Jordi Sierra i Fabra (Guillermo Brown, Tarzán, Las mil y una noches...)

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Jordi Sierra i Fabra

(Escritor)

Guillermo Brown, Tarzán, Las mil y una noches...
El largo camino de una vida lectora

De niño vivía en un hogar humilde, sin dinero para libros. Tampoco tenía biblioteca en mi colegio, ni en el barrio. Y sin embargo solía devorar un libro al día, o cada dos días. ¿Cómo conseguía el milagro? Mis vecinos me daban pan seco del día anterior, periódicos igualmente viejos, y un trapero me lo compraba por dos reales, media peseta. Eso era lo que costaban los libros de alquiler en una librería de libros usados que había en mi calle. Dos reales y el libro ya leído. Pero claro, los libros buenos costaban de alquiler mucho más, así que yo con dos reales sólo podía leer libros cutres y horteras, que es lo que he sido yo toda la vida, un autor cutre y hortera que no conoció a Stendhal, Chejov o Dostoiewsky hasta superada la adolescencia. Mis influencias iniciales fueron las novelas baratas que editaba Bruguera por 6 pesetas, del oeste, de gangsters, de ciencia ficción. Luego resultó que esas obras firmadas por Donald Curtis, Keith Luger o Silver Kane las escribían autores españoles extraordinarios (Kane era González Ledesma, por ejemplo). Ellos fueron mis primeros maestros. Ellos y el cine, siempre el cine.

Ya con un poco más de edad, me pasé a los comics. Mis héroes fueron el Capitán Trueno (la versión dibujada por Ambrós, no los siguientes), y los dos personajes estrella de Alex Raymond: Rip Kirby y Flash Gordon. Tanto en mis novelas policíacas como de ciencia ficción mis personajes tienen siempre algo de ellos. Nunca me gustaron los superhéroes. Mi día más feliz llegó cuando Conti, el dibujante, cuyo hijo era de mi pandilla, me llevó a Bruguera a conocer a Ibañez, Raf, Gin y todos los demás.

Los primeros libros que recuerdo haber leído con un poco de carisma llegaron desde los 15 o 16 años. Primero las aventuras de Tarzán escritas por Edgar Rice Burroughs, después las historias de Guillermo Brown escritas por Richmal Crompton, por último las obras de Julio Verne (aunque me cargaban sus descripciones de latitudes y altitudes, que me saltaba siempre). Así que sin darme cuenta yo acabé el bachillerato superior, escribiendo desde los 8 años (guardo todas esas novelitas que hice a lo largo de mi infancia y adolescencia como un tesoro) pero sin haber leído nada de enjundia salvo "El Quijote", que era lo único que, tristemente y por desgracia, nos hicieron leer en el colegio (y a mí en voz alta por se tartamudo). Por esa época mi libro de cabecera era "Las mil y una noches", en una versión española muy "light", pero con dibujos que, para mí, eran de un erotismo absoluto. Un día por fin cayó en mis manos algo diferente: "El filo de la navaja", de William Somerset Maughan. Me identifiqué tanto con el personaje, que simplemente era una buena persona y luchaba con sus ideales a cuestas, que quise ser como él. Me juré que en su honor, yo también iría un día al Tibet a meditar. Tardé algunos años, pero lo hice. Tras esto crecí, maduré, llegué a mi adorado Ray Bradbury y a tantos autores que me dieron lo mejor de sí mismos.

Suelo decir que me salvó la vida leer, y es cierto. Me daba igual lo que leyera mientras leyera algo. Todavía me sucede. Me gustaría dar nombres más lustrosos, pero no suelo mentir. Fui un niño devorador de basuras hasta que por fin alcancé cierta luz. Pero no me arrepiento de ello. Ray Bradbury dice que vivimos en una cultura tan rica en basuras como en tesoros. Y yo añado que todo sirve si sabemos diferenciar lo uno de lo otro. Mis libros-recuerdo son todos aquellos peldaños por los que fui subiendo hacia la plenitud.

Y sigo subiendo.

Firma: © Jordi Sierra i Fabra, abril 2007