de aire y fuego. memorias

Opinión:

Y es que si en toda biografía de personaje público trasladada al papel impreso es el del equilibrio entre el peso en el relato de la faceta profesional (pública) y la personal (privada) una de las piedras de toque fundamentales, en ésta que ahora nos ocupa la cuestión queda prácticamente pulverizada, tal es la imbricación de ambas facetas en la trayectoria vital de esta gran dama de la escena: con padres amantes del teatro –aun cuando lo practicaran con carácter amateur-, un marido que fue su promotor y representante y unas hijas también vinculadas, de una u otra manera, al mundillo artístico, poco espacio queda para perspectivas que pudiéramos considerar estrictamente personales. Si a eso unimos que estamos ante una de esas profesiones que, a diferencia de otras más convencionales, absorbe un tiempo y una energía que determinan un nivel de dedicación muy por encima de los promedios habituales, ya tenemos todas las claves para entender por qué, más que ante una biografía estricto sensu –que también lo es, por supuesto-, nos hallamos ante, probablemente, algo más.

No faltan, es cierto, las alusiones extensas y detalladas a temas de índole más estrictamente personal; apreciaciones diversas (y no siempre con una mirada benévola) acerca de su familia –y sus relaciones con ella-, sus amigos –generalmente, todos ellos relacionados, en mayor o menor medida, con el mundo del teatro y sus aledaños culturales (literatura, cine, música)- y ella misma –su visión de la vida, sus miedos, sus episodios más influyentes por gozosos o dolorosos...-. Pero lo que prima por encima de todo, y confiere a la obra un sello realmente particular, es su condición de (por definirla de algún modo) “liviana historia del teatro español del último medio siglo”. Aproximadamente...

La liviandad no debe ser identificada con inconsistencia o insustancialidad, sino que se predica a título de atributo formal del relato: una cuestión de estilo. Y es que si hay algo verdaderamente que emana del aire y el fuego que proclama el título es la escritura, grácil y ligera, con que está construida la narración: cabe entender que, en ese aspecto, la hábil mano redactora de un periodista como Marcos Ordóñez, cuya exquisitez redactora (cada vez, desgraciadamente, menos usual en la prensa escrita española) tienen la suerte de disfrutar los lectores habituales de El País, ha de haber pesado, y mucho, en la suerte final del libro, dotándolo de una calidad formal que lo hace enormemente disfrutable como puro objeto de lectura, más allá de las valoraciones sobre el interés de su contenido (en principio, indudable, pero siempre sometida a la incertidumbre que emana de la imposibilidad de saber con certeza hasta dónde el relato es fidedigno en los hechos objetivos: lo insoslayable de la visión subjetiva pesa, y mucho...).

Tampoco alude la liviandad a una falta de enjundia e importancia de los temas ni de su enfoque: Nuria Espert no escurre el bulto y, lejos de esa soberbia o vanidad con que los prejuicios más inmediatos y perentorios han tendido a investirla (aunque sin llegar a convertirse, por ello, en un dechado de sencillez o campechanía: siempre termina destellando un cierto puntito de distancia, o de reserva, así como la ausencia de empacho en proclamar orgullosamente –y con todo merecimiento, desde luego- sus tremendos méritos), asume su cuota parte de autocrítica y admite sin mayor dolor sus errores y defectos, aunque sin crucificarse ni mortificarse por ellos -al fin y al cabo, tampoco son tantos, o, en cualquier caso, puestos en la balanza no pesan lo suficiente como para alterar un resultado global francamente positivo-. Con lo cual, en definitiva, y como todo buen autobiografiado que se precie, Nuria Espert –a qué negarlo- nos termina confirmando lo que ya nos podíamos imaginar previamente: que está encantada de haberse conocido...

En cuanto a su valor como referente histórico del último medio siglo del teatro español (e incluso internacional: la presencia de Nuria Espert en la escena de allende nuestras fronteras no es nada desdeñable), el mismo sí que es incuestionable: aun cuando se trate de una visión subjetiva y (necesariamente) parcial, por las páginas de esta autobiografía circula tal cúmulo de personajes (autores, directores, actores...), obras y acontecimientos teatrales que su aporte de datos se convierte en un elemento valiosísimo, muy especialmente para aquellos que, más amantes del cine (en el que la Espert se prodigó poquísimo; de ahí la parquedad de sus referencias) que del teatro (es mi caso, por ejemplo), podemos encontrar en él una fuente de conocimientos nuevos de indudable riqueza.

En definitiva, estamos ante un producto editorial altamente recomendable, que sabe unir al placer que proporciona el narrar bien trabado, su condición de objeto de interés en virtud de un contenido innegablemente atractivo, tanto por la personalidad de su protagonista como por la profundidad y extensión de las informaciones que nos aporta, tanto sobre ella como sobre su entorno: ese territorio donde Talía campa a sus anchas e impregna de magia todo aquello que le rodea.