Anika entre libros

Antígona

Elisa Rodríguez Court, diciembre 2008


Antígona, hija de Edipo, fue condenada a muerte por orden de Creonte, gobernante de Tebas después de morir los dos hermanos varones de Antígona. Una disputa por el dominio del poder terminó con la muerte de éstos, uno a manos del otro. Como castigo al hermano que, una vez derrotado, había atacado la ciudad, Creonte prohibió que se le diera sepultura a su cuerpo. En aquel entonces el hecho de que un cadáver quedara sin enterrar se consideraba una afrenta grave, por lo Antigonaque Antígona desobedeció el mandato, apelando a su conciencia de acuerdo a las leyes no escritas de los dioses. Los principios que ninguna autoridad debe violar.

Antígona, que da nombre a una de las obras maestras de Sófocles en torno al año 442 a.C., es símbolo de la resistencia a la tiranía y a las leyes injustas. Encarna la expresión trágica del conflicto tan frecuente entre la ley y lo humano. Antígona escogió lo segundo y arriesgar su vida, rebelándose contra el mal. Creía que dar sepultura a su hermano complacería a todos, si, en sus propias palabras, "el temor no les tuviera paralizada la lengua".

Enterró el cadáver eligiendo morir por amor y en contra del odio, tal y como se pronuncia en la obra de Sófocles: "Mi persona no está hecha para compartir el odio, sino el amor." Amor y misericordia inaceptables para quien se cree dueño de una ciudad. Así dice ella: "Con mi piedad he adquirido fama de impía." Más adelante expresa cómo sufre y "a manos de quiénes por guardar el debido respeto a la piedad." Murió en defensa de los demás, porque su amor a la humanidad era más fuerte que la muerte, así como su afán de convertir el sufrimiento en esperanza y claridad, en "conciencia auroral", según la expresión de María Zambrano.

Creonte ordenó que fuera encerrada en una tumba subterránea y muriera de inanición. Allí quedó, antes de suicidarse, sin estar ni entre los vivos ni entre los muertos. Desaparecida en vida, como lo son en la actualidad las víctimas de las leyes que niegan la universalidad de los valores humanos. Personas que sufren la violencia legalista persecutoria, que tantas veces se ejerce injustamente contra acusados privados de garantías de defensa. Y de amor y de piedad, ¡ay, Antígona!

 

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