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Hazle caso a tus sueños. Ramón Cerdá

Ccuentos Autor:
Ramón Cerdá (Onteniente, Valencia. España)

Web Oficial: www.ramoncerda.com

Participa con: "Hazle caso a tus sueños"

 

Sobre Ramón Cerdá:

En sus novelas se percibe el olor del relato negro mezclado con dosis de fantasía y de historias de personas que siendo normales acaban por no serlo. Historias que enganchan. Ha recibido recientemente el premio Autor Revelación del Thriller Hispano por su relato corto SU ÚNICO REGALO. Ramón disfruta en las salas de cine, y dice que cuando se pone a escribir piensa visualmente, para que su relato sea muy cinematográfico. Su objetivo: Dedicarse plenamente a la novela. En su obra, hay novelas, novela erótica, ensayos, relatos cortos y cuentos.

 

Bibliografía (hasta el momento de participar en Comenta-Cuentos):

¬ Confieso (2002)
¬ La habitación de las mariposas
¬ El fantasma de los sueños

- Ver Ramón Cerdá en Anika Entre Libros

 

Hazle caso a tus sueños (publicado en prensa)

A Arantxa Vidal
con cariño

Lo suyo era un sinvivir. Su nerviosismo, desazón e inquietud eran constantes desde que dos años antes hubiera tenido la nefasta idea de acudir a aquella feria de pueblo. Aún se preguntaba por qué lo había hecho y si podría algún día olvidarlo. Olvidarlo para volver a vivir; para volver a ser él mismo, el joven alegre y vivaz que había sido siempre antes del maldito día. Algo en el ambiente ya le dijo que ese día ocurriría algo desagradable, y tal vez por ese motivo no subió a ninguna de las atracciones. Era como si sintiera que algo malo iba a ocurrir y decidió no arriesgarse a tener un accidente. Esa fue la causa. Esa, y el magnetismo y extraño morbo que le ocasionó la pequeña tienda de tela ajada en la que había un minúsculo cartel que parecía tan viejo como la propia tienda, y como después pudo comprobar, tan viejo como edad aparentaba la mujer que descubrió en su interior.

Era una mujer delgada y arrugada, con dedos largos y huesudos, que aseguraba leer el destino. En sus manos sostenía una baraja de cartas desgastadas, y le dirigió una extraña mirada cuando él apartó la tela que hacía las veces de puerta.

-¿Quieres conocer tu destino?-le dijo con voz rota y pausada.

En realidad Jorge no sabía lo que quería, y si le hubieran preguntado en ese momento por qué había entrado allí, no hubiera sabido responder.

-Sí-se atrevió a contestar un tanto inseguro.

-Siéntate.

Jorge se sentó en la pequeña silla de madera que había frente a la vieja. Entre ambos, una también pequeña mesa donde ella depositaba las cartas los separaba. Después de aquello no pudo recordar el tiempo que permaneció allí, ni recordaba haberle pagado a la mujer por sus servicios -juraría que no le pidió nada-, pero lo que sí que recordaba era la expresión de miedo que vio en la vieja cuando depositó una de las cartas sobre la mesa. Y lo que tampoco podría olvidar fueron sus palabras: "Debo decirte que pronto vas a tener un grave accidente del cual no podrás salir con vida". Jorge al principio no quiso creerlo, pero el tono de voz y la expresión de la pitonisa lograron convencerlo.

-¿Qué puedo hacer?-le preguntó con voz temblorosa.

-Hazle caso a tus sueños.

Al principio no supo lo que quería decir la vieja, pero desde ese mismo momento vivió con miedo. Miedo a lo que le pudiera pasar. ¿A qué accidente se estaría refiriendo?

Unos meses después creyó saberlo, porque al despertar recordó la extraña frase: "Hazle caso a tus sueños". Esa noche había soñado que un encapuchado le disparaba a quemarropa para robarle las joyas. Él trabajaba en una joyería desde hacía cinco años y nunca los habían atracado. Aun así, las palabras de la mujer retumbaban en su cabeza y decidió llamar a su jefe para decirle que se encontraba mal y que ese día no iría a trabajar. Se quedó en casa, con las cortinas corridas y las luces apagadas. Tenía miedo de todo, y durante toda la mañana permaneció sentado sin hacer nada en absoluto. Al día siguiente se enteró de que habían atracado la joyería en la que trabajaba y la esposa de su jefe había resultado muerta de un disparo.

Por una parte se sintió aliviado por no haber ido a trabajar ese día, y por otro lado se sintió culpable por ello. Culpable por no haber advertido a su jefe de que podrían atracarles ese día. ¿Pero lo hubieran creído? Sin duda no lo hubieran hecho y lo habrían tratado de loco o desquiciado. En su interior agradeció a la pitonisa su consejo, pero lo sucedido no le devolvió la tranquilidad, sino más bien todo lo contrario. ¿Estaría a salvo a partir de ahora? ¿Habría pasado el peligro?-se preguntaba continuamente.

