Álvaro Bermejo

Los papeles de Pickwick

¿POR QUÉ KAFKA?

Kafka

¿POR QUÉ KAFKA?

Álvaro Bermejo

 

¿Porque si viviera en la España de hoy, el genial checo sería un escritor costumbrista? No. La actualidad de Kafkava más allá de una mera ocurrencia, trasciende las mil conmemoraciones que celebrarán el primer siglo de su obra capital -La Metamorfosis-, y lo sitúa como uno de nuestros grandes contemporáneos. Nadie como Kafka supo traducir ese sentimiento de horror y desolación latente en lo cotidiano, el de una sociedad que aplasta al diferente hasta reducirlo a la condición de un insecto, el que se convierte en un mudo grito de angustia, tan semejante al de Edward Munch, ante la constatación final de que el nuestro es un laberinto sin salida.

 

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Tal vez, sin embargo, lo más estremecedor de Kafka es que nos cuenta todo eso a través de una escritura desprovista de todo patetismo.

Un día Gregorio Samsa, un viajante de comercio que vende telas, despierta  transformado en un insecto. Su primera reacción es lamentarse porque no podrá ir a trabajar, y por la lluvia. El paradigma kafkiano ha quedado establecido: el absurdo, que irrumpe al comienzo de la historia, es narrado como si fuera algo normal, no contradictorio con el tono "realista" del relato. Samsa vive con sus padres y su hermana. Los mantiene con su sueldo, porque su padre es jubilado. Cuando su familia y el apoderado de su jefe se dan cuenta del estado coleóptero del protagonista, éste pierde su trabajo y empieza a ser una carga. Gregorio conserva en todo momento sus facultades mentales pero, debido a su incapacidad para hablar, la familia supone que ya no es más que un animal que no puede comprenderlos.

 

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Grete, la hermana de diecisiete  años, procede a vaciar la habitación de casi todo el mobiliario para dejarle una mayor libertad de movimientos, que Gregorio no tarda en disfrutar al descubrir la comodidad de trepar por las paredes y moverse en el techo. El padre interviene para recortar la escasa libertad del insecto. Cuando un día Gregorio decide salir de su habitación, su padre enfurecido lo persigue y finalmente le arroja manzanas. Una de ellas da en el blanco y le ocasiona una infección. Ahora su tamaño pareciera empequeñecer, ya que Gregorio consigue esconderse más fácilmente; la infección continúa y le duele todo el cuerpo.

Tras este enfrentamiento comienza el deterioro físico de Gregorio. Su familia, desprovista de sustento, debe arrendar la habitación de Grete a tres inquilinos formales y exigentes. Todos parecen olvidarse del monstruo, al que alimentan con los restos de su comida, hasta el punto de que él mismo acaba prefiriendo el rancio sabor de los  alimentos pútridos. Más adelante perderá por completo el apetito.

 

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Al hilo de todo ello puede entreverse en La metamorfosis tanto la lectura de una sociedad que segrega y maltrata al diferente, como la frialdad del universo ante la monstruosidad de la vida. En el primer esquema, el lector siente la soledad de las relaciones rotas y la frustración radical del aislamiento. Y también percibe una alegoría de las diversas actitudes que toma el ser humano ante la enfermedad grave e irreversible, y de cómo, a pesar de todo, la vida continúa. Puede captarse también el brutal egoísmo humano: sobre Gregorio recayó el peso de mantener a su familia, pero ésta lo deja morir en cuanto la situación se revierte. En cuanto al componente autobiográfico, ya en el nombre Samsa hay una permutación de las consonantes de Kafka, quien se siente radicalmente distinto por pertenecer a una minoría incomprendida, y por no encajar en una familia que espera de él lo que no puede dar. Kafka consideró que, para su edición, La condena y La metamorfosis debían ir juntas. La figura del padre es en ambos cuentos tiránica, y domina a la de la madre. Así es en ambos cuentos, y en la vida de Franz Kafka

En principio, el título debió haber sido La transformación, ya que "metamorfosis" alude a la literatura fantástica y éste es un relato realista. (Es notable que para la traducción al yídish, Melech Ravitch utilizó Der guilgul, un término referido a la metempsicosis).

