Anika entre libros

aquel diluvio de otoño

Ficha realizada por: Pilar López Bernués

Título: aquel diluvio de otoño
Título Original: (aquel diluvio de otoño)
Autor: Carlos Andrade
Editorial: Nowtilus


Copyright: Colección Narrativa-Nowtilus ISBN: No definido
Etiquetas:

Argumento:

La imaginaria aldea gallega Nublos y el río Lágrimas, que la recorre, ya muestran con sus nombres el tono de pesadumbre que se ciñe sobre la historia... Y es que la historia es realmente trágica pero, por desgracia, muy real en la España de los años sesenta, en plena dictadura, con el temor de “uniformes y sotanas” y una vida dura en una población rural que dependía del clima, de la suerte y de mucho esfuerzo para huir de la miseria.

Orestes es el menor de trece hermanos y tiene nueve años al inicio de la novela. Ha muerto un familiar, el marido de una hermana mayor, y él espera en un pajar el momento en que alguien irá a coserle el botón de luto, le obligará a ponerse unos zapatos pequeños y lo disfrazará para la ocasión... Orestes no reconoce a la mayoría de hermanos y hermanas que asisten al entierro. Algunos de ellos han llegado desde Suiza, Argentina y otros lugares. Realmente, no recuerda una comida con sus padres y todos los hermanos juntos. El niño es algo tímido e introvertido y muy amigo de Don Manuel, un catedrático que le presta libros y le aficiona a la lectura, pero esa afición, unida a “visiones” o premoniciones del chico, no es bien vista por su hermana Angustias, auténtica matriarca de la finca porque la madre está muy enferma.

La soledad y las palizas, muchas de ellas por cosas absurdas, constituyen la infancia de Orestes. La hermana Angustias suele repetir que “le pega por su bien” y “por su bien” el niño crece sin juguetes, sin amigos y convertido en un esclavo que trabaja a todas horas, hace los recados que le piden y recibe, una y otra vez, continuas tundas. La hacienda familiar va decayendo y las deudas se acumulan. Diluvios de otoño, que se suceden interminablemente hasta bien avanzado el verano, agostan cosechas.

Varios entierros, posteriores al que se describe al inicio de la novela, se van sucediendo en la familia uno tras otro, como si la desgracia se hubiera ceñido con los Loaga. Orestes, que posee la cualidad de “vislumbrar” algunos hechos trágicos, comienza a sentirse culpable, como si su sola existencia los provocara. También odia al cura, un sujeto miserable salvaguardado bajo la sotana, y se siente desfallecer cuando Don Manuel, el catedrático y amigo, es detenido por declararse contrario a la pena de muerte.

Todo se hunde, y para Orestes se hunde más aún cuando su madre fallece, sus hermanos se buscan la vida y deciden, sin incluirlo a él en la discusión, qué harán con el crío... Benedicto es el hermano al que más quiere, el único que le regaló un juguete: un balón de plástico, que sus hermanas se ocupaban de esconder... Benedicto se entrenaba para ser boxeador ante la mirada de los niños y escondiéndose del padre, un padre que no le habría permitido esa afición y que acabó abandonándolos...

En un momento dado, Orestes decide que solo aceptará “por su bien” palizas de la hermana Angustias, pero de nadie más. Esa determinación y el amor y admiración que siente por Benedicto le encaminan hacia el boxeo. Va escalando posiciones y se va convirtiendo en famoso hasta llegar a disputar un combate en el Madison Square Garden de Nueva York.

Leer entrevista a Carlos Andrade

Opinión:

No cabe duda de que el libro posee un fondo intenso y que da qué pensar. La descripción de las condiciones de vida en una aldea gallega de los años sesenta resulta muy plástica, como lo es esa incultura subyacente, en la España profunda, que consideraba una pérdida de tiempo leer pero no censuraba esclavizar con el trabajo a un niño ni molerlo a golpes “por su bien”. El despotismo de algunos personajillos miserables, amparados en la sotana o el uniforme, es otra muestra de la esclavitud en la que vivían gentes ignorantes, obligadas a deslomarse para sobrevivir y pasando miserias cuando se agostaban cosechas.

La novela es un libro de soledad, temor y vacío existencial. Cautiva el pequeño Orestes por lo mucho que ha sufrido y por el temor, del que no logra librarse, de amar, porque amar significa llorar una pérdida.

Las descripciones de la vida en una aldea resultan muy plásticas, como lo son algunos detalles: El escozor que produce una ortiga, la lluvia que no cesa, el aparato “tira muertos”, la tela de araña pendida de un ventanuco... En ese sentido, la novela está muy lograda.

Lo que sí me ha llamado la atención, y a mí particularmente me ha ralentizado la lectura, son los personajes: Cuesta, especialmente al principio, entender quién es quién, y hasta el narrador, o narradores, no están claros. El autor ha adoptado un estilo peculiar, un estilo en el que en medio de un párrafo intercala pensamientos y hasta diálogos sin hacer un “aparte” y escribe como si el lector conociera ya la historia, la aldea o los personajes. A mí me ha creado mucha confusión esa forma de escribir hasta que me he acostumbrado.

Hecho el inciso, pienso que la novela es muy interesante y da muchas oportunidades al lector para pensar, conocer o recordar cómo era la vida en una aldea, “sentir” la soledad que puede experimentar un niño desprovisto de afecto y seguir, paso a paso, cómo transcurre su vida hasta llegar al decisivo combate de boxeo.

Destacaría que la ternura del protagonista está muy bien enlazada con la brutalidad del box.

Pilar López Bernués

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