otros episodios también son memorables: la forma en que nos deja contemplar la relación del ser humano con los días de lluvia hace que nos sintamos un poco más cerca de esa Nueva York, pues la lluvia nos unifica a todos en esa especie de huida, como si en vez de agua lo que cayera del cielo fuera algo mucho peor. También es destacable la manera en que nos invita a pasear por Central Park o nos hace entrar en el metro de Nueva York, siempre con esa visión sutilmente distante, por esa segunda persona a la que se dirige, a la que observa, pero a su vez totalmente cercana y profunda, pues destila una visión emocional de cada centímetro de calle, de edificio…

Con humor, con acierto y una capacidad juguetona y a la vez seria, el autor muestra en estas páginas un homenaje a la ciudad, pero también un estudio sociológico, un retrato certero de sus habitantes y sus comportamientos. "El coloso de Nueva York" es una obra que camina a ritmo de una percusión suave y sutil, de vez en cuando con algún golpe que nos sorprende y nos sacude, otras veces con una cadencia que nos acuna, pero siempre invitándonos a caminar, a respirar, a recordar que las ciudades, aunque sean de cemento, palpitan con nosotros.

Inés Macpherson