Anika entre libros

Entrevista a Jerónimo López Mozo por su obra

"Los textos dramáticos apenas interesan ni a los editores, ni a los distribuidores, ni a los libreros."

Firma: Carlos Ferrer / Fotos: autor / Octubre 2004

 

Jerónimo López Mozo (Gerona, 1942), encuadrado en el "Nuevo Teatro Español", es un fecundo dramaturgo debido a su constante ritmo de escritura, que ha alternado la creación dramática con la crítica en revistas literarias. Ha sido jurado de multitud de premios teatrales y autor de numerosos artículos sobre el arte de Talía, además de prodigarse en el cuento, el ensayo "Teatro de barrio/ teatro campesino", la novela "El happening de Madrid" y el libro de viajes "Almería (apuntes de un viaje)".

También es un hombre de acción, puesto que ha desempeñado y desempeña cargos en diversas instituciones teatrales, y de política, figurando en las listas de un partido socialista en las pasadas elecciones municipales. Sin embargo, lo más destacado de López Mozo es su labor como dramaturgo, por la que ha recibido numerosos galardones, como el propio López Mozo menciona en la entrevista. El autor del juego cervantino "El engaño a los ojos", "Yo, maldita india" con Hernán Cortés como protagonista, "El olvido está lleno de memoria" sobre el actor Edmundo Barbero, "Ahlán" acerca de la inmigración y "Eloídes" con el paro como asunto, habla para "Anika Entre Libros".

 

 

ENTREVISTA

 

¿Qué queda y qué ha sido del Nuevo Teatro Español?

Diría que nada. Contemplado desde hoy, fue un movimiento que cumplió una función que supongo importante, aunque eso no me corresponde decirlo a mí, y que es una referencia obligada cuando se habla del teatro de aquellos años. Sin embargo, los que formamos parte de él no éramos un grupo homogéneo, aunque entonces lo parecíamos. El libro de Wellwarth Spanish Underground Drama, publicado en 1972, dio carta de naturaleza a la existencia del NTE, pero la verdad es que, aunque nos unía el odio al régimen franquista y el rechazo del teatro realista, nuestra estética abarcaba un abanico muy amplio con pocas cosas en común. Cuando llegó el final de la dictadura y con él nuestra labor de oposición, buena parte de los autores fueron apartándose del teatro y, los que continuamos, seguimos distintos caminos que confirmaron que nuestro parentesco había sido coyuntural. Por otra parte, hubo autores que abandonaron la escritura teatral y otros que, con el paso de los años, han ido despareciendo.

 

¿Podría compararse su fecundidad con la de Alfonso Paso?

Mi producción teatral queda muy lejos de la Paso, que escribió cientos de comedias y llegó a tener en cartel varias al mismo tiempo. No me considero miembro de la cofradía de los autores prolíficos, a la que pertenecen con todo merecimiento Lope, Benavente y Jardiel, entre otros. Lo que sucede es que las apariencias engañan. Es verdad que he escrito unas sesenta obras, pero ha sido a lo largo de casi cuarenta años. Por otra parte, al menos la mitad de ellas son cortas y cinco son fruto de la colaboración con otros autores. Por lo general, escribo despacio, aunque con regularidad. Sirva como ejemplo que Anarchia 36 me ocupó unos tres años y Ahlán, cinco.

 

"No me considero miembro de la cofradía de los autores prolíficos"

 

José Romera Castillo ha mencionado a Valle, H. Pinter, P. Weiss, A. Artaud, y F. Durrenmatt como influencias más destacadas en sus diálogos. ¿Coincide con su apreciación?

Cuando me preguntan de qué escritores o creadores teatrales me siento deudor, suelo mencionar varios nombres, entre ellos a Ionesco, Beckett y otros representantes del absurdo, a Brecht y a Weiss, a Artaud y al Living, a Kantor… Los estudiosos que se han ocupado de mi teatro suelen añadir otros nombres, a veces con cierta sorpresa por mi parte. Lo curioso es que, una vez conocidos sus argumentos, salvando alguna excepción, casi siempre me parecen razonables. Uno bebe en muchas fuentes y no es extraño que utilice algunas de forma inconsciente y sean otros los que se percaten de ello. El profesor Romera Castillo hizo el prólogo a dos de mis obras, Yo, maldita india y Combate de ciegos, reunidas en un volumen que publicó la UNED, y yo, que por entonces apenas le conocía, quedé impresionado por el riguroso análisis que hizo de mi teatro. Los autores que menciona están entre los más leídos y admirados por mí, por lo que es normal que haya encontrado sus huellas en mi teatro.

 

¿Recuerda algún importante problema que tuviera con la Junta de Censura?