En los meses que siguieron al atraco, perdió más de veinte kilos. Los nervios y el poco apetito lo habían dejado en los huesos, y había vuelto a fumar. No unos pocos cigarrillos al día, sino más de dos cajetillas diarias. Fumaba compulsivamente y había dejado de asistir al trabajo. Sin duda lo despedirían, pero no le importaba. Prefería pasarse los días enteros en casa encerrado, y de tanto en tanto salir a la calle a comprar algunas cosas para comer o a dar algún pequeño paseo, preferentemente por las noches. Se había dado cuenta de que le molestaba cada vez más la luz, y mientras estaba en casa siempre mantenía la penumbra en su entorno.

Se había quedado sin tabaco y sin comida, por lo que al día siguiente tendría que salir a comprar. Y tendría que hacerlo de día a pesar de la luz si no quería pasarse todo el día sin poder fumar y sin comer. No le hubiera importado demasiado ayunar, pero se sentía incapaz de estar todo un día sin tabaco. Pero esa noche volvieron las pesadillas y se despertó mientras se abrasaba entre las llamas. Todos gritaban a su alrededor intentando salvarse sin conseguirlo. El infierno sin duda era algo parecido a aquello. Eso le hizo volver a recordar el consejo de la pitonisa y decidió quedarse en casa a pesar de todo. Pronto oyó el sonido de las ambulancias y de los bomberos que acudían a apagar un fuego en su misma calle. Se asomó a la ventana y vio que estaba ardiendo el edificio donde precisamente él solía comprar el tabaco. Una carcajada salió de su garganta. Estaba histérico y creía estar volviéndose loco. ¿Por qué había ido ese año a la feria? Si se hubiera quedado en casa, ahora no estaría al borde de la demencia, aunque posiblemente, si no hubiera ido, ahora estaría bajo tierra, muerto de un disparo en la frente, o quemándose unas manzanas a la izquierda en el actual incendio. ¿Había sido una maldición para él que la pitonisa le leyera su destino? Tal vez hubiera sido mejor no saberlo y haber muerto sin dolor ni sufrimiento. Después de todo un disparo en la frente no podía ser muy doloroso. Seguramente ni siquiera se hubiera enterado. Tenía que admitir que en ocasiones la ignorancia podía ser una bendición. Ahora se sentía continuamente amenazado. ¿Hasta cuándo tendría que vivir de ese modo? Por otra parte, si seguía haciendo caso de sus premoniciones, podría mantenerse a salvo por siempre, lo cual tampoco era tan malo visto de ese modo. Tal vez esa era una forma de huir de su destino. ¿Quién había dicho que el destino estaba escrito? ¿Quién aseguraba que no se podía cambiar el futuro? Todos los que así pensaban eran sin duda unos necios. Unos agoreros que disfrutaban siendo cenizos. Ahora él era invencible. Desde luego no pensaba en la inmortalidad, pero sí que estaba decidido a evitar el destino durante muchos años. Una nueva carcajada que hubiera helado la sangre de quien la hubiese estado escuchando volvió a romper el silencio. Se sentía bien. Después de muchos meses de intranquilidad y de miedos, volvía a sentirse pletórico y lleno de vida. Al otro lado de la calle había gente ardiendo, pero eso a él ya no le importaba.

Desde ese día había vuelto a hacer una vida casi normal, aunque no volvió al trabajo. No lo necesitaba; al menos durante algún tiempo. Vivía solo y tenía pocos gastos. El piso era en propiedad y tenía algunos ahorros en su cuenta bancaria. Incluso había pensado en tomarse unas vacaciones y pasar una temporada en el Caribe. Siempre había deseado ir allí y asarse al sol bañándose en las cálidas aguas. No tuvo que pensarlo mucho y pronto tuvo comprados los billetes de avión. Pasaría unos días tranquilos en casa y luego saldría de viaje.

En realidad ya había olvidado todos los peligros que parecían acecharle y ya no tomaba excesivas precauciones al cruzar la calle o al coger el coche, pero esa noche volvió de nuevo el pánico. Las pesadillas lo hicieron sudar una vez más en plena noche, y las llamas volvieron a estar presentes en esta ocasión, pero esta vez era un avión el que ardía, y él estaba allí, viéndolo todo, escuchando las explosiones... y muriendo. En la pesadilla había llegado a morir, y cuando despertó, lo hizo sudoroso y jadeante, con el corazón a punto de desbocarse. Era una nueva advertencia. La pitonisa volvía a recordarle que estaba en peligro. No podría ir al Caribe, o al menos no de momento, y desde luego no en avión. Rompió los billetes y no volvió a pensar en ello. No importaba. Tampoco advertiría a la compañía aérea de que el avión se incendiaría. Sin duda mucha gente moriría en aquel vuelo, pero sinceramente le tenía sin cuidado. Él no estaría allí.

