El día que amé a Laura
Ignoro si la existencia concreta, exacta, visible y perceptible de
un persona es una condición necesaria para que se puedan
desarrollar sentimientos hacia ella. Mi duda es si efectivamente se
puede, por ejemplo, amar a un ser imaginario, producto de nuestra razón o de la de otro. ¿Podemos sentir
emociones, de la clase que sean, ante un personaje-sueño o, por el
contrario, necesitamos un ser de carne y hueso para desarrollar
esos sentimientos?
Esta duda, en la que aún estoy, se me planteó hace ya unos cuantos
años. Era yo un adolescente que empezaba a conocer las maravillas
literarias que por el mundo han sido. Mis ojos y mis oídos, recién
estrenados a la curiosidad, se aplicaban unos en ver y, sobre todo,
los otros en escuchar aquello que entonces, y todavía hoy, más me
seduce: la poesía. ¡Cuántos descubrimientos y emociones! ¡Cuánta
intensidad y cuántos sueños!
Hasta que un día, quizá de un mes de abril, surgió el nombre de
una mujer hasta entonces desconocida y que desde ese instante fue,
con toda certeza, mi primer amor, mi primer sueño. Me reconocí en
estos versos:
"Benditos sean el año, el mes, el día,
la estación, la hora, el tiempo y el instante,
y el país y el lugar en que delante
de los ojos que me atan me veía".
Acababa de entrar en el mundo fascinante de
Petrarca y de Laura. Y con estos
versos dedicados a ella, entre también yo en el mundo de los
sueños, porque posiblemente el amor sea sólo eso, un sueño, o quizá
como dice el gran poeta del amor, el español Pedro Salinas,
"¿Serás amor,
un largo adiós que no se acaba?"
Creo que nadie como Petrarca ha sido capaz de
definir mejor la sensación sentida al ver a la amada por primera
vez. Posiblemente Petrarca ni sabía entonces su nombre, era una
desconocida pero que había sido capaz de inspirar algunos de los
más hermosos sonetos dedicados a una mujer que jamás se hayan
escrito.
¿Quién sería esta mujer capaz de crear tal inspiración en
Francesco Petrarca? ¿Estaría ante una nueva divinidad del amor,
ante una venus rediviva?
Lo cierto, incomprensiblemente, es que he tardado algunos años en
conocer algo, supongo que, en realidad, muy poco, de Laura. Pero,
en mi vida, hay algo que siempre me ha quedado de aquella época, mi
amor, mi maravilloso sueño permanente por aquella primera y
misteriosa Laura.
"Si no es amor, ¿qué es esto que yo siento?..."
Incluso llegué a pesar que Laura fue un invento de Petrarca. ¿Será
posible -me decía- que su imaginación llegase a tal extremo que fue
capaz de inventar a una mujer para expresar todo el amor que
llevaba dentro?
Y si así hubiera sido qué importancia tendría.
Incluso en ese caso habría merecido la pena el milagro, como
comprendió Salinas.
"Pensar en ti es tenerte..."
Después he comprobado que mi temor, que ha sido compartido por
otros, es seguramente infundado. Claro que existió Laura y fue de
carne y hueso.
La Laura petrarquiana se llamó Laura de Noves. Este nombre -Noves-
le viene del pueblo francés donde nació, que está en la Provenza y
que aún todavía hoy presume de ser la cuna de la amada. De hecho,
el alcalde de esta villa, que por cierto merece la pena visitar, en
su carta de salutación a los turistas que llegan, dice que se
sienten orgullosos de ser conocidos por ese motivo.
Noves es en la actualidad un pueblo que tiene poco más de 4.400
habitantes y está muy cerca de Aviñón, una de las ciudades con más
carga histórica de toda Europa, sede del papado cismático y cuna de
la ilustre y maravillosa Mireille Mathieu, llamada el ruiseñor, una
de las cantantes francesas a las que oigo con asiduidad. Además,
entre otros motivos, los provenzales tienen motivos de satisfacción
por ser patria del inolvidable escritor Federico Mistral que
compartió el Nóbel de literatura con el español José de
Echegaray.
Y así como yo, una buen día, encontré los sonetos, Petrarca
encontró a Laura de Noves. La diferencia es que yo lo hice en un
colegio público y él en la desaparecida iglesia de Santa Clara de
Aviñón. La vio, el viernes seis de abril de 1327 (día de viernes
santo), en la misa de primera hora y se quedó prendado de su
excelsa belleza y ya desde entonces no pudo olvidarla.
Pero ¡qué terrible es a veces el destino! Laura de Noves, estaba
ya casada con Hugo de Sade, precedente familiar del famoso Marqués,
y no hizo caso de gran maestro del Renacimiento. Es más, al
principio Petrarca sí frecuentó la casa de Laura pero, ésta, al ver
que el poeta se prodigaba demasiado, cortó la relación y Petrarca
se retiró a Vauclausse.
Petrarca no por ello se dio al celibato, y tal vez para aplacar la
tristeza que le produjo semejante situación mantuvo relaciones, al
menos, con otra mujer de la que tuvo dos hijos: Giovanni y
Francesa. El primero murió a los 25 años víctima de la peste. Nadie
ha logrado averiguar quién fue la dama que compartió los momentos
amorosos de Petrarca, ya que, la discreción del poeta fue, como es
fácil comprobar, muy rigurosa, algo que es de asimismo de
agradecer.
Petrarca sobrevivió muchos años a Laura, que tuvo nada menos que
11 hijos y murió víctima de la peste con 25 años. El maestro de
Arezzo terriblemente hundido escribió algunos de los mejores
sonetos dedicados a Laura en su muerte.
"¡Cuánta envidia te tengo, avara tierra,
que a aquella a quien de ver estoy privado
abrazas, y me quitas al amado
rostro que fue mi paz y fue mi guerra.
Ahora pasados los años, me doy cuanta de que, cierta o inventada,
Laura es una necesidad que cada uno de nosotros lleva dentro y que
sólo depende de nuestra capacidad de imaginar, o de soñar, poder
encontrarla algún día, de cualquier año, cualquier mes o cualquier
lugar.
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