Años atrás hubiera respondido con una lista interminable de problemas. Hoy, cuando en plena democracia he conocido y padecido otras formas de censura, aquella me parece un juego de niños, aunque no lo fuera. Todas las censuras son malas, pero uno llega a entender que, durante las dictaduras, tienen una lógica. Es uno de sus pilares. Pero es doloroso ver como su existencia se prolonga, con otros ropajes y más sutileza, en las democracias. De ello me ocupé en 1999 en un artículo que titulé "Teatro y silencio", en el que contaba alguna desagradable experiencia.

Pero volvamos a la pregunta. Tuve problemas con la Junta de Censura, como muchos de mis colegas. De todos modos, había decidido, cuando empecé a sufrirlos, que no me dejaría condicionar por ella. Escribí como si no existiera. Eso supuso que buena parte de mis obras fueran prohibidas, lo que no impidió ni su publicación, para la que la benevolencia era mayor, ni que se representaran de forma clandestina en locales que escapaban a su control.

 

"Escribí como si no existiera la Junta de Censura"

 

¿Por qué presentarse a un premio en el que uno ha sido jurado en ediciones anteriores?

En mi caso, no se ha dado esa circunstancia. Permítame que haga memoria. He obtenido los premios Sitges, Nacional para Autores Universitarios, Arniches, Ayuntamiento de Santurzi, Hermanos Machado, Álvarez Quintero de la Real Academia Española, Fray Luis de León, Serantes y Kutxa Cuidad de San Sebastián, en ninguno de los cuales he sido jurado. Lo he sido, en cambio, en el Marqués de Bradomín, Calderón de la Barca, Ciudad Alcázar de San Juan y Lazarillo, a los que nunca me he presentado. Es cierto que en otros premios he estado a ambos lados de la barrera, entre ellos Castilla-La Mancha, Enrique Llovet, Tirso de Molina y Nacional de Literatura Dramática, pero en todos ellos fui jurado después de obtenerlo, y ello porque es habitual que forme parte del mismo el ganador de la edición anterior.

  

"Por circunstancias personales, los premios se han convertido en una especie de salario"

 

¿Por qué presentarse a un premio que no conlleva la representación de la obra premiada, tras ganar el mayor de los premios, el Nacional de Literatura Dramática?

La respuesta es sencilla. Cuando empecé a escribir, en los años sesenta, los premios eran la mejor forma de que los jóvenes autores nos diéramos a conocer, pues la censura dificultaba que lo hiciéramos mediante la publicación o la representación de nuestras obras. Por lo que a mí respecta, durante la transición tampoco tuve fácil el acceso a los escenarios, de modo que los premios siguieron teniendo alguna utilidad, sobre todo porque solían ir acompañados de la edición de los textos. Ahora, las razones son otras. Por circunstancias que no vienen al caso, hace algunos años dejé el trabajo que hasta entonces había constituido mi medio de vida. Tras dos años cobrando el paro, me vi abocado a vivir de la escritura. Desde entonces, los libros que he publicado y las obras que se han representado apenas me han proporcionado ingresos. Estos me han llegado gracias a los premios. Se han convertido en una especie de salario. Ya no los veo, pues, como un estímulo para mi carrera, ni siento, cuando los recibo, la misma satisfacción que cuando obtuve los primeros.

 

La Muestra de Teatro de Autor Contemporáneo de Alicante, ¿debería pasar de ser un mero escaparate de espectáculos a generarlos aunque sea en coproducción?

Desde luego. No cabe duda de que en su actual diseño está cumpliendo una función importante. No abundan las muestras como esta o la del Teatro de las Autonomías, que se celebra en Madrid, que den a conocer lo que se está haciendo en el país. Como autor, la de Alicante tiene el valor añadido de que está dedicado a los autores españoles actuales. También hay que destacar que sea, gracias a las actividades paralelas que se programan, un lugar de encuentro y debate entre las gentes de teatro. Sin embargo, de cara al futuro, y suponiendo que la Muestra siga realizándose, sería un gran paso adelante la programación de espectáculos de producción propia. Aunque para eso, tal vez hubiera que modificar los estatutos por los que se rige e incrementar de forma notable el presupuesto del que dispone, a todas luces insuficiente, incluso para cubrir los objetivos actuales.

 

El próximo e inminente Salón del Libro Teatral, ¿no le parece más una feria para vender libros, con el reclamo de las lecturas con actores famosos, que un salón propiamente dicho?

