Anika entre libros

La caja de los deseos (Günter Grass)

Elisa Rodríguez Court, mayo-junio 2009

 

Confieso que desconfío cuando Günter Grass presenta su última obra, La Caja de los deseos, como autobiografía. Según cuenta, el libro continúa pelando la cebolla de su vida desde la perspectiva de sus 8 hijos. Después de una sucesión de encuentros programados con ellos, hijos de distintas madres, se supone que éstos aportan su particular visión de la figura paterna desde el año 1959 a 1995. Claro que no es lo mismo la historia del patriarca vista por sus hijos que la que Grass cree que ven ellos. Por muchas sesiones de intercambio dialéctico que se dieran entre el viejo Günter Grass y su desperdigada prole, parece inconcebible una comunicación sincera, en la medida en que está mediatizada por Lacajadelosdeseossentimientos encontrados, tales como los de cariño, indiferencia, ira, lejanía, admiración, agravio… Además, las generaciones se hacen de tiempos diferentes, tiempos que logran tocarse al modo en que Gregor von Rezzori habla en su libro La gran trilogía del choque de dos bolas de billar: siempre es sólo un punto de una el que toca un punto de la otra. Cuánto vacío en el espacio intacto, cuántas vivencias silenciadas y cuántos recuerdos distorsionados.

Franz Kafka escribió a su padre una carta demoledora que éste no alcanzó a leer nunca. Conocidas son también las publicaciones de intercambios epistolares entre padres e hijos, como la correspondencia entre el joven Naipaul de los años de Oxford y su padre. Son casos de voces que hablan por sí mismas, distintos al de la voz en primera persona de un Günter Grass que, pese a que en su vejez parece querer reconciliarse con sus hijos, no escatima pudor alguno a la hora de decir: "Tal vez existan aún más hijos en cualquier otra parte". Palabras bastante frívolas que poco casan con su autocrítica, probablemente sincera, de considerarse un padre incapaz. Por lo menos los hijos conocidos pueden finalmente contar con el regalo de un padre al que hablarle. Un padre que como buen escritor afirma -paradójicamente- tener que mentir para que podamos creerle. No podría ser de otro modo, porque sin mentira no hay ficción, no hay literatura.

 

+ Günter Grass

 

 

 

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