Enchufó el televisor porque no podía dormir, y estuvo unos minutos haciendo zapping con el mando. De pronto se detuvo en uno de los canales. Estaban echando una película que le hizo sonreír. Era Aeropuerto, o una de esas en las que el avión acaba destrozado. Era curioso que acabara de tener la pesadilla y que ahora estuviese allí, desvelado sin poder dormir, viendo aquella película. Ahora empezaba lo más interesante. Una explosión en uno de los motores había ocasionado un fuego en el avión. Todos gritaban. Allí estaba él viendo aquello cuando una nueva explosión se produjo, pero esta vez no fue en el televisor. Esta vez fue en la cocina. Una llamarada salió de la oscuridad arrasando el televisor y la silla donde él estaba sentado. Al día siguiente el periódico local hablaba de una explosión ocasionada por una fuga de gas. A pesar de la violencia de la misma-decía la periodista-, sólo había que lamentar daños materiales y la pérdida de una vida.

© Ramón Cerdá



COMENTARIOS SOBRE EL RELATO

Pilar López Bernués (pilarlb)

Me ha gustado, me ha entretenido y me ha hecho reflexionar. Todos parecemos anhelar conocer algo de nuestro futuro, pero ¿estamos preparados?

La forma en que el protagonista se va deshumanizando también la encuentro acertada. Poco a poco, su miedo se convierte en obsesión y es esclavo de ella hasta el punto de que SOLO parece importarle su vida y en absoluto la de los demás.

¡Enhorabuena!



Miguel Angel León Asuero (maleon)

Coincido con Pilar en lo de la forma en que el protagonista se deshumaniza. Es más, el modo en que se expone me ha hecho verlo con naturalidad.

Resulta curioso cómo podemos cambiar de forma de ver las cosas cuando no nos afectan, y eso lo ha plasmado muy bien el autor con un lenguaje nada enrevesado, y sin giros complicados. Dice lo que quiere decir, y punto.

¡Enhorabuena!

M. A. León



Athman

A mí me ha encantado el modo en que relata el tránsito hasta casi la locura de un individuo que no sabe si tiene un don o una maldición. Pero, sobretodo, ese final tan cáustico, demostrando cómo puede llegar a ser de irónico el destino.

Lo único que me ha resultado un poco extraño ha sido la sensacion de "déjà vu" que se me quedó al final, como si me sonara de algo el tema... pero sigo diciendo que el relato en sí me parece espléndido y brillante.



Carobece

¡¡¡Qué buen final y qué buen título!!! ¡¡¡Me gustó mucho la historia y me habría sentido decepcionada si el protagonista no fallecía!!!

Sin duda, el autor sabe escribir... Sin ese final, la historia habría sido un fracaso o por lo menos habría dejado decepcionado a más de uno, y yo sería la primera.

¡¡¡Muy buena!!!



Joseph B. Macgregor

Me ha recordado a una vieja peli protagonizada por Richard Burton que se llamó en España: "ALARMA: CATÁSTROFE"... No quiero decir que te hayas copiado, ni siquiera pienso que hayas podido ver la peli y dejarte influenciar pero... vamos, que se parece un poco.

La diferencia fundamental entre la peli y tu relato es que el tuyo está contando con menor gravedad, es un texto mucho más simpático y cotidiano.

Lo mejor: una enorme capacidad para imaginar.

Lo peor: que se me ha hecho un poco lento, como que cuentas demasiadas cosas, que no has sintetizado adecuadamente la historia, un poco denso...

De todos modos, se deja leer y la historia es tan buena que impide que abandones la lectura. El tema del suspense también me parece bastante conseguido y en general me ha parecido un cuento simpático, pero que no me ha traspasado demasiado.



Rosa Ribas

Del relato me ha gustado la presentación del progresivo desmoronamiento del protagonista, cuya vida parece girar sólo entorno de la evitación de la profecía de la pitonisa y se convierte en una supervivencia.

El tema del relato me ha recordado el cuento árabe que se cuenta en "Obabakoak" de Bernardo Atxaga. Es el cuento del criado del mercader que se encuentra a la muerte en un mercado de Bagdad. El criado cree que la muerte le hace un gesto de amenaza y para escapar de ella huye a Ishapan. Después el mercader se encuentra con la muerte en el mercado y le pregunta por qué amenazó a su criado y ésta le responde que no lo amenazó, sino que su gesto fue de sorpresa porque ella lo esperaba en Ishapan y no en Bagdad.

Como lo leí hace poco, el final del relato no me sorprendió, más bien lo esperaba. Aun así, era interesante ver cómo el protagonista perdía el contacto con el mundo para esconderse en la supuesta seguridad.

La parte de crítica negativa sería que en ocasiones el relato se me ha hecho largo, con detalles que no me parecían necesarios para la historia. Me hubiera gustado que fuera un poco más sintético y quizás algo más dramático en el desarrollo de la psicología del personaje.

Por lo demás, me parece una buena actualización de los relatos fantásticos que giran entorno al tema de la inevitabilidad del destino. Gracias.

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