 

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Pero la transformación de Gregorio Samsa no es un sueño: es real. No hay pesadilla, no hay enajenación del protagonista; ni siquiera entrevemos que el lector deba buscar simbologías. Esta literalidad hace de La metamorfosis una obra de ficción dura, a la manera de los cuentos de hadas del Medioevo, cuando la malvada hechicera convierte al príncipe en un animal repugnante. Pero no estamos en la Edad Media, ni hay cuento de hadas.

 

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Hay incluso una diferencia entre este absurdo y el que se da en las otras grandes obras de Kafka. Aquí lo irracional no es el mundo circundante que va agobiándolo, sino una transformación del propio protagonista. El medio prosigue fiel a sus detalles cotidianos; él no. Muebles, disposición de la casa, veladas, problemas laborales de la familia, todo permanece incólume. La monstruosa irrupción es Gregorio incomunicado, insecto, marginado de la vida familiar. El protagonista cae en profunda desolación, busca angustiado una vía de escape y no hay salida.

 

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La metamorfosis es determinante: hasta ese evento Gregorio era un viajante ejemplar, respetuoso de sus jefes, sometido a una disciplina laboral que lo aburre y a otra paternal que lo somete. Súbitamente, cambia su relación. Es expulsado de su trabajo, y luego de la familia. Es arrojado entre los desperdicios al interior de su cuarto; aislado y atacado, víctima del horror, del asco y del desprecio. La autoridad paterna se impone más violenta y pasa de la amenaza a la persecución, luego al golpe, la herida, y finalmente la muerte. Gregorio es herido gravemente por su padre y muere sintiéndose culpable y derrotado. En las palabras del relato: "firmemente convencido de que tenía que desaparecer".

El insecto observa a su familia a través de la puerta entreabierta: los contempla en su monotonía, hasta que una noche quiere emerger, atraído por las melodías del violín de su hermana. Se deja llevar por ellas, los huéspedes lo ven y se indignan. Amenazan con no pagar la renta y con demandar una indemnización por las anormalidades que están sucediendo en la casa. 

 

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La metamorfosis de Gregorio puede entenderse no como la causa de su desgracia, sino como el efecto simbólico de su propia vida cotidiana. Desde antes de su metamorfosis, es un insecto: un excluido de la vida social. Lo que sabemos de Samsa revela una vida mezquina, pobre, sin ilusión ni libertad, sin humanidad. Explotado por su familia, humillado por sus jefes, sin tiempo ni sosiego para comer ni dormir decentemente, Gregorio no tiene vínculos afectivos. No conoce la amistad, ni la esperanza. Cuando trata de recordar momentos de amor, acude a un melancólico recuerdo: una cajera de una sombrerería a quien había formalmente pretendido, pero "sin suficiente apremio".

Es cierto: el escarabajo Gregorio "no lograba hacerse comprender por nadie", pero tampoco el hombre Gregorio lo había conseguido. La "transformación" es acaso la toma de conciencia de esa falta de humanidad.

 

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Más allá de las analogías biográficas evidentes -el peso de la autoridad paterna, el hecho de pertenecer a una minoría estigmatizada, su propia fobia social-, La Metamorfosis implica una lectura de nuestro mundo que recuerda a El hombre elefante de David Lynch

 

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De todos los personajes del relato, el monstruo es el único que afecta rasgos de humanidad. El infierno real, como apuntaría Sartre, son los otros: el padre, perezoso y autoritario; la madre, egoísta e histérica; la hermana, no fiable. Una familia que no está abatida porque uno de sus miembros se transformara en insecto, sino por las limitaciones económicas resultantes, que "han sumido a todos en la más completa desesperación". Se agregan al cuadro tres fríos inquilinos que actúan al unísono y una criada vil, todos protagonistas de una vida "monótona y triste", todos carentes de la empatía humana más elemental.

 

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Quizás por ello Vladimir Nabokov sostuvo que la familia Samsa representa la mediocridad: la que rodea al hombre de genio y lo reprime hasta transformarlo en un insecto.

 

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La más profunda de sus mujeres, Milena Jesenska, muerta en la Shoá, definió a Kafka póstumamente: "fue un hombre desnudo en medio de una multitud vestida". Cierto, es la mirada de los demás la que convierte a Samsa en un insecto, de la misma manera que cada uno de nosotros acaba siendo algo parecido para los demás. Cien años después, ya ni siquiera es necesario apelar al adjetivo kafkiano para constatar la incomunicación humana, ni la inhumanidad del mundo.

 

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