Antes de los años terribles

Opinión:

Sabemos que existe. Sabemos que hay millones de niños y niñas a quienes les robaron la vida y el alma. Incluso hemos leído sobre ello. Hemos visto algún documental o se ha hablado de algún caso en las noticias. Pero es algo lejano, algo que nos roza pero sin tocarnos. Lo que consigue Víctor del Árbol con "Antes de los años terribles" es tocarnos, traspasar la piel y que durante sus más de 450 páginas estemos allí, veamos esa realidad a través de unos ojos que no son nuestros pero acaban siéndolo. Esa es la magia del relato, que sabe convertirnos por un momento no solo en espectadores o en lectores, sino en testigos.

De la mano de su personaje principal, Isaías Yoweri, nos adentramos en el corazón de Uganda, donde el nombre y la figura de Joseph Kony, el creador del Ejército de Resistencia del Señor (LRA, en inglés), todavía está presente. Aunque estemos ante una novela, la base es muy real, pues tanto Kony como lo que hizo forman parte de la historia, no del relato. Isaías es, de la mano de Víctor del Árbol, la encarnación de todos esos niños a quienes les robaron la inocencia para entregarles un arma; a través de su historia y de la de aquellos que le rodean vemos el horror y la resistencia, la supervivencia y las cicatrices que no se cierran. Con él descubrimos lo que implica vivir en el corazón de las tinieblas y sobrevivir.

Es curioso cómo se puede narrar un horror de tal manera que se encuentre un equilibrio, una sensación de paz final, de comprensión de todo el cuadro. No sé si era la intención final de "Antes de los años terribles", pero es la sensación que transmite. Víctor del Árbol logra hablar desde un lugar que no busca simplemente gritar el dolor, sino mostrar todo lo que rodea a esa historia y sus consecuencias. Vemos la manera en que Europa actuó y sigue actuando, esa extraña y despreciable indiferencia de la que se está revistiendo cada vez más. Pero sobre todo vemos el deseo de vivir, el deseo de ser libres y auténticos que late en el interior de una serie de personas que son por sí mismas, que no buscan un espejo diferente al propio; simplemente quieren sobrevivir y recuperar lo que nunca nadie tendría que haberles arrebatado: la vida. Porque la vida no es solo que el cuerpo funcione; es algo más.

Quien haya leído con anterioridad a Víctor del Árbol sabrá que todas sus novelas tienen una solidez extraordinaria. Sabe hablar del dolor y la culpa de forma precisa, pero en este caso va un poco más allá, porque en ocasiones consigue desgarrarte. Esta es una historia que duele, por la crudeza de lo que ocurre y por las cicatrices que deja. Insisto, nos habla de algo que conocemos, pero lo hace a través de los ojos de una primera persona que te mira directamente para abrirse en canal y contártelo todo. Pero también hace hincapié en la importancia de recordar, de no negar ni maquillar el pasado para poder aprender a vivir con ello.

Es difícil hablar de este libro desde un lugar objetivo, porque te toca de forma personal. Hay frases e imágenes que te hacen temblar, porque te transmiten una viveza que te recuerda que lo que estás leyendo en el papel, aunque sea ficción, es real. Y debería ser recordado.

Inés Macpherson