No concibo el Salón como un lugar de venta de libros, ni creo que deba ser esa su finalidad. Veo en él una reivindicación de la lectura de textos teatrales, hábito que se ha perdido y que, en otros tiempos, tuvo gran predicamento. Todo lo que sirva para atraer al público al Salón me parece bueno y esas lecturas encomendadas a actores conocidos pretenden cumplir esa función. Ignoro si lo consiguen o no. En cualquier caso, el hecho de que profesionales de la escena participen en la promoción de la obra de los autores españoles vivos es positivo, aunque me gustaría que el entusiasmo que muestran algunos de ellos se viera reflejado en su actividad cotidiana. Más me preocupan otras actividades que se organizan en torno al Salón, como el Premio de Teatro Exprés, sobre el que ya he expresado mis reservas en algunas ocasiones. No me parece que la escritura, sea teatral o de cualquier otro género literario, pueda plantearse como un ejercicio de velocidad, aunque resulte divertido. No es bueno que los que aspiran a ser autores de teatro crean que ese es un buen camino para afrontar la creación dramática.

 

"No me parece que la escritura pueda plantearse como un ejercicio de velocidad"

 

¿Por qué es tan difícil encontrar obras suyas en las grandes librerías?, ¿la literatura dramática ha quedado relegada a la venta por catálogo?

No sólo es difícil encontrar obras mías en las librerías, sino obras de teatro en general. Las grandes librerías apenas reservan una o dos estanterías a la literatura dramática y, en las pocas que hay especializadas en libros de teatro, suelen faltar muchos títulos. Cabe la posibilidad de encargarlos y con un poco de paciencia y de suerte es posible que, al cabo de algún tiempo, lleguen a manos del lector. Conozco bien el problema, porque con alguna frecuencia estudiosos de mi teatro me confiesan su dificultad para conseguir mis obras, a pesar de que han sido editadas, algunas recientemente, y de que no están agotadas. La explicación es sencilla: los textos dramáticos apenas interesan ni a los editores, ni a los distribuidores, ni a los libreros. Se venden poco y el precio no puede ser elevado. El negocio no es rentable. Algunas editoriales que incluyen el teatro en sus catálogos, lo hacen porque reciben ayudas públicas, pero, una vez cumplido el compromiso de editarlo, apenas se ocupan de distribuirlo adecuadamente. Cuando la edición de los textos corre a cargo de comunidades autónomas, ayuntamientos, diputaciones y otras instituciones, los canales de distribución son inexistentes o poco eficaces. Es frecuente que los ejemplares editados envejezcan en almacenes, lejos del alcance de los lectores e incluso de los propios autores cuando tratan de rescatarlos. ¿Cuál es la solución? ¿La venta por catálogo? Es útil para los profesionales, pero no pone las obras al alcance de los simples aficionados. ¿Colgarlas en internet? Desconozco los resultados que se van alcanzando. El hecho de que sea un medio cada vez más empleado apunta a que son positivos.

 

Resulta irresistible preguntarle qué es lo que escribe actualmente.

Hace unos meses escribí una pieza breve titulada El escritor y su biógrafo atendiendo un encargo de la Universidad Carlos III. De ella se hizo una lectura escenificada en la Facultad de Filología de aquella Universidad, en el curso de unas jornadas teatrales organizadas por Eduardo Pérez Rasilla y Julio Checa. La dirigió Antonio Malonda. El mismo texto acaba de ser ofrecido en Loyola University, en Nueva Orleáns. Sobre él trabajo actualmente, pues el proyecto inicial, concebido antes de recibir el citado encargo, era una obra larga, que abandoné temporalmente y que ahora he retomado.

Estoy a un paso de rendirme ante el inteligente y nada inocente humor de Mihura.

 

Y sobre el centenario de Miguel Mihura en 2005.

Me dan un poco de miedo estas efemérides. A menudo, sirven para recordar brevemente al autor, generalmente olvidado, para, pasados los actos de homenaje, devolverle a su retiro. En el caso de Mihura ignoro cuáles son los actos previstos para celebrar su centenario. En mi opinión, el mejor servicio que se le puede prestar es someter el conjunto de su obra dramática a una profunda revisión crítica, tanto de sus contenidos, como del papel que jugó en el tiempo en que se dio a conocer. Yo fui admirador del autor de Tres sombreros de copa y detractor de su obra posterior, aquella que, sin embargo, le proporcionó sus mayores éxitos de público. Eso sí, nunca negué su talento como dramaturgo, ni la calidad de su escritura. Opinaba, como otros muchos, que su abandono de un teatro de corte vanguardista y su adaptación a fórmulas más comerciales era una claudicación que le dejaba fuera de la historia del teatro con mayúsculas.

La reciente aparición de sus obras completas permite contemplar su teatro en conjunto y, sobre todo, desde la amplia perspectiva que proporciona el paso del tiempo. No tengo ningún inconveniente en reconocer que hoy mi criterio sobre el teatro de Mihura es más favorable y que estoy a un paso de rendirme ante su inteligente y nada inocente humor. Por eso, a pesar de las reservas que he apuntado sobre los centenarios, espero la celebración del suyo con interés".

 

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