Andanzas y viajes

Opinión:

La condición de caballero del autor es constante en toda su obra, como queda demostrado en la alcurnia de sus interlocutores en las diferentes cortes que visita en su periplo viajero, llegando al extremo de armar como caballeros a otros viajeros en el propio Santo Sepulcro. Un representante de una manera de pensar cargada de valores propios de la época inspirados en el origen, en el apellido, en una superioridad moral también acompañada de un espíritu de esfuerzo y valor, demostrados en viajes que en aquella época eran tan largos como aventurados.

Como señala muy acertadamente Pérez Priego en su magnífica introducción a esta obra, a pesar de las dificultades de la Edad Media, aquel tiempo fue muy viajero, de peregrinos, mercaderes, caballeros, soldados y gentes diversas, que dejaron un impresionante legado literario gracias a las crónicas de sus andanzas, en un mundo que entonces prácticamente se limitaba a las naciones que rodeaban el Mediterráneo y el norte de Europa, junto con la remota India. Una geografía cuyo centro parecía estar en la Tierra Santa, donde confluía el trasiego de caminos y navegaciones de todos aquellos que se lanzaban a aventuras lejos de sus ciudades de origen, como este Pero Tafur, que al parecer era originario de Sevilla, lo que le sirve para la constante comparación con otros majestuosos monumentos que descubre en su periplo viajero.

Pero más allá de esos ideales caballerescos que empujaban a esas aventuras por el mundo entonces conocido, aquellos viajes también tenían un sentido típico de la curiosidad intelectual propia del humanismo renacentista, ese interés ávido de conocimiento de nuevos datos y experiencias, reunidos en centros ilustrados de pensamiento como las universidades.

Con una prosa propia de la época, el libro de Tafur es descriptivo, austero, casi impersonal, a pesar de una narración en primera persona que dota de mayor verosimilitud a su narración, pero sin excesivas concesiones a las emociones, a pesar de sus encuentros con famosos personajes de entonces, como papas y emperadores. Con pasajes inolvidables, como su entrada clandestina y disfrazado en el templo de Salomón, que describe como una nave de mosaicos de oro, con suelo y paredes de losas blancas, iluminado por muchas lámparas que no dejaban espacio entre ellas bajo un techo de plomo. Sin duda un libro apasionante, que se lee en el castellano de aquella época, pero que no obstante fascina por las fabulosas aventuras de este inquieto personaje.

Jorge Riet