Álvaro Bermejo

Los papeles de Pickwick

EL FACTOR HUMANO

Lubitz 11

"EL FACTOR HUMANO"

Álvaro Bermejo

 

 

Sin duda, el rasgo más característico de nuestra civilización es su racionalidad. Desde que Robespierre instituyó el culto a la diosa Razón se diría que fiamos en ella la certeza de vivir en el mejor de los mundos posibles. Rara vez pensamos que la racionalidad llevada a su extremo puede derivar en pura  irracionalidad. Sucede cuando lo reducimos todo a un mecanicismo ciego que excluye lo imprevisible, sin considerar que la vida también es eso: azar, misterio, sinrazón, locura.

 

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El día del crash del Airbus A320 sobrevolé un par de debates televisivos bien surtidos de expertos. Analizaron todas las hipótesis que consideraban posibles, sin contemplar en ningún momento la que ha acabado por verificarse como la más cierta. La tragedia no se debió a una incidencia meteorológica ni a ningún fallo técnico: la diosa Razón había olvidado incluir en su ecuación el factor humano.

 

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¿Qué movió al copiloto Andreas Lubitz a encerrarse en la cabina de mando, a desoír las apelaciones del comandante de vuelo, a olvidar a los ciento cincuenta pasajeros que viajaban a bordo y, finalmente, a conducirlos a la muerte? Había superado todos los test de selección, incluido el psicológico, se le consideraba apto al cien por cien para volar. "No podíamos imaginar un desenlace semejante ni en la peor de nuestras pesadillas", declaraba el presidente de Lufthansa tras el trágico vuelco que ha acabado por fulminar todas las hipótesis racionales.

Sucede siempre que se olvida, no ya la vigencia del factor humano, sino la soterrada preeminencia de lo incomprensible. De hecho, no aceptar la parte incomprensible de la vida tiene mucho que ver con las catástrofes de toda índole que parecen constituir un signo de los tiempos.

Siglos antes de que Freud analizara la pulsión de muerte, al menos desde que Villon escribió aquello de por quién doblan las campanas, sabemos que Eros es hermano de Thanatos, y que la vida es riesgo.

 

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En un momento de la suya, Andreas Lubitz perdió todas las razones para seguir viviendo. ¿Por qué? Es posible que no lo sepamos nunca. Pero tras el golpe de irracionalidad de esta tragedia quizá hayamos aprendido algo esencial acerca de la condición humana.

Sin necesidad de volar, sin ser conscientes, la vida de todos y cada uno de nosotros describe un trayecto impredecible, a veces dramático, zarandeado por el azar, y con escalas abiertas tanto a lo maravilloso como a lo terrible.

Vivir es aceptarlo, y aceptarlo es entender nuestro mundo como un panorama para supervivientes.

 

 

 

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