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El archipiélago del insomnio

Ficha realizada por: Héctor Pascual
El archipiélago del insomnio

Título: El archipiélago del insomnio
Título Original: (O arquipiélago da insónia, 2008)
Autor: Antonio Lobo Antunes
Editorial: Mondadori
Colección: Literatura Mondadori


Copyright:

© António Lobo Antunes, 2008
© Random House Mondadori, 2010

Traducción: Mario Merlino
Edición: 1ª Edición, Octubre 2010
ISBN: 9788439722229
Tapa: Dura
Etiquetas: enfermedades enfermedades mentales mente literatura portuguesa portugueses autismo familia novela
Nº de páginas: 272

Argumento:


Esta es, en principio, la historia de una poderosa familia rural en tierras del interior de Portugal: la historia de un niño que fantasea con empujar a su hermano dentro un pozo; la de una criada que recoge sus cosas para instalarse en las habitaciones del señor de la casa; la de un hijo castrado psicológicamente por su padre; la de un abuelo tiránico y terrible como las llanuras polvorientas. Sin embargo, a lo largo de su desarrollo la novela pulverizará su propia trama a través de una inesperada vuelta de tuerca, transformando el texto en un archipiélago de islas incomunicadas, un insomnio interminable donde las voces de los vivos y los muertos se confunden.

 

Opinión:


En su libro Cómo leer y por qué (Anagrama, 2000) el crítico y académico estadounidense Harold Bloom  hace una distinción entre los «placeres fáciles» y los «placeres difíciles» con los que distintos tipos de literatura agasajan al lector. Para Bloom los placeres fáciles que ofrecen ciertas obras son genuinamente placenteros pero no desafían al intelecto y por eso corren el riesgo de volverse banales, ligeros, totalmente olvidables. Por el contrario los placeres difíciles (aquellos que encontramos a veces, aunque no necesariamente, en textos complejos y profundos) exigen del lector una intensidad mental e imaginativa inmensa pero a cambio le regalan una experiencia que le lleva más allá de sí mismo, empujándolo a la presencia de lo sublime.
 
El archipiélago del insomnio  del portugués António Lobo Antunes ofrece definitivamente uno de esos placeres difíciles. Hacía mucho tiempo (probablemente desde que leí Corrección de Thomas Bernhard) que no me enfrentaba a un texto tan exigente y formalmente complejo y que, sin embargo, se desdoblara a sí mismo en una cascada tan sorprendente y gratificante de imágenes y significados.

Pero entremos en materia.
 
Con su novela Lobo Antunes nos agarra del cuello y nos arrastra hasta el purgatorio, hasta a un limbo poblado por fotografías en blanco y negro de familiares muertos, por un enorme reloj de madera con los números de las horas despegados, por bolas de naftalina y tazas de porcelana llenas de polvo, por cadáveres de conejos despellejados y por una laguna donde cantan las ranas.
 
Estamos en el tiempo de los terratenientes, en medio de una finca del campo portugués donde presenciamos cómo arranca un drama rural con sabor a Pedro Páramo. El abuelo del protagonista/narrador, tirano de su finca, es un Artemio Cruz, un Esteban Trueba, un Santiago Nasar envejecido que fuerza a las criadas en el granero, y que posiblemente deja embarazada a la criada a la que su hijo ha tomado por compañera. El resto de miembros de la finca forman una familia disfuncional retratada de forma dolorosamente minuciosa por el narrador: la conciencia de un niño que se vuelve un chorro obsesivo, un torrente incontenible que desborda los propios límites de la página, dinamitando el lenguaje.
 
Al final de esta primera parte, sin embargo, se produce un pequeño terremoto narrativo. El niño-narrador es traslado a una institución psiquiátrica. En la siguiente parte descubrimos que padece autismo, y con esta revelación todo lo narrado con anterioridad (el drama rural, los conejos despellejados, la laguna donde croan las ranas) ha de ser puesto en tela de juicio. De nuevo en la tercera parte, una vuelta de tuerca nos empujará a plantearnos una vez más hasta qué punto podemos creer en lo narrado.
 
Lo destacable aquí no son sólo las acrobacias narrativas de Lobo Antunes sino cómo éste transforma los materiales de la historia en una experiencia literaria absoluta, rítmica y estética, en un viaje que corta la respiración.
 
Cada uno de sus capítulos esta formado por un período interminable, por una frase que cae como un hilo de aceite y que recuerda a las de Delibes en sus Santos inocentes, llenas de la fuerza elemental de la tierra y la sabiduría de los ríos.
 
A veces el lenguaje se vuelve un aguacero que cae golpeando sobre un tejado de chapa. En otras ocasiones la frase salta, se quiebra como la línea de un polígrafo y pulveriza los espacios (por ejemplo, al principio de un párrafo estamos dentro de un granero; segundos más tarde nos vemos colgados de una pared rocosa, con los pies sobre el vacío). La textura de la prosa se vuelve así cinemática, y de hecho me recuerda mucho a esa cámara violenta y temblorosa, sostenida en mano, de las películas del Dogma 95 (pienso en Rompiendo las olas de Lars von Triers, o en La celebración de Thomas Vinterberg).
 
Otro aspecto inolvidable: la manera en la que Lobo Antunes pone un broche al final de cada uno de los capítulos con imágenes que estremecen, sellando así cada una de las islas de este archipiélago terrible. 
 
Héctor Pascual

 

 

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