Anika entre libros

Alabanza del cine

Ignacio Carcelén, diciembre 2010

 

Un apunte. Me encontraba en la Plaza de la Quintana cuando dos agentes se me acercaron y me pidieron el carné.

- No lo llevo -dije.

- ¿De dónde eres? -me preguntaron.

Aquel policía lo pilló al instante, pero el cine español, con demasiada frecuencia, no lo entiende.

Y enlázalo con este otro. Una noruega con la que compartí piso, cuando llevaba dos semanas entre nosotros, me dijo:

- Pero si todas las voces suenan iguales. Son una y otra vez las mismas.

Dicen que John Malkovich perdió el Oscar por "Las amistades peligrosas" porque su acento era de Nueva York. Pero aquí, que seguimos la norma del acento vallisoletano, sólo en los últimos años hemos asistido a intentos de reflejar una diversidad de nuestro paisaje, aunque es común que las estrellas posean uno y a los actores contratados en la región se les escuche en otro.

No sólo viajamos a otros países cuando vemos una película y contemplamos unos rostros diferentes. Sus voces y expresiones son tan indivisibles como el alma y el cuerpo.

Y recuerdo a los lectores que, igual que los creyentes acuden los domingos para escuchar al párroco, así mimos deberíamos hacer nosotros. Ellos nos recuerdan que no debemos ver cine en nuestros hogares. Es necesario que salgamos, que abandonemos nuestra seguridad y nos acerquemos hasta una pantalla para compartir su proyección con un grupo de desconocidos.

Porque en nuestros hogares, donde vivimos nuestras alegrías y tristezas, nos conocemos los rincones. Los hemos bajado del atril, pero el cine sigue hablando la misma lengua.